ESPECTáCULOS
“El vino de ciruela”, una Susana Rinaldi que se multiplica por tres
La cantante y actriz presenta a partir de mañana en el Broadway esta pieza de Arístides Vargas, una reflexión sobre los históricos prejuicios sobre lo masculino y lo femenino: “Es una profunda observación sobre nuestra sociedad”, dice en esta entrevista.
› Por Hilda Cabrera
“Pertenecemos a un mismo pueblo. Te comprendo, hermano”, le diría la actriz y cantante Susana Rinaldi al autor de la obra que eligió para volver a la escena como intérprete de personajes que atraviesan exilios y soledades, sin perder por ello el humor. Ese autor es el mendocino Arístides Vargas, radicado desde 1976 en Ecuador, después de permanecer un tiempo en Perú. La obra es La edad de la ciruela, título que fue sustituido por El vino de ciruela en el estreno de Rinaldi, que será mañana en el Teatro Broadway, de avenida Corrientes 1155. Fundador del Grupo Malayerba, Vargas ha realizado breves giras a Buenos Aires y Mendoza con obras de tono crítico y poético. En 2000 trajo al Teatro Cervantes su pieza Pluma, donde destacó los elementos mágicos de una historia cuyo protagonista era un joven soñador y rebelde, y la conmovedora Nuestra Señora de las Nubes, donde dos exiliados describen experiencias tragicómicas sobre temas como la soledad, el amor y el autoritarismo. “El exilio empieza cuando comenzamos a matar las cosas que amamos”, se reflexionaba en aquel trabajo, especie de resguardo frente a la violencia del olvido.
Ese rescate de lo amado y vivido es uno de los puntales de la obra que ahora presenta Rinaldi, quien cumple los roles de la tía Adriática, la sobrina Jacinta y la abuela Gumersinda. Esta obra de Vargas fue vista también en Mendoza, escenificada por el Grupo Sobretablas. En la première porteña, la adaptación es de Rubén Pires, quien codirige junto a Manuel González Gil. Actúan Rita Terranova, en el papel de una madre “que es pura dedicación”, Ligia Piro, “la chiquilina que relata la obra”, como apunta Rinaldi a Página/12, refiriéndose al personaje que interpreta su hija en la vida real; Perla Santalla, Magela Zanotta y Claudia Pisanú (la mucama). La música pertenece a Juan Carlos Cuacci; el vestuario y la escenografía, a Pepe Uría, y el diseño de luces, a Roberto Traferri. “La obra se desencadena a la manera de un racconto, tras la muerte de la madre. Ella es la figura-tronco en estas historias de mujeres atadas a prejuicios, que se sienten solas aun estando acompañadas”, sintetiza Rinaldi, quien no desdeña la militancia política (su candidatura a ocupar la banca de senador por la minoría porteña tras el fallecimiento de Alfredo Bravo, del Partido Socialista) ni la tarea cultural que se le delegó como embajadora itinerante de la Unesco.
–¿Qué la decidió a mostrarse nuevamente como actriz?
–Me entusiasmé al leer la obra de este autor que se sirve de un exilio permanente para observar con gran profundidad a nuestra sociedad, que anda siempre por los mismos andariveles. Los argentinos no hemos modificado esos esquemas que van en contra nuestro. A mí no me interesa volver al teatro con un personaje armadito sino con seres de la carnadura que tienen éstos. En esta obra la memoria es un espacio infinito que nos protege de situaciones de exilio y soledad, incluso de desesperación. En ese espacio de la memoria, siento que el presente “puede ser realizado”.
–Los recuerdos pasan aquí por las experiencias de varias generaciones de mujeres. ¿En ese racconto se propone una mirada nueva sobre lo femenino?
–A las mujeres se les enseñó históricamente a esconder los sentimientos, como también a los hombres cuando se trata de emociones no aceptadas por el entorno. Lo diferente es considerado signo de debilidad. Ocurre lo que en Carta a mi madre, de Simone de Beauvoir. La obra descubre los prejuicios a los que estamos sujetas las mujeres, impuestos por sociedades que prefieren los ghettos. Por un lado lo femenino y por otro lo masculino. Siempre nos faltará a los humanos esa otra sensibilidad que nos completa. Esta es una familia que no se permitió ser diferente, un rasgo común en una sociedad como la nuestra, que no sabe poner el no y elsí donde corresponde. Es ahí donde otros nos llevan ventaja. Los argentinos, en cambio, caemos siempre en la misma trampa.
–¿Cómo es esta preocupación por el propio país cuando se vive afuera?
–Estuve radicada en París durante 27 años, pero con viajes periódicos a Buenos Aires y a otras ciudades de Europa y América. Fueron años compartidos. Ahora, una gente amiga me brindó la oportunidad de quedarme en Roma, y ahí estoy. Quizá me toca dar la vuelta que mi papá no dio. Era de Amalfi, llegó a Buenos Aires a los 16 años y se quedó. Pertenecía a una familia de dinero que fue muy presionada por el fascismo. Italia es hoy un país acostumbrado a convivir con las Brigadas Rojas y la Mafia, el Vaticano y el socialismo. Un país rico en experiencia de vida y con un presente abierto a todas las culturas. Creo que se tiene una escondida admiración por los argentinos, y esto no pasa sólo por el fútbol, por Maradona, sino por el arte y especialmente la música. Funcionarios italianos como Veltroni, intendente de Roma, vinieron a la Argentina sin que nadie lo supiera para saber qué pasaba con los pedidos de pasaportes al Consulado. Hace más de un año que Italia ofrece trabajo a profesionales argentinos: ya se abrieron unos 140 puestos.
–¿Qué otros proyectos tiene?
–Existe la posibilidad de llevar esta obra a España, y está lo que ya tengo acordado en Europa, donde regreso en octubre. Me contrataron para dos producciones discográficas. Una es un homenaje a la música de los compositores Alberto Ginastera, Carlos Guastavino y Astor Piazzolla, donde participo junto a la cantante Teresa Berganza. La otra grabación es con Martirio. Además, tengo acordadas presentaciones en España, Italia y Francia. Hice varios recitales en Alemania, Holanda, Suecia, Dinamarca y Finlandia, y pude comprobar que es cada vez mayor la cantidad de espacios artísticos que se nos están abriendo a los argentinos.