Dom 14.09.2003

ESPECTáCULOS  › FESTIVAL INTERNACIONAL DE BUENOS
“YO MANIFIESTO”, CON TRES PIEZAS DE COSSA, PAVLOVSKY Y MONTI

El teatro de un país en erupción

Mañana y el lunes próximo se pondrá en escena este espectáculo especialmente concebido para el festival. Cada autor, desde su perspectiva e interpretación, testimonia la realidad argentina.

› Por Cecilia Hopkins

Estructurado en base a tres piezas independientes entre sí, Yo manifiesto es un espectáculo especialmente producido para esta nueva edición del Festival Internacional de Buenos Aires. Para dar forma al montaje, los dramaturgos Roberto Cossa, Ricardo Monti y Eduardo Pavlovsky fueron invitados a escribir sendos monólogos sobre “la situación de crisis en toda su diversidad, desde la económica o política hasta la moral o cultural”, según se lee en la revista que contiene la programación del evento. Allí también aparece definido el teatro de ideas, modalidad conceptual que daría unidad a la propuesta: “Hegemónico por épocas, por momentos perseguido y hasta parodiado en otros, el teatro de ideas tiene entre nosotros una profunda raigambre y cultores de extraordinario prestigio”. De este modo, Yo manifiesto reúne los siguientes textos: Definitivamente, adiós, de Cossa, con dirección de Hugo Urquijo y actuación de Jorge Suárez; Imperceptible, de Pavlovsky, con la actuación del propio autor, bajo la dirección de Susana Evans, y Apocalipsis mañana, de Monti, con dirección de Mónica Viñao e interpretación de Silvia Dietrich. Entrevistados por Página/12, los dramaturgos hablaron acerca de sus textos y analizan el proyecto en su conjunto, que podrá verse en el Centro Cultural de la Cooperación, mañana y el lunes 22, a las 15. Las entradas serán distribuidas en forma