Sáb 13.09.2003

ESPECTáCULOS

“Por amor a Neruda, yo me comprometí a divulgarlo”

El actor Franklin Caicedo explica así la larga vida de su espectáculo “Déjame cantar por ti”, sobre textos del poeta chileno, que presenta en La Casona del Teatro.

› Por Karina Micheletto

El martes 23 se cumplen treinta años de la muerte de Pablo Neruda, que desató lo que el actor chileno Franklin Caicedo recuerda como “una persecución monstruosa”: “Los militares destrozaron y saquearon la casa de Pablo. Llegaron a desviar un arroyito que corría sobre el cerro San Cristóbal para que inundara la casa, donde se hacía el funeral. Y fotografiaron a los que asistieron, para perseguirlos”, detalla. Caicedo ya vivía en la Argentina, y decidió llevar a Chile, a modo de homenaje póstumo, un espectáculo que recién comenzaba a hacer con los textos del poeta chileno. El mismo que está realizando hasta hoy, variando los textos y las anécdotas sobre el poeta, y que llevó a España, Estados Unidos, Nicaragua, Cuba, Alemania y Suecia, entre otros países. Ahora Caicedo está presentando ese espectáculo, Déjame cantar por ti, todos los sábados a las 22.30, en La Casona del Teatro (Corrientes 1979). Esta será la primera vez que no estará solo sobre el escenario: lo acompaña el guitarrista Hernán Reinaudo (integrante del grupo tanguero Treinta y Cuatro Puñaladas). El espectáculo, cuyo repertorio va cambiando con el tiempo, incluye ahora un poema muy poco conocido de Neruda, “El tigre”, y un tango de Edmundo Rivero, también escasamente difundido, “Poema Cero”. Inspirado en el “Poema Veinte” del chileno, Rivero anuncia en su tango: “Puedo escribir los versos más lunfas esta noche”.
Caicedo fue alumno de teatro de Víctor Jara, quien lo dirigió en varias obras. Conoció a Neruda cuando, junto a sus compañeros del grupo de Teatro Experimental de la Universidad de Chile, fue a pedirle una traducción de Romeo y Julieta, y el poeta les dedicó la adaptación hoy más conocida del clásico de Shakespeare. Más tarde volvió a trabajar con él en la cantata Fulgor y muerte de Joaquín Murieta, en la que Neruda rescata la figura de una suerte de Bairoletto chileno. Caicedo recuerda las visitas del autor a los largos días de ensayo para asegurarse que sus textos “corrieran bien por la boca”, y su asistencia perfecta a los estrenos, junto a Salvador Allende. Y también la timidez del poeta a la hora de interpretar sus propios versos. “Neruda no era un buen intérprete, él tenía todo adentro, pero sólo podía sacarlo mediante la escritura. Era un tipo simple, natural, y sus expresiones eran tan claras, tan directas... Igual que su poesía”, destaca el actor.
Nacido en Iquique, Caicedo llegó a la Argentina en 1969, de paso rumbo a Ecuador, pero terminó quedándose. “Iba a enseñar, a hacerme cargo del grupo teatral de una casa de la cultura ecuatoriana, pero cuando vi lo que pasaba aquí, el nivel que había, preferí quedarme a aprender”, cuenta. Su ciudad natal es tristemente famosa por la matanza de obreros del salitre que habían llegado hasta allí en huelga general, aquella que Quilapayún recreó en su “Cantata de Santa María de Iquique”. Caicedo hizo la escuela primaria en la misma escuela en la que se realizó la matanza, y su padre, joyero, casi queda dentro del círculo de huelguistas a punto de ser fusilados. “Es algo que hoy no se recuerda, como no se recuerdan muchas cosas en Chile. Y tampoco en la Argentina. ¿Cómo puede tener un cargo público Bussi, por ejemplo? Los chilenos y los argentinos tenemos algo en común: queremos sufrir Alzheimer”, dice el actor, en diálogo con Página/12.
–¿Qué recuerdos guarda de su primera presentación en Chile, tras la muerte de Neruda?
–Hermosos y tristes a la vez. Fue mi manera de homenajearlo, ya que no había podido ir al funeral. Era una época dura, pero yo dije “voy, lo hago y me vuelvo”. Recuerdo que Matilde (Urrutia, la última compañera del poeta), me invitó a su casa, a “tomar once”, como le decimos en Chile a tomar el té. Me agradeció que fuera, me recordaba con cariño de la época universitaria, ella fue la que lo convenció a Pablo de que nos diera Fulgor y muerte de Joaquín Murieta para interpretar.
–¿Qué primer impulso lo llevó a encarar este espectáculo?
–En 1970, cuando yo ya estaba viviendo acá, un amigo profesor de Literatura me dijo algo que me alarmó. Me contó que a su colegio había llegado una orden no escrita, pero que había que cumplir: no incluir a Neruda en el programa de la materia. Desde entonces me comprometí a divulgarlo. Porque yo amo a Neruda.
–¿Por qué un romance tan largo?
–Amo a los clásicos. Y para mí Neruda es un clásico. Cuando Romeo y Julieta hablan de su amor, perfectamente podrían haber dicho el “Poema Veinte”, tiene para mí el mismo valor. Los textos de Neruda no son estrafalarios ni intelectualizados, no andan con recovecos, los puede entender cualquiera. Y eso no se puede abandonar. Hay que llevarlo, darlo, entregarlo. Para mí la poesía es como la enseñanza: se trata de pasar algo valioso a los demás. Por eso me hace tan bien cuando me dicen “yo había leído a Neruda, pero cuando usted lo dice es diferente”.

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