Dom 03.08.2003

ESPECTáCULOS

“Yo no soy creyente, pero la danza es mi religión”

De regreso al Teatro Colón después de dos años de ausencia se presenta hoy a las 20.30, Paloma Herrera recupera el vínculo con su público y reflexiona sobre una trayectoria que la convirtió en una de las máximas estrellas del ballet mundial: “Con los años, tengo más sabiduría y más libertad”.

› Por Silvina Friera

Cuando la figura espigada de Paloma Herrera irrumpe sobre el escenario del Teatro Colón, en el papel de la gitana Esmeralda, los espectadores, transportados por la intensidad de sus movimientos, sienten las vibraciones de la bailarina, la energía y las ondulantes emociones y desventuras por las que va transitando una mujer enamorada. Radiante y segura en su rol, con el pas de deux La Esmeralda, creado por Jules Perrot, sobre el libro de Víctor Hugo Nôtre-Dame de Paris, la bailarina argentina, considerada por la revista Dance Magazine como una de las diez artistas de la danza más importante del siglo, comenzó una serie de presentaciones, acompañada por el bailarín brasileño Marcelo Gómes, junto al ballet estable del teatro Colón, que concluirán hoy a las 20.30. El programa, novedoso para el repertorio local, incluye, además, In the Bedroom, el paus de deux del acto II de El corsario, de Marius Petipa, el grand pas Paquita, también en versión de Petipa y se completa con Aire de tango, de Ana María Stekelman. “Extrañaba mucho al público argentino que es tan cálido y afectuoso conmigo. Luego de las primeras funciones, que siempre son especiales y placenteras, vuelvo a descubrir lo gratificante que es bailar en este país”, dice Herrera en la entrevista con Página/12.
La última vez que su cuerpo etéreo se deslizó sobre el mismo escenario fue hace dos años, con Giselle. A los 15, optó por vivir en Nueva York, ciudad a la que viajó para incorporarse al American Ballet Theatre (antes de la edad mínima requerida: 16 años) y “tocó el cielo con las manos”, según suele repetir. Desde los 19, es la primera bailarina de esa compañía –la más joven en toda la historia en alcanzar esa categoría en el ABT–, reconocida y elogiada por grandes maestros, como Alicia Alonso, que la eligió como mejor intérprete de la coreografía Temas y variaciones. El exigente público neoyorquino la adora como si ella fuera una de sus hijas dilectas. Su reciente interpretación de Kitri, en el reestreno del famoso ballet Don Quijote, cautivó a la platea por la calidad de su trabajo y el humor del que está impregnada su actuación. Ha encarnado los papeles estelares de un amplio repertorio clásico como Romeo y Julieta, La Bayadera, El lago de los cisnes, El corsario, La Cenicienta, La Bella Durmiente, La doncella de las nieves y El cascanueces, entre muchos otros, y los más prestigiosos coreógrafos han creado piezas especialmente para Herrera: Twyla Tharp, James Kudelka, Nacho Duato y Jiri Kylian. Sin embargo, Paloma, sencilla (ella misma responde los mails que le envían sus fans) y reacia al áurea de estrella internacional, es sumamente cautelosa a la hora de hablar sobre el incesante prestigio que la rodea, los premios y los comentarios elogiosos que a menudo recibe. “Cuando era chiquita, en mi casa escuchaban música clásica y a mí me gustaba moverme con ese ritmo, quería bailar y no me importaba, ni siquiera imaginaba o soñaba con ser una persona famosa –señala–. Las distinciones, que integran una dimensión extra de mi carrera, no son lo que más me importa.”
–¿Le resulta una mochila pesada la experiencia de haber empezado a bailar a los 7 años?
–No, nunca lo viví de esa manera porque jamás vacilé acerca de mi vocación. A diferencia de lo que muchos creen, que con el paso del tiempo una bailarina pierde plasticidad y se acerca la hora del retiro –porque la vida útil es corta–, para mí el hecho de haber tenido una carrera tan extensa me ha permitido crecer, evolucionar y consolidarme. A los 19 tenía otro tipo de energía, otra manera de encarar un personaje, de plantarme sobre un escenario y atraer las miradas de los espectadores. Después de haber hecho los roles más importantes del repertorio clásico, no percibo el paso del tiempo como un desgaste, al contrario, sé que soy una privilegiada porque hago algo que realmente amo. Los años son maravillosos porque dan la sabiduría de la libertad. Cuanto más trabajo y ensayo, en el escenario me siento más libre, por momentos diría que alcanzo una libertadtotal. Disfruto de cada segundo de mi carrera porque siempre tengo algún proyecto por delante. Por empezar, cuando me levanto todas las mañanas, tomo mis clases y sé que siempre hay una barra que está esperándome para realizar mis ejercicios de estiramiento. La danza no es un sacrificio, es una necesidad vital.
–¿La danza es para usted un ritual religioso?
–Aunque no soy creyente, la danza es mi religión y me entrego con devoción a practicar y difundir esa fe misteriosa. No puedo deslindarme de esta creencia, incluso cuando me tomo vacaciones –que por cierto son imprescindibles luego de una larga temporada–, después de unos días, necesito volver a conectarme con mi cuerpo, como el aire que respiro, escuchar la música y recuperar ese espacio introspectivo para reflexionar.
–¿Qué roles son los que más satisfacciones le aportaron?
–Es difícil indicar uno sólo en particular porque todos los papeles me han resultado tan complejos como atractivos, no sólo por el aspecto técnico sino por el nivel de compromiso psicológico y dramático que requieren. Lo fascinante es poder vivir en el cuerpo y alma de diferentes personajes, un espíritu, un cisne, sólo por una hora o dos. La magia de encarnar otras vidas, pese a la fugacidad, reside en los desdoblamientos que puede tener un mismo rol: en cuestión de minutos, el público puede presenciar la cara opuesta de Julieta o de Giselle. Entre mis favoritos están Romeo y Julieta y Don Quijote, este último muy especial porque me ha acompañado durante toda mi carrera. Con ese ballet hice uno de mis primeros roles como solista (en el papel de Cupido), pero también como bailarina principal, a los 19 años, con Julio Bocca.

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