Dom 24.02.2002

ESPECTáCULOS  › HECTOR ALTERIO HABLA DE SU RELACION CON EL OSCAR DE HOLLYWOOD, DE SU LARGO EXILIO EN ESPAÑA Y DE LA INTERMINABLE DIASPORA ARGENTINA

“Hay que pensar primero en la gente que perdió todo, en los que ahora no tienen nada”

De regreso en Buenos Aires para el rodaje de “Apasionados”, una comedia dirigida por Juan José Jusid, el actor de “La tregua” y “La historia oficial” es optimista acerca de las chances que puede tener en la Academia de Hollywood “El hijo de la novia”. “Parece que doy suerte”, dice.

Por Ana Bianco

Enfundado en un elegante traje color manteca, Héctor Alterio tiene todo el aspecto de un bon vivant. La escena es una boda y Alterio es Coco, el padre del novio. Se filma Apasionados, la nueva película de Juan José Jusid, con Nancy Dupláa, Pablo Echarri, Natalia Verbeke y coproducción de Telefé con España. En un alto del rodaje, Alterio –que desde hace veintisiete años está radicado en Madrid y viene a Buenos Aires sólo a filmar– conversa con Página/12. Se explaya sobre la candidatura al Oscar de El hijo de la novia como mejor film en idioma extranjero, no elude el tema del exilio, habla de la diáspora argentina actual, comenta su personaje en la nueva comedia romántica de Jusid y se entusiasma con un nuevo proyecto junto a Marcelo Piñeyro.
–“La historia oficial” obtuvo el Oscar en 1986, en la post-dictadura. Teniendo en cuenta la difícil situación política actual, ¿cree que la Academia podría considerar estos aspectos a la hora de entregar los premios?
–En 1986, La historia oficial obtuvo el Oscar en un entorno sociopolítico muy definido. Si pensamos con cierta suspicacia en este momento, un premio podría aliviar tensiones, sería como un forma de colaborar con nosotros. Pero es hilar muy fino en una circunstancia en que uno no sabe cómo es el manejo de esa “cocina” interna. La Academia está compuesta por una cantidad de gente que ni está al tanto de lo que ocurre en Argentina, sin embargo votan y hacen que las votaciones tengan como corolario en primera instancia esta nominación. La casualidad también existe. Recuerdo que gané en el Festival de San Sebastián el premio al mejor actor, por A un Dios desconocido, de Jaime Chávarri, como una respuesta contestataria. Yo estaba recién llegado y con amenazas por las circunstancias que vivía el país en 1977. Estas son sólo simples deducciones que hago a sabiendas de que a San Sebastián lo conozco mejor que a Hollywood.
–¿Tiene algún pálpito respecto del Oscar?
–No sé, parece que yo traigo suerte. Esta es la quinta nominación al Oscar de una película en la que yo participo. La primera fue con La tregua, la segunda con Camila, la tercera con El nido de Jaime de Armiñán y la cuarta con la que ganamos el Oscar, La historia oficial. La película Volver a empezar, de José Luis Garci, podría haberse constituido en la sexta para mí. Un contrato firmado con otra película me impidió ser el protagonista y, no obstante, Garci, para convencerme me dijo: “Mira, Héctor, que con esta película nos ganamos el Oscar, así que acepta porque vamos a trascender tú y yo”. Lo tomé como una broma, pero luego con el resultado... Lo llamaron a Antonio Ferrandis que lo hizo estupendamente. Ahora se presenta una nueva oportunidad con El hijo de la novia. Desde hace tres meses se exhibe en Madrid y en el resto de España y la reacción del público español es exactamente igual a la de un argentino. La propuesta, con los códigos nuestros, los guiños, el humor porteño y la historia que se cuenta, puede ser tan localista, que de pronto se universaliza y ese señor anónimo español se ríe, se entretiene, se emociona en el mismo momento que lo hace un argentino. Esto me hace pensar –y ahora viene el pálpito– que esta posibilidad de universalizar los sentimientos puede redundar para que ganemos otro Oscar.
