Sáb 13.09.2003

ESPECTáCULOS  › DEBIDO A LA NOTABLE DEMANDA, ESTA SEMANA SALIO LA CUARTA EDICION DE “PIOJOS Y PIOJITOS 2”

“Fue una auténtica locura, en el mejor sentido”

La cantante y docente Mariana Cincunegui destaca la repercusión que tuvo el CD publicado por Página/12 y El Jardín de la Esquina en ocasión del Día del Niño. El disco, del que participaron más de 300 chicos, lleva vendidas treinta mil copias en un mes.

› Por Verónica Abdala

Quienes conocen el mercado de los discos infantiles saben que históricamente éste se divide en dos grandes grupos. Por un lado, están los que nacen como subproductos de programas televisivos –Piñón Fijo, Caramelito, Panam, Cantaniño y más atrás Xuxa y Flavia Palmiero, entre otros–, por lo que suelen tener asegurada una cierta cuota de éxito. Este éxito, más que por la calidad del material, está asociado a la popularidad de los personajes que los promueven. Por el otro, los que se desarrollan fuera del universo televisivo –es el caso de María Elena Walsh, Hugo Midón, el grupo Caracachumba, entre tantos–, que por lo general acumulan más prestigio que ventas escalofriantes. Mientras que los primeros casi siempre están pensados para vender, los segundos casi siempre están hechos para gustar, y sus creadores, en el mejor de los casos, reciben a cambio reconocimiento. Piojos y Piojitos 2, el nuevo disco de Mariana Cincunegui que Página/12 y el Jardín de la Esquina presentaron en un lanzamiento conjunto como opción de regalo para el Día del Niño, ha resultado un caso excepcional: se trata de un disco que se impuso en ambos frentes. No sólo cumple con las más rigurosas exigencias artísticas, sino que además, en materia de ventas, superó todas las previsiones. Los números son contundentes: Piojos y Piojitos 2, reeditado esta semana por cuarta vez, lleva vendidas treinta mil copias en las últimas cuatro semanas, lo que lo convierte en un fenómeno sin precedentes en su rubro.
“No imaginé un fenómeno semejante, y es un orgullo”, confiesa la cantante y docente Mariana Cincunegui, a cargo de la realización general del proyecto y directora del Taller Experimental de Música para Chicos, que funciona en una casona reciclada del barrio de Palermo. “Sabíamos que iba a gustar, porque es un disco muy pensado, muy trabajado y muy sentido. Pero la verdad es que esperábamos un éxito moderado. No el estallido de pedidos que sucedió a la aparición del disco. Hay madres que me cuentan que sus hijos se juntan en las casas para cantar juntos los temas, nenes que me dejan mensajes cantados en el contestador, me encuentro con chicos en la calle que saben las canciones de memoria, y hasta las hijas de mi dentista me sorprendieron con un recital improvisado. ¡Hay hasta discos piratas! Nunca pensé que se pudiera generar algo parecido.”
Mariana suelta una risa tímida cuando piensa en la cantidad de chiquitos que accedieron al disco, si se tiene en cuenta que por cada una de esas copias que llegaron a las casas puede haber más de un chico. “Es una sensación parecida al vértigo”, dice conmovida. Ella es la cara visible de un grupo de treinta docentes y trescientos sesenta chicos de entre 18 meses y 12 años que hicieron realidad el proyecto, largamente soñado por quienes en 1991 habían participado de un disco que hizo historia: el primer Piojos y Piojitos. Graciela González, directora del Jardín de la Esquina e impulsora de aquel disco, decidió hacerse cargo de la producción de este segundo trabajo, bajo la certeza de que la continuidad de esta historia tenía sentido. A partir de ese momento, Mariana se puso al frente de un complejo operativo de producción, que incluyó la coordinación de alumnos de jardín y primaria, la grabación de diez temas en cinco estudios, la planificación técnica de los arreglos y la interpretación del repertorio por parte de prestigiosos músicos. Facundo Guevara, Alejandra Cañoni, Willy González, Beto Caletti, Diego Serna, Facundo Martínez y Alejandra Martínez fueron algunos de los profesionales que se sumaron a esta aventura. Daniel Tarrab estuvo a cargo de los arreglos, y Daniel Johansen, de la producción artística.
