ESPECTáCULOS
“Yo aprendí la música como una forma de vida”
El saxofonista Miguel De Caro, sobrino nieto de los históricos Julio y Francisco, sostiene que el legado familiar es un orgullo y no una presión. “Los tangueros respetan mi honestidad”, dice.
› Por Karina Micheletto
Miguel De Caro recuerda con cierta nostalgia las horas que pasaba escuchando o participando de prolongadas jam sessions en el bar Británico de San Telmo, cuando todavía era un adolescente. Allí se reunían integrantes de las orquestas estables de radios como El Mundo y Splendid; era el lugar ideal para empaparse de todo aquello que la academia no alcanza a enseñar. “Ahí aprendí los secretos del tango”, cuenta ahora De Caro. Aunque, en su caso, el tango forma parte de un legado familiar: sus tíos abuelos son Julio y Francisco De Caro, intérpretes, compositores y directores que marcaron momentos clave en la historia del género. Un género que Miguel De Caro abordó con un instrumento bastante atípico: el saxofón. Hoy y todos los domingos a las 19.30, el músico se presenta en el bar Celta (Sarmiento y Rodríguez Peña), junto a Walter Pángaro y Martín Scalerandi en guitarras, Osvaldo Tubino en bajo y Paula Macía en voz. La elección del bar no es casual: ese mismo lugar, cercano a la Asociación Profesional de Orquestas, supo convocar entre sus mesas a Troilo y a Pugliese, por ejemplo.
–Un saxo que lleva la melodía en el tango puede ser visto como una herejía. ¿Cómo lo tratan los tangueros tradicionales?
–Nunca tuve problemas. Soy amigo de grandes tangueros como Osvaldo Montes, Julio Pane, Raúl Garello y la gente de la Orquesta de Tango de Buenos Aires. No hay problemas porque yo no le falto el respeto al tango. No subestimo al género, no soy de los que dicen “yo hago tango pero estoy para más”. En todo caso estoy luchando por introducir algunos cambios. Los tangueros me respetan porque se dan cuenta de que soy honesto: esto es lo que yo puedo hacer, y lo hago lo mejor que puedo.
–¿Cómo pasó del jazz al tango?
–No fue un pasaje. El jazz es la más evolucionada de las músicas populares, y yo lo tomo pensando en lo que me aporta para el tango: agilidad en el instrumento y posibilidades melódicas. Pero siempre hice tango, porque me crié en el tango. Conozco sus recovecos, la cosa negra que tiene, por una cuestión corporal, casi sanguínea. Yo crecí en un caserón tipo chorizo lleno de familia, casi todos eran músicos, y ahí aprendí la música como una forma de vida.
–¿Qué recuerdos guarda de Julio y Francisco De Caro?
–A quien más recuerdo es a Julio, con él tenía más relación. Tengo un montón de cartas suyas guardadas, porque en la última época él estaba bastante sordo y prefería mantener charlas por carta. Ahí me daba consejos que de alguna manera calmaban mi desesperación juvenil.
–¿Cómo lleva el apellido?
–Con orgullo, por supuesto. Pero yo no me presento como “el sobrino de los tangueros”. Y tampoco me van a ver por eso. Yo trabajé mucho para hacer mi propia historia.
–¿Cómo trabaja la improvisación en el tango?
–Es difícil, porque no son tantos los músicos que pueden tocar callejero, de arrabal. No les resto mérito a los que son más de tablero, son cosas diferentes. A mí me gusta la libertad, lo que hacía gente como Osvaldo Tarantino o Angel Sanzó. Tipos que entienden códigos, que adivinan tus intenciones, no sólo las musicales, que te huelen en el aire. Gente de la que hay que cuidarse cuando tocás con ellos. Otro tipo así es Walter Pángaro, mi guitarrista, que sabe todo sin haber estudiado nada.
–Suele decirse que la suya es una generación bisagra en el tango, que no pudo o no supo recoger el legado de los grandes maestros. ¿Lo siente así?
–Claro, pero no sólo en el tango. La mía es una generación que pintaba muy fuerte, y fue la más golpeada. A mí me salvó la música y el deseo inclaudicable. Pero muchas veces estuve muy solo.
–¿Y en el tango hizo una búsqueda solitaria?
–En un momento, sí. En los 80 quería hacer tango y no encontraba músicos que me acompañaran. Los jóvenes todavía no tenían experiencia. Los más grandes estaban en otra, y los que se interesaban en el tango estaban tan castigados que ya no tenían fuerzas para ponerse a pelear.
–¿Y cómo ve el panorama actual?
–Todavía tienen que surgir ídolos de carne y hueso, que vivan hoy y que tengan los mismos problemas que el que los escucha. Sí hay grandes figuras en el baile, Miguel Angel Zotto es la más importante. En la música, Julio Pane pinta para ídolo, es un tipo que ya está marcando camino. Pero faltan guías. Así que, para mí, esto recién empieza.