–¿Qué lo llevó al exilio hace veintisiete años?
–El tiempo es muy sabio. De pronto ahora lo cuento con cierta distancia, como si le hubiese pasado a otro. Y eso es producto del tiempo, como sucedió en una escuela: le preguntaron a los chicos qué significaba la Triple A y los chicos respondieron que era una vacuna. No sé si la respuesta estaba condicionada a la necesidad de algunos sectores para borrar nuestro pasado o verdaderamente es producto del tiempo. Hay una necesidad imperiosa de no borrar la memoria, no se trata de venganza. Es la única cosa que intento no olvidar. Si me retrotraigo a veintisiete añosatrás, lo pasé muy mal, especialmente los primeros tres años. En un país que no conocía ni él me conocía a mí. Un español desconocido me ayudaba materialmente con dinero, con trabajo, con cosas concretas. La sensación de estar solo en el mundo, desamparado como en el desierto, no teniendo de dónde agarrarme y de pronto me tienden una mano amiga. Esa solidaridad me conmocionó y me hizo amar a España y a su gente, en circunstancias en las que todavía vivía Franco y no era tan fácil todo...
–¿Su salida de Argentina fue producto de una amenaza?
–Yo estaba en el Festival de San Sebastián, donde se exhibía La tregua. Era septiembre del ‘74. Desde allí me enteré de las amenazas que llegaron a mi casa, con un remitente falso, el de Mercedes Sosa. Mi mujer pensó que mandaba una carta Mercedes, la abrió y se encontró con una misiva con la Triple A como rótulo y que me conminaban a ausentarme del país en el plazo de 48 horas y que si no iba a ser ejecutado en el lugar donde me encontrasen. Si yo supiese quién me amenazó... Puedo decir que López Rega creó la Triple A y que Isabel Perón posibilitó que estuviera López Rega. Estando ya en el exilio, un grupo de compañeros fue a ver a López Rega para informarle de la situación de los exiliados y López Rega se escandalizó por lo que estábamos viviendo y les dijo que iba a prestar todo su apoyo para que nosotros volviéramos...No era lo mismo en ese momento matar a un sindicalista que amenazar a un artista. Norman Brisky, Luis Brandoni, Nacha Guevara, Horacio Guarany y yo fuimos los cinco primeros. Ellos cuatro salieron para Latinoamérica, la prensa tomó esa noticia y la difundió, que era lo que la Triple A quería. A partir de ese momento empezaron a matar a sindicalistas, a Rodolfo Ortega Peña, que era un abogado laboralista, lo mataron a Risieri Frondizi... Me amenazaron sin haber sido partícipe de ningún grupo político. Simplemente tenía una posición tomada, que se reflejaba en las entrevistas y se desprendía que yo no era de derecha. Mi mujer tomó conciencia de que la cosa acá iba para largo y agarró a mis hijos que estaban diseminados por distintas casas y se vino para España. El temor era tal que el dueño del departamento le dijo: “Mire señora, tiene que dejar el departamento porque hay gente que se queja...”
–¿Cómo ve este éxodo masivo de argentinos hacia España?
–Lo corroboro a diario. Además de recibir llamadas telefónicas de amigos de amigos, que me consultan cómo se puede desarrollar la vida en España, dónde y cómo alquilar, dónde mandar los chicos al colegio, mi casa se transforma en una especie de consulado argentino que yo ejerzo con todo gusto. Se da en mí una dicotomía: por un lado me siento bien orientando a la gente y por otro lado me siento mal porque estoy facilitando el desagote de mi país. Es la realidad, de pronto vienen parejas jóvenes, corajudas, con tres o cuatro chicos y con algunos de ellos entrando en la adolescencia y con edades difíciles para tomar este tipo de decisiones de desarraigarlos, en el momento en que están empezando a vivir en el país. La gente viene a labrarse un porvenir y parecería que yo estoy favoreciendo la diáspora. Cuando