Mar 26.02.2002

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Un buen dibujante siempre tiene un conejo para sacar de la galera

Chuck Jones fue el creador de gigantes como Bugs Bunny, el Correcaminos y el Pato Lucas. Su muerte cierra una historia de oro.

Chuck Jones siempre prefirió hablar a través de sus personajes. Acaso por eso, su nombre permaneció durante años bajo la sombra de criaturas como Bugs Bunny, Wile E. Coyote, el Pato Lucas, Porky y el Correcaminos. Quienes lo conocieron destacan su espíritu corrosivo pero sereno, que mantuvo insobornable hasta el final. Jones, injustamente desconocido fuera del ámbito de la animación (pese a sus increíbles pergaminos en el rubro), pero dueño de un prestigio indiscutible dentro del ambiente artístico, murió de un ataque cardíaco en Los Angeles. Dejó más de 300 películas de dibujos animados, y un mundo aún más grande de sueños y fantasías, que lo sobrevivirán largamente. Tenía 89 años, y más de 70 de trayectoria profesional.
Algunos se atrevieron a comparar su estatura artística con la de Walt Disney. Otros, más osados, aseguran que lo superó. Una mirada menos partidista concluiría en que fueron distintos, aunque compatibles en función de las necesidades de la industria a lo largo de los años. Jones admiraba a Disney, pero no tardó en diferenciarse, particularmente en la concepción de sus personajes. Jones se destacó especialmente por la profundidad psicológica que les dio a sus criaturas y por el ácido perfil que supo trazar sobre la condición humana. Sólo habría que ejercitar una recorrida por los sketchs más famosos de Bugs Bunny, el Coyote o el Correcaminos para corroborarlo. Su universidad fue Hollywood. Allí conoció lo mejor y lo peor, en todos los aspectos. Y, fundamentalmente, aprendió a reírse de las contradicciones. No en vano, sus grandes ídolos fueron los capos del cine mudo: Charles Chaplin o Buster Keaton. Aprendió a capitalizar los conocimientos adquiridos sobre el ritmo, la presentación justa de los gags y la expresión de la personalidad a través de los movimientos, hasta convertirlos en herederos de la tradición de la comedia física.
Hacia 1930, Jones todavía dibujaba caricaturas por un dólar en el centro de Los Angeles. Recién en 1936 incursionó en la animación y dos temporadas más tarde, a los 25 años, ya era director. Atrás habían quedado sus trabajos como ayudante del legendario dibujante de Disney Ubbe Iwerks. Empezó a tocar el cielo con las manos cuando lo contrataron del estudio de Leon Schlesinger, que dos años después fue comprado por la Warner Bros. Allí fue donde creó los personajes que conquistaron a millones de espectadores. Jones trabajó posteriormente para los estudios MGM, donde nacieron las aventuras de Tom y Jerry. Junto con Winsor McCay, el diseñador del primer dibujo animado, y Walt Disney, Jones fue de los primeros en entrar al Salón de la Fama de la Animación. Su prolífica producción recibió más tarde el reconocimiento de la Academia de Hollywood, expresado en cuatro premios, entre ellos un Oscar honorario en 1996 y tres más como director.
A pesar de su edad avanzada, en los últimos tiempos había firmado un contrato de por vida con Warner, dedicándose a crear una serie de dibujos para el sitio web de la compañía. El temple de incansable creador se refleja claramente en una de sus últimas declaraciones periodísticas: “La gente dice que yo no sé nada de todo esto, y yo estoy de acuerdo. Pero tampoco sabía cómo se hacía un dibujo animado cuando empecé”. “Hoy, el mundo está un poco más triste”, declaró Barry Meyer, presidente de Warner Bros. “Chuck Jones era tan querido como los personajes que creó”, concluyó el empresario, consciente de que buena parte del prestigio y de los capitales amasados por la Warner se lo deben al viejo Jones.

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