Vie 29.08.2003

ESPECTáCULOS  › JUANA HIDALGO, PROTAGONISTA DEL UNIPERSONAL “MI QUERIDA”

“El teatro despierta la solidaridad”

La actriz lleva el peso de la pieza escrita por Griselda Gambaro y dirigida por Rubén Szuchmacher, un monólogo intimista desde un personaje demasiado pendiente de los deseos de quien tiene al lado.

› Por Cecilia Hopkins

Inspirada en “Almita”, cuento de Antón Chejov, Griselda Gambaro concibió el texto de Mi querida con el convencimiento de que Juana Hidalgo sería su intérprete ideal. Poco después, el director Rubén Szuchmacher se entusiasmó con realizar la puesta y comenzó a trabajar con la actriz: de pequeño formato, la pieza se ve sábados y domingos en El Otro Lado (Lambaré 866). El discurso del personaje de Hidalgo va dirigido a los ojos del espectador, y en esa relación de sinceramiento y complicidad Olga, la protagonista, resume su vida afectiva. Es una mujer peculiar que, luego de casarse dos veces e intentar una tercera relación, en todos los casos le ocurrió lo mismo: se amolda tanto a la personalidad del que tiene al lado que su modo de pensar y sentir depende del otro. Y sólo imagina el futuro en función del deseo del hombre amado. Olga pasa de empresaria de circo a vendedora de una maderería con la misma pasión, sin preguntarse si existe una vocación que le es propia. “Hay seres así, sin un lenguaje propio, que no se dan cuenta de que otro los está arruinando”, analiza Hidalgo, tras referirse al encuentro con su propia vocación.
Hasta los 18, Hidalgo no había sentido inclinación hacia la actuación. Vivía en Villa Martelli, cursaba Ciencias Económicas y aportaba a la economía familiar como empleada estatal. Su destino cambió la noche que fue al viejo Teatro 35 para asistir a La Gaviota, de Chejov, con dirección de Rodríguez Muñoz: “Me produjo una conmoción sin límites ver a los actores desde tan cerca, sobre un escenario circular, algo tan novedoso para mí”, recuerda. Eso la estimuló a anotarse en un seminario con Rodríguez Muñoz quien, antes del año, le ofreció hacer un reemplazo en la puesta que la había fascinado. A partir de allí, la oficina fue casi lo único que conservó: debió esperar diez años más para abandonar el trabajo administrativo, cuando en 1965 estrenó The Knack (lo que hay que tener), de Ann Jillicoe, un éxito a partir del cual llegaron ofrecimientos para TV y teatro, que la impulsaron a ampliar sus estudios de actuación en el país y el extranjero. En 1976, cuando se creó el elenco estable del San Martín, Hidalgo pudo hacer un repertorio variadísimo. “Siempre seguí mis impulsos sin especulaciones y nunca quise hacer las cosas ‘de taquito’, por eso rechacé ofrecimientos”, reflexiona la actriz. “Me di el lujo de decir que no, pero andaba con el mismo pantalón durante años”, aclara.
En relación con su trabajo en Mi querida, no es la primera vez que Hidalgo está sola en escena: en 1990, con dirección de Alfredo Alcón estrenó El caballito soñado, con textos de Antonio Machado, Lorca, Marechal y Miguel Hernández, obra con la que recorrió España y buena parte del país. “Tal vez con Mi querida pase lo mismo. No hay nada más lindo que llegar a un pueblo y hacer la función en una biblioteca, en un salón o donde sea”, imagina. Otra experiencia poco menos que unipersonal fue con Los días felices, de Samuel Beckett, en la que encarnó a Winnie, una mujer que vive enterrada en un promontorio, aferrada a un ritual cotidiano que le permite, negando toda angustia, continuar con su vida.
–¿Encuentra nexos entre aquel personaje y la Olga que hoy interpreta?
–Sí, las dos se hacen preguntas sobre la realidad que son profundas, filosóficas, pero las hacen desde su ingenuidad y a través de las cosas de todos los días. A la vez, las dos son tremendamente negadoras: pero niegan para poder vivir, algo que todos hemos hecho alguna vez para resistir grandes angustias y dolores.
–¿Cree que la dependencia afectiva es más propia de las mujeres?
–Sí, hay más mujeres dependientes por una historia de sometimiento... tuvimos que romper con muchas cosas y esto nos llevó mucho tiempo, porque primero lo hicimos sólo con el intelecto.
–¿Le queda algo de cada personaje que asume?
–Algo siempre queda: cuando tuve que interpretar a Martha Pelloni, en El caso María Soledad, de Héctor Olivera, me quedó la voluntad de apostar con mi trabajo a la verdad y la justicia. Nunca estuve afiliada a un partido, pero estuve y estoy con los buenos. Por eso me alegra que, en un mismo día, ocurrieron dos cosas que esperaba: que pusieran presa a María Julia y que anularan las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Yo ya sé que el teatro no puede hacer la revolución, pero sí se puede despertar solidaridad y amor a la justicia desde los textos... por eso nunca hice algo cuyo texto no hubiera podido afirmar. Siento que debo aprovechar la empatía con la gente y por eso creo que Mi querida puede dejar cosas en el espectador: que no hay que enamorarse como Olga, porque no es bueno ser fundamentalista del amor.

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