ESPECTáCULOS
› PARA IR CON LOS CHICOS
El viaje imaginario a un mundo de murga, chacarera y rock and roll
El Murgón de la Esquina apuesta a un juego sencillo y gratificante, que rompe los límites entre el espacio lúdico y el recital. El grupo busca afirmar la teatralidad de las canciones, pero sin artificios.
› Por Silvina Friera
El Murgón de la Esquina prescinde de la grandilocuencia y los golpes de efecto, del lenguaje estereotipado y alejado de los intereses inmediatos de los niños. Aunque su propuesta musical esté basada en un repertorio ecléctico, que transita el hip hop, el candombe, el merengue, el ska, la chacarera y el rock & roll, entre otros ritmos, la banda prefiere apostar a un juego sencillo y gratificante. En escena, los cinco músicos hilvanan melodías y canciones como si fueran artesanos que disfrutan de las sutiles costuras que realizan a la vista de los espectadores. El viaje que emprenden estos músicos de espíritu itinerante tiene como punto de partida y de llegada el Teatro del Nudo. Los niños y adultos saben que en el camino realizarán escalas imprevisibles: los sonidos invitarán a sacudir las caderas, mover los pies, batir palmas, cabecear al compás de un tambor o cantar. Nadie está obligado a participar, pero la atmósfera de fiesta generada por el grupo, no obstante, deviene en celebración. Cuando la trama lo requiere, la cantante Natalia Chiesa compone a una joven ingenua, distraída o atolondrada, que no puede concluir su tema porque un compañero, víctima de una suerte de ataque de pánico, abandona su instrumento, en el preciso instante en que una canción está por terminar.
Desde que se formó en el año 2000, El Murgón de la Esquina se ha presentado en numerosos centros culturales con un puñado de canciones propias que le confieren una identidad multirrítmica. Con su primer cd homónimo, editado de manera independiente, los músicos consiguen entablar un diálogo singular con los chicos. Recrean situaciones cotidianas, como la idea del viaje por los recovecos de la imaginación, o proponen cómo entretenerse en una tarde de lluvia. Esta identidad, además, parece sustentarse en la ruptura de los límites entre el juego y el recital. La dirección de Gabriel Conlazo busca la teatralidad de cada canción, pero sin el artificio de una dramatización o, al menos camuflándola deliberadamente, bajo el manto de una supuesta improvisación. Así , la frescura sonora se traduce en naturalidad escénica de la que emanan episodios humorísticos absurdos.
Esta equivalencia, sin embargo, resulta neutralizada por giros burlescos implementados por los propios músicos. Esto sucede cuando Daniel Poloni, en “Tienes que mover los pies”, arremete con un solo de guitarra parodiando al músico que, al borde del paroxismo, salta frenéticamente, se arroja sobre el suelo, se revuelca y arrastra, convulsionado por la música, y rasga las cuerdas de su guitarra hasta con los dientes. La murga incrementa la temperatura ambiental de la sala. Facundo Alvarez exhibe no sólo su aceitado dominio en teclados y percusión. Se anima, también, a demostrar secretos del mundillo de la coreografía murguera con habilidad y desparpajo, mientras chicos y grandes imitan los pasos del maestro de ceremonias. “Ahí vienen los tambores” es una de las canciones más logradas y la última escala del viaje, que sabe cómo entretener a los pequeños.