sucedieron los acontecimientos de diciembre en Argentina, hubo mucha información en los diarios españoles. Me provocaba cierta aprensión leer que las empresas españolas radicadas en la Argentina confesaban que estaban desesperadas porque en vez de ganar el setenta por ciento iban a ganar el treinta y cinco por ciento. Hay que pensar en la gente de acá, que perdió todo y no tiene nada. Rescato –más allá del palabrerío político– la reacción del español medio que no se olvida que la Argentina ayudó a España, en un momento en que el resto del mundo le dio la espalda, inmediatamente después de la Guerra Civil. Hay gente que conoció la revista Billiken porque se envolvía el pan y eso es lo más conmovedor. No la reacción del oficialismo y su palabrerío que esconde intereses económicos.
–Volviendo a la película, ¿es la segunda vez que trabaja con Jusid? –En La infidelidad fue la primera vez que trabajé con él. Creo que era 1970 o 1971. De pronto, como ocurre en esta profesión, pueden pasar dos meses o veinte años. Lo respeto y lo aprecio mucho a Juancho. En la película soy Coco, el padre de Pablo Echarri. Trato de orientarlo sin tener una actitud tradicional, por las circunstancias que está viviendo y por los problemas en que se va metiendo a través de la película.
–En “El hijo de la novia” y en “Apasionados” su personaje es similar...
–Sí, es verdad, en la película de Campanella soy el padre de Darín. A Ricardo lo conozco desde que era un gurrumín y pululaba junto con la madre y el padre, que eran actores, por el Canal 7. De eso me hizo acordar él y me dijo que tiene una foto de las grandes novelas que hacíamos con Sergio Renán y donde estaba allí chiquitito.
–¿Y “Kamchatka”, la nueva película de Marcelo Piñeyro?
–He participado en todas sus películas. Leo Sbaraglia y yo somos sus actores fetiches y Marcelo nos incluye siempre. Y esto es bienvenido, pero además el guión es maravilloso. Me ha conmocionado la forma en que está encarada la historia. A Marcelo lo quiero y lo respeto por ser tan talentoso y tan buena gente. No es casual que casi todas sus películas rocen el millón de espectadores. El guión transcurre durante los años de la dictadura militar en la Argentina y es la mirada de una criatura de siete años que va descubriendo, en su desconcierto y en su inocencia, lo que ocurre. Personifico al abuelo y Leo Sbaraglia es el padre. Lo más atractivo y original es que el chico no entiende qué pasa, percibe de pronto que su amigo no quiere seguir jugando, porque los padres del amiguito no quieren tener relaciones con los padres de él. Esas cosas que se producían durante el Proceso, del tipo: “No te metas con esta gente que por algo será que se tienen que ir”. Soy el abuelo que vive en la provincia de Buenos Aires con mi mujer y por no estar implicado en nada que lo pueda comprometer y por vivir afuera accedo a tener al chico. Esas circunstancias de desprendimientos en las familias, sucedía que unos se iban, otros desaparecían y otros se resguardaban. Todo esto que hemos padecido los argentinos.
–Con más de un centenar de películas, ¿qué le queda por hacer?
–Me gustaría tener una continuidad de trabajo seguro y dosificado, que me permita respirar tranquilo. Filmar cosas con más tiempo y mejor; pero ésta es una profesión tan inesperada, tan poco segura que de pronto filmo y luego me quedo a esperar. Los actores no tenemos nuestro trabajo programado como los tenores, hasta el 2005. Yo tengo programado sólo hasta ahora. Los actores somos materiales descartables. En general los directores tienen una lista de actores que van llamando y si uno no puede llaman al que sigue. De pronto se agotó ese actor y se vuelve a recuperar otra vez, como el reciclaje que se hace de las cosas descartables.

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