ESPECTáCULOS
› PAGINA/12 PRESENTA A PARTIR DE MAÑANA, UN NOTABLE CD EN VIVO DE JAIME ROOS
Un encuentro con el mejor equipo uruguayo
El disco “Concierto Aniversario” recupera el legendario recital con el que el autor de “Durazno y Convención” celebró sus veinte años de carrera. En el Teatro Solís, con una banda sólida y caliente, Jaime recorre sus mejores canciones, desde “Los futuros murguistas” hasta “Las luces del estadio”.
› Por Eduardo Fabregat
Sucedió en junio de 1997, en los bordes de una década que, aun cuando las dictaduras rioplatenses ya eran una pesadilla pasada, también sería pródiga en exilios y amarguras. Sobre el escenario de un imponente teatro, un hombre y su banda levantaban a un público enfervorizado, feliz a pesar de la frase tantas veces cantada: “Antes éramos campeones, les íbamos a ganar/ Hoy somos los sinvergüenzas que caen a picotear/ Uruguayos, uruguayos/ dónde fueron a parar/ por los barrios más remotos de Colombes o Amsterdam...” Sería inexacto reducir a Jaime Roos a la expresión de sólo una de sus muchas canciones, pero “Los olímpicos” es sin dudas una de sus cartas de identidad más fogosas. Como Zitarrosa, como Viglietti, como Eduardo Mateo, Rubén Rada, Dino Ciarlo, los Fattoruso, José Carbajal “El Sabalero”, Opa, Falta y Resto, Leo Maslíah y hasta el moderno Jorge Drexler, Jaime Roos expresa ese inasible espíritu del paisito, que les da color a sus campos y vibración a la tranquila urbanidad de Montevideo. Allí, a las puertas de la Ciudad Vieja, el imponente Teatro Solís se convirtió en el lugar ideal para que Jaime festejara los veinte años transcurridos desde la edición de Candombe del 31. Un Concierto Aniversario que hizo honor a sus propósitos con la conjunción de semejante escenario, tales canciones y una agrupación poderosa, que interpreta con naturalidad el complejo juego de mutaciones musicales que propone Roos.
“Candombe beat”, desliza el uruguayo cuando le piden definiciones, pero es habitual que reniegue de lo que considera –con razón– “otra etiqueta”. Roos es murga y rock and roll, canción y sentida balada de amor, “marcha camión” y funk, milonga y jazz. En esencia, el hombre de Barrio Sur posee una afinada antena para captar músicas y sentimientos de su tierra, y un instinto de DT que le hace armar sus equipos de atrás hacia delante y poner en cada puesto a un jugador criterioso. Pero Roos también sale a la cancha y distribuye juego, y La Doble es mucho más que una “banda de apoyo”. Lo comprobaron quienes atestaron el Luna Park el viernes pasado y anoche, y podrán comprobarlo quienes se sumerjan en el disco que Página/12 ofrece a sus lectores a partir de mañana, el mismo que sirvió de base a Que te abrace el viento, “el primer DVD de música uruguaya”. El Concierto Aniversario bien puede servir como retrato total de Jaime Roos, testimonio de sus canciones y su generoso modo de relación con los músicos que lo acompañan en el viaje.
“Yo soy un cancionero, un cancionista, un songwriter, como dicen los ingleses. Mi ideal sería dedicarme a hacer una melodía, una armonía, una música que, además, la complemento con los arreglos. Y que después vengan los instrumentistas”, dice Roos en el libro El sonido de la calle, de Milita Alfaro (1987). “Lo importante es la canción, la canción es más importante que yo. Cuando tengo el esqueleto, es decir su música y letra, viene otra etapa fundamental: la puesta en escena, la forma en que la canción va a ser presentada a la gente. Y ahí hay que llamar a los mejores en cada sector del campo. Como cuando se arma una selección de fútbol.” En el Solís están, entonces, los hermanos Ibarburu (Nicolás en guitarra y Martín en batería), y las potentes voces de Freddy Bessio, Benjamín Medina, Pinocho Routin, Enrique Rivero y Tony Hoaguy –un Fútbol 5 que acostumbra calentar la gola en el vestuario mucho antes de pisar el escenario–, Gustavo Montemurro en las teclas, la calentura de tambores del Negro Walter Haedo, y el enorme Hugo Fattoruso en teclado, acordeón y voz, que levanta en el teatro una ovación orgullosa con la sola mención de su nombre.
