Sáb 05.07.2003

ESPECTáCULOS  › ENTREVISTA A SANTIAGO DORIA, DIRECTOR DE LA OBRA “¡PICA AL CUENTO!”

“Los pibes no perdieron imaginación”

La pieza usa textos de Graciela Sverdlick y Graciela Montes para apelar al mundo que, pese al auge digital, persiste en los niños.

› Por Silvina Friera

“Las palabras son magia. Se hacen monstruos, mariposas, príncipes y barcos perdidos.” Esta perspectiva –excusa vital para narrar relatos dramáticamente– prevalece en ¡Pica al cuento!, obra de teatro infantil que se presenta los sábados, domingos y feriados a las 15 en la Casona del Teatro (Corrientes 1979) y cuenta con la dramaturgia de Graciela Sverdlick, dirección de Santiago Doria y producción musical de Carlos Gianni. Dos personajes (Lulú Pérez y José Fin), interpretados por los actores Karina Hepner y Belisario Román, buscan el rastro de un cuento extraviado. El encuentro fortuito de estas criaturas, muy diferentes, pero unidas por una pasión compartida, el amor por los cuentos, permite homologar ese grito de la infancia “¡Piedra libre!”, que muchos lanzaban cuando jugaban a las escondidas, con la exclamación que propone el título de esta pieza, basada en tres relatos de Sverdlick (“El mono azul”, “Carabonita” y “Poesías con animales” y la adaptación que ella hizo de “El ratón feroz”, de Graciela Montes).
“Por suerte, los niños no perdieron por completo la inventiva de subirse a una escoba y hacer un caballito con los elementos mínimos e indispensables para jugar. Al chico, a pesar de la computación, aún le interesa agarrar una latita y jugar al teléfono, aprovechar los objetos y transformarlos mediante su infinita imaginación. Hay que incentivar constantemente la capacidad lúdica en los niños y creo que esta obra lo hace de principio a fin”, señala Doria en la entrevista con Página/12.
Doria, responsable de la dirección de Camino a la meca, con China Zorrilla, Juan Carlos Dual y Thelma Biral (en el Multiteatro), actor y titiritero (durante diez años integró el grupo de Mane Bernardo y Sarah Bianchi), comenta que el trabajo más complejo en ¡Pica al cuento! fue compatibilizar el desdoblamiento de los actores, que son a la vez los relatores del cuento y quienes interpretan los personajes. “Creamos un espacio físico donde todos los ambientes que disparan las historias puedan estar comprendidos. El teatro, precisamente, tiene esa necesidad de síntesis, de condensar un relato en una cajita, buscando en la medida de lo posible una unidad de espacio y de tiempo. Trabajamos con tres escaleras de distintos tamaños, que se convierten en árboles o en castillos, de acuerdo con los requerimientos de cada cuento”, señala el director.
–¿Por qué los adultos pierden la capacidad de imaginar y jugar?
–Por la convención, por el temor a que crean que está loco o desequilibrado o que no maduró lo suficiente si se permite jugar a imaginar. Cuando hace teatro, la gente está recuperando esa cantidad de posibilidades de ser que ofrece un escenario. Aunque el ser humano está atrapado por la rutina y por la mirada de los otros, creo que hasta el hombre más serio y ejecutivo, si se los rasca un poquito, muestra el payaso que lleva dentro. A veces son comportamientos o formalismos que generan que cada actividad o profesión imponga un disfraz. Entonces, el abogado va disfrazado toda su vida de abogado y cumple con ese mandato.
–¿Qué tipo de historias o estructuras les gustan a los chicos?
–Buscan cierta complejidad, no se conforman con algo servido en bandeja. En este sentido, ¡Pica al cuento! posee un gran atractivo para los niños, por ese salto constante y vertiginoso que se da entre el que relata la historia y el que la actúa. Atractivo porque, en definitiva, también se produce en la casa, a lo mejor en forma más rústica. Una abuela que cuenta un cuento y cambia la voz cuando aparece el ratón, el perro o el gato, lo está interpretando para su nieto, pone en práctica el “hagamos de cuenta que”.
–¿Implica un desafío particular hacer una obra para chicos?
–El teatro para chicos es como la pediatría respecto de la medicina: hay que recibirse primero de médico y después seguir la especialidad. La responsabilidad es muy grande, porque los niños son un público muy particular. Todo lo que se hace desde un escenario está relacionado con una formación muy directa: el grande puede estar más a la defensiva del mensaje que les quieran introducir; en cambio, el chico es un campo más fértil y entonces el cuidado tiene que ser mucho riguroso en cuanto a la forma, lo estético, lo que se piensa, se dice y se hace. Si bien el chico puede ser hasta soez en su comportamiento, nosotros no necesitamos hacer cosas soeces arriba de un escenario. Todo lo que ve el chico como espectador debe propiciar más el ejemplo que la ruptura, porque es una persona en formación.
–Sin ser meramente pedagógico, ¿el teatro para chicos debe cumplir un rol similar al educativo?
–Por empezar, el teatro forma espectadores. Un chico, cuyo padre está acostumbrado a llevarlo al teatro una vez por mes, es probable que cuando sea adolescente, de cuatro sábados, tres vaya a bailar y uno al teatro. Sucede lo mismo con la lectura. En una casa en donde los padres leen mucho, el chico se contagia de ese gusto y tiene más posibilidades de ser un lector que en aquellas familias en las que el libro está ausente.

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