ESPECTáCULOS
› LOS FINALES DE “WILL AND GRACE” Y “THE WEST WING”
El exterior como el enemigo
El final de dos series bien diferentes expuso una misma forma de relacionarse con el mundo: Ee.UU. siempre está amenazado por algo.
› Por Julián Gorodischer
¿Hay algo en común entre la comedia de situación del orgullo rosa y el drama político hiperrealista? “Will and Grace” (por Sony) y “The West Wing” (por Warner) terminaron sus temporadas mirando el mundo exterior. Para la despedida (con regreso anunciado) las series diseñaron, por contraste, a los Estados Unidos como un lugar centrípeto y orgulloso de cerrar filas. En sus finales, las dos, desde el gag o el testimonio, trazaron una forma de política exterior, que se pudo leer en el tipo de mando del presidente (“The West...”) o en el modo de tomarse vacaciones (“Will...”).
Will y amigos salen de vacaciones en un yate rumbo a la isla St. Barth, pero Grace y su marido Leo tienen otros planes: un itinerario de ayuda solidaria en esos países remotos de Centroamérica. La impronunciable Guatemala inspira algunos gags que poco tienen que ver con el discurso hegemónico en la serie sobre gays: la corrección política. Esta vez, Grace dice que está “feliz por convertirse en una médica sin fronteras”, a lo cual se le recuerda que ella no tiene un título habilitante. “Saqué una B en Biología en la Escuela, adonde vamos soy doctora”, será la respuesta de la judía neoyorquina, tolerante, bien pensante y pacifista.
Pero eso sí, por momentos, la corrección política (esa forma saturada del respeto “al otro”) parece no aplicarse fronteras afuera de los Estados Unidos. Si a “Will and Grace” puede reprochársele cierto exceso de discursividad en el abordaje de lo gay, el mundo pobre habilita el chiste fácil: “Yo estaré bien –se resigna Grace– con mis excrementos y esperando que caiga comida del cielo” (Ay, esos destinos pauperizados que complican la existencia de la neoyorquina forzada a abandonar su confort). La sitcom “tolerante” descubre un nuevo registro para hacer humor: ese mundo que queda cada vez más lejano, esos parajes difíciles de pronunciar que inspiran el comentario: “Adonde vamos, el piso es el baño” (¿y qué habrán querido decir?).
Tanto es el rechazo, tan insistente la repulsa que produce a Grace terminar la temporada “entre pobres”, que finalmente desiste y sale a consumar la felicidad americana, un pequeño crucero con Will, Jack y Karen rumbo al Caribe, con jacuzzi y sin marido. “Quiero un regalo de verdad, no esas artesanías africanas”, pide a Leo antes de separarse. Sobre el final, Karen cae al agua y es capturada por “kosakos”, en un buque de carga que no augura un destino razonable. Los “kosakos” amenazan la identidad americana, el plácido paseo y el reposo, y reinstalan ese sonido que había sido desterrado de las pantallas estadounidenses: la lengua rara, cocoliche que mezcla el ruso, el alemán y ahora el árabe. No se entiende nada, pero se transmite una sensación: el villano es distinto, lejano, peligroso.
Esa misma sensación de riesgo, que fuerza a cerrar fronteras, también es la excusa para el cierre de “The West Wing”, relato hiperrealista sobre la vida en el ala oeste de la Casa Blanca que, esta vez, cuenta el secuestro de la hija del presidente a manos de un comando terrorista. Estados Unidos está en riesgo, con una alerta roja que proviene siempre de los mismos focos de conflicto: Pakistán, Siria, y tal vez para tomar distancia de las políticas de George Bush Jr. no se menciona a Irak. Si la serie de Martin Sheen fue reconocida (e incluso vapuleada) por su contenido pacifista-responsable, y si su presidente de ficción es un deliberado defensor de la vía diplomática, esta vez no queda al margen del tema de estos días: el enemigo externo acecha incluso a la familia del presidente, y genera un controvertido dilema en el demócrata: “Si me piden que lance misiles sobre Tel Aviv por la vida de mi hija... ¿acaso no lo haría?”.
El razonamiento, en definitiva, retoma las formas sofisticadas del terrorismo que pondrían en crisis todo cargo de conciencia para habilitarla salida violenta. ¿Alguna semejanza con la realidad? El presidente nombra un sucesor provisorio (un ultraconservador) para no entrar en conflicto de intereses (su hija vs. la nación) y el final de temporada parece un reflejo de los tiempos: el nuevo es un hombre vulgar, que habla como un cuadro castrense, y anuncia la mano dura para, ante todo, no negociar. Pegada a la realidad, buscando sus temas en la “vida bajo amenaza”, la ficción habla del mundo y deja flotante una sentencia: los Estados Unidos están en peligro y el resto del mundo es un lugar horrible.