Con ese respaldo, Roos puede dedicarse con tranquilidad a otra selección, la que tiene que ver con sus canciones. Concierto Aniversario traza líneas entre el pasado y la actualidad del músico, una actualidad tan intensa como para necesitar alguna pausa entre las etapas de actividad frenética, la misma que se tomará ahora. La línea une a “Cometa de la farola” (presente en aquel debut de 1977) con “Si me voy antes que vos” (1996), canción ideal para abrir la noche y el disco, que va de la melancolía del arreglo de voces inicial a un arranque de tambores que no choca con la guitarra distorsionada. Esa línea admite todas las estaciones intermedias, y abre el juego a las expresiones de varios Jaimes, que mantienen la coherencia a pesar de su amplio panorama estilístico. Roos no es un salto caprichoso de un género a otro: en sus canciones fluye lo que se le metió bajo la piel en su existencia montevideana y lo que fue recogiendo en un exilio doloroso, ese dolor que se cuela entre los pujantes tambores de “Los olímpicos”.
Es que Roos sabe hacer del lugar común de “pinta tu aldea” una verdad grande como el mismo teatro, y un arma creativa que eriza la piel de cualquier oriental, pero también de todo el que tenga la sensibilidad atenta más allá de su bandera. ¿Acaso es necesario tener el Cerro a la vista para dejarse seducir por el retrato de “Las luces del estadio”, la hora en que no hay más reenganche, el gallego que bosteza contando la guita y los tres tipos prendidos al mármol? La melancolía pega fuerte en Uruguay pero es patrimonio rioplatense, y no siempre sugiere la derrota de los tres borrachines: en esa vena, “Piropo” deja un gusto igualmente melancólico pero amable, donde el amor prima sobre la tristeza. “Sin perder las esperanzas, te dedico esta canción”, canta Jaime y, de paso, explicita otra clase de diferencias: “De los negros el candombe, de los blancos viene el vals”. Esa mezcla de negritud rítmica y pesares del alma encuentra quizá su mejor síntesis en “Durazno y Convención”, el homenaje de Roos a las calles de su infancia, pero sobre todo a los dulces fantasmas que pueblan Montevideo. Los yiros del paseo corto, los botijas de la moña suelta y las rodillas bien mugrientas, los perros de los bichicomes, encuentran en el Solís una versión vibrante, contagiosa, realzada por el acordeón de Fattoruso y bien puesta en el final del show, antes del romántico bis de “Amándote”.
A falta de “Brindis por Pierrot”, en la lista aparecen otros dos títulos centrales en el historial del artista. Uno es “Los futuros murguistas”, grabada en el Mediocampo de 1984 y que, en esta Buenos Aires en la que el Carnaval y la murga retomaron la presencia que la dictadura quiso arrasar, borra toda frontera: “Hay tradiciones que están más muertas que un faraón/ Quién baila el pericón/ Quién pide que le den la comunión/ Hay otras vivas en las esquinas de la ciudad/ Los botijas las aprenden aunque los quieran parar”. La otra es un himno futbolero tan pleno de entusiasmo que hace olvidar un poco la pica entre selecciones. Más allá de los colores, “Cuando juega Uruguay” condensa como pocas ese sentimiento tribunero, ese fuego inexplicable que, tratándose de la Celeste, apela al Negro Jefe del Maracanazo y los championes de los pibes, y cierra con el grito de guerra “Uruguay, qué no ni no”. Otra vez, hay patrimonios rioplatenses en los que no vale la pena andar discutiendo.
Será por eso que Roos se volvió tan querido en la Argentina: basta ver su estampa y escuchar su voz grave para entender que se está ante un uruguayo de ley, pero su lenguaje y su instinto artístico abren todas las tranqueras y piden cancha, oídos y corazones alertas. El Solís fue testigo, el Luna porteño todavía está vibrando. Y, aunque parezca mentira, un redondel de plástico puede obrar el milagro de transmitir toda esa magia.