Durante las dos primeras jornadas de grabación, los trescientos sesenta chicos se turnaron para desfilar frente a los micrófonos en un estricto cronograma: cada grado o grupo tenía una función preestablecida. “Iban y venían los micros, en el estudio principal entraban y salían chicos, mientras los músicos trabajaban simultáneamente en otras salas. Fue una auténtica locura, pero en el mejor sentido”, recuerda Cincunegui. La cantante y compositora no sólo se ocupaba de que la participación de cada chico se cumpliera tal como estaba previsto, sino que además se había encargado antes de la selección del repertorio, un trabajo para nada menor, al que le dedicó cuatro años y que implicó una ardua búsqueda por lo mejor del cancionero popular latinoamericano. “Ante el vacío de las letras infantiles que caracterizaron la década del ‘90 me propuse la necesidad de encontrar canciones que conmovieran y ampliaran la mirada de los chicos, que les enseñaran algo, que los hiciera pensar, o reír, que les permitiera ser un poco más sabios, o un poco más felices”, cuenta.
Entre los diez temas que componen este trabajo, y llegan cargados de sabores e imágenes contrastantes, hay uno de origen cubano, otro brasileño, otro colombiano, uno uruguayo: todos puestos en boca de unos chicos argentinos concentrados en nutrirse de la variedad y apreciar las diferencias, antes que en discriminar pertenencias geográficas. “Todos somos distintos, y que los chicos valorasen ese hecho como una variable positiva para el disfrute y el aprendizaje fue una de las ideas de este proyecto. Le escapamos a los mensajes fáciles que pueblan los programas de televisión o las canciones baratas para chicos”, aclara Cincunegui en nombre del grupo de docentes que asumió el desafío. “Creemos que los conceptos que podemos transmitirles son una responsabilidad y un compromiso que asumimos. En ese sentido intentamos transmitirles con el disco el valor del multiculturalismo y la importancia de las diferencias. La idea de que el amor y el respeto por el otro no debe estar condicionado a que seamos iguales o pensemos de la misma forma”, subraya.
Una vez lanzados a la interpretación y grabación de las canciones, los chicos, los músicos y los docentes tuvieron claro que debían concentrarse en transmitir a los futuros oyentes la misma emoción que ellos sentían cuando cantaban y bailaban juntos. “Cada uno aportó lo mejor de sí, y el éxito del resultado está a la vista”, resume Mariana. “Los músicos llenaron de magia este disco; los chicos le inyectaron emoción y alegría.” Fueron ellos, en rigor, los que hicieron brillar las canciones, dotándolas de verdad, ternura y picardía. En “Que ves el cielo”, grabada en 1975 por Luis Alberto Spinetta, exploran la sutileza y la dulzura de sus voces. Pero cuando llega el turno para “Fatuo Yo”, un tema senegalés, montan sus voces sobre un ritmo frenético de tambores inquietos. En “La sopa”, un centenar de ellos accede a imaginar ingredientes imposibles para la sopa de un bebé, mientras acompañan la melodía haciendo sonar cucharas y cacerolas. En “Qué será”, la baguala que canta Liliana Herrero, parecen componer un coro de ángeles, y sus voces están más cerca del susurro. Para interpretar “Llavero de duendes”, de la cubana Rita del Prado, los trescientos chicos del coro se disfrazaron, llenando el aire de magia. Esas imágenes se incluyen en el track interactivo para PC y Mac que incluye la edición que distribuye Página/12, con ilustraciones de Rep en la tapa y arte de Alejandro Ros.
Entre las notas se cuelan los textos que ellos escribieron junto a sus maestros –un poema, la síntesis autobiográfica de uno de los chicos, la enumeración por parte de los alumnos de un cuarto grado de las características del “Ser argentino”– o que improvisaban durante las grabaciones. Por eso este disco está salpicado de risas. Dos días antes del lanzamiento del disco, los casi cuatrocientos alumnos del Jardín de la Esquina, la primaria Aequalis y el taller de Mariana que habían formado parte del proyecto se reunieron a escucharlo por primera vez, en torno de un fogón. Aquella noche de agosto cantaron los temas tomados de la mano, sabiéndose parte de una ceremonia irrepetible. Después, se quedaron a dormir en el colegio para dar cierre al festejo. El disco iniciaba su recorrido en el marco de una fiesta inolvidable. La sabiduría llevó a Yupanqui a pensar alguna vez que un tema se hace grande a partir del momento en que deja de pertenecer a su autor y pasa a ser de dominio público. Un disco también empieza a tener sentido cuando el público se apropia de él, lo incorpora a su vida, y entiende que es natural hacerlo suyo. Hoy, Piojos y Piojitos 2 tiene treinta mil dueños: empieza a ser menos de quienes lo ayudaron a nacer, para empezar a ser de todos los chicos.

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