Mar 12.08.2003

ESPECTáCULOS  › ANTONIO CELICO Y EL BALDIO TEATRO

Revival de los ‘80

› Por Cecilia Hopkins

Bajo el signo de la coreografía y el playback de bajo presupuesto, la moda pop y el discurso publicitario, promediando los años ‘80 se había impuesto un teatro paródico y festivo que tuvo entre sus cultoras a Las Ricuritas, Las Gambas al Ajillo y Las Hermanas Nervio, todas ellas muchachas sin pelos en la lengua y con ganas de atreverse a todo. Hay mucho de ese revival ecléctico en Fría como azulejo de cocina, espectáculo de El Baldío Teatro, que dirige Antonio Célico. La obra, sorprendentemente alejada de las investigaciones relativas a la antropología teatral que promueve el grupo, parece destinada a saldar una cuenta pendiente con aquel género de espectáculo, sin abandonar por esto la rigurosidad formal de otras propuestas. Los tres monólogos que integran la obra son el resultado de la reescritura dramatúrgica de tres cuentos de Susana Torres Molina realizada por Célico, más el aporte de las tres actrices.
En el centro de Fría... está, en consecuencia, un trío de mujeres al que –detrás del gesto lánguido del aburrimiento que impone el mismo programa de tevé de siempre o el eterno ritual de la depilación– se le nota un espíritu aguerrido. Incapaces de ser amas de casa de tiempo completo, las tres se convierten en explosivas divas que se autoparodian coreografiando temas emblemáticos del pop. Y tras el introito colectivo, cada cual tiene su momento de confesión. Tal como sugiere el título del primer monólogo (“Una orgía al más puro estilo Braille”), el personaje (Karina Constantini) narra una experiencia de no videncia voluntaria, desde el momento en que acepta participar de una fiesta a oscuras en la cual los invitados quedaban autorizados a celebrar a gusto cada uno de los encuentros incidentales que tenían lugar en la sala. En base al cuento de Torres Molina “¿Por qué callas, amor mío?”, el segundo personaje (Laura Torres), en cambio, comparte con los espectadores un episodio en el cual se vio obligada a ejercitar imaginativas estrategias de seducción alentada por la observación de un desconocido en una plaza, y que funciona casi como un pretexto para categorizar los más variados comportamientos masculinos en relación al erotismo.
Una nueva coreografía grupal sobre música retro abre un compás de espera, esta vez con la clara intención de retratar, papas fritas y revistas femeninas mediante, los ratos de ocio de estas mujeres obsesionadas con el aspecto físico. Luego, apelando a la cercanía del público y sobre el cuento “Un cóctel llamado alegría”, el tercer personaje (Laura Martín), lanza un discurso festivo y provocador en el que realiza el recuento de ciertas ridiculeces y hábitos poco elegantes atribuidos a la población masculina, seguidas por una batería de chistes que contrastan vicios y pasiones de hombres y mujeres por igual.

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