ESPECTáCULOS
“El cante flamenco es una expresión de la libertad”
El coreógrafo y bailaor Martín Santangelo explica las ideas y sensaciones detrás de “Noche flamenca”, el espectáculo que se presenta en el Teatro Avenida, un retrato clásico del género.
› Por Karina Micheletto
Puede decirse que la historia del surgimiento y el desarrollo del flamenco guarda más de una similitud con la del tango argentino. Sus orígenes también se remontan a culturas encontradas en una tierra que las acogía por un lado y las rechazaba por el otro: los gitanos, los árabes y los judíos, en la Andalucía del siglo XV en adelante. “Los judíos eran masacrados, los gitanos humillados y perseguidos, los árabes exterminados, los moriscos (árabes conversos) expulsados, y los andaluces en general explotados. El cante flamenco nace de la amenaza, la represión, el temor, la brutalidad y la resistencia, es una tormenta de bronca y dolor”, explica el historiador Félix Grande. Igual que al tango, las versiones del flamenco for export lo cargaron de luminarias alejadas del sentido del cante y el baile tradicional. Noche Flamenca, una compañía creada en 1993 por el coreógrafo y bailaor Martín Santangelo y su esposa Soledad Barrio, ganó prestigio dentro y fuera de España por haberse mantenido al margen de esas versiones for export, con un espectáculo de calidad. Desde hoy y hasta el 17 de agosto se presentan por primera vez en la Argentina en el teatro Avenida (Avenida de Mayo 1222).
En Noche flamenca se suceden bulerías, alegrías, cantinas, soleares y seguriyas “sólo alteradas en función de una estética teatral”, explica Martín Santangelo, director y fundador de la compañía, recién llegado de Nueva York, donde se presentaron en el Lincoln Center. Las raíces de Santangelo tienen orígenes múltiples. Es neoyorquino, de madre argentina con familia en Barcelona. Recién a los 18 años, después de haber reemplazado en una película a un bailaor que se accidentó en pleno rodaje, decidió meterse de lleno en el flamenco. Entonces partió a España, donde tomó clases con maestros como Ciro, Paco Romero, el Guito y Manolete.
–En su caso, el flamenco no llegó como un legado o una tradición familiar.
–Es verdad, soy un caso raro. Mi madre vino a Nueva York a bailar contemporáneo, y aquí conoció a una pareja con la que compartimos el departamento. Resultaron ser Carmen Mora y Mario Maya, que es como el Marlon Brando del flamenco. Así fue como de pequeño estuve muy metido en el flamenco, con ellos y con muchos artistas españoles que siempre traían a casa. En el medio estuve en otras cosas, hasta que a los 18 me fui a España y me quedé. Es un forma extraña de llegar, pero positiva, porque pude tener una visión desde adentro y afuera del flamenco. Es decir, por un lado conocí las tripas del cante y el baile. Por el otro, tuve la influencia teatral de Nueva York, crecí en esa joya cultural en la que se tiene todo al alcance de la mano, desde la porquería más grande hasta la obra más bella del mundo. Eso me dio una visión teatral que me ayudó a montar el espectáculo desde otro lugar.
–¿Hasta dónde mantienen intacta la tradición y hasta dónde se permiten introducir cosas nuevas en la compañía?
–Todo lo que hacemos está basado en un flamenco muy tradicional. Lo que introduzco es una lógica teatral, porque noto que a veces se pierden cosas en el escenario. Por ejemplo, el cantaor o el guitarrista están metidos atrás del bailaor, y no se aprecian. Cuando, en realidad, la raíz y el poder del flamenco es el cante. Entonces uso la lógica teatral, pero sin trucos de luz o efectos especiales, porque creo que el efecto especial del flamenco es la personalidad que tiene cada guitarrista, bailaor o cantaor. Por eso elijo a la gente con mucho cuidado, porque cada uno expresa un arte único. Intento rescatar la historia del flamenco, que es riquísima, porque proviene de la fusión de tres culturas. A través de mucho sufrimiento, ellos encontraron en el flamenco un grito común, una forma de expresarse que tiene muchas partes: la salvaje y la intelectual, la bruta y la poética.
–Si el flamenco nació como una forma de resistencia frente a la explotación, ¿qué significa hoy?
–Creo que sigue expresando la necesidad de libertad humana, la posibilidad de ser como realmente uno es, y de pensar en función de eso. El flamenco deja un mensaje: somos individuos y tenemos el derecho a existir y pensar como querramos. Eso era lo que estaba reprimido en el momento en que surgió el flamenco. Y por eso conmueve tanto. Muchas veces sentimos que arriba del escenario están bailando con los dioses. Hay algo de verdad en eso, si está bien cantado y bailado el flamenco llega a conectarte con algo que te trasciende, casi una cosa espiritual, una experiencia humana primaria. Muchas veces, la estructura de los cantes es la misma que la de la tragedia griega: se sabe desde el principio lo que va a pasar al final. Se anuncia, por ejemplo “mi madre va a morir mañana”, y a través del cante hay un desahogo hasta que se llega al clímax o cenit. No es casual que sea la misma lógica, porque es una lógica muy humana y universal: cuando no se puede más con el sufrimiento, existe la posibilidad de salirse de uno mismo y tocar algo más profundo, con la esperanza de que otra manera de vivir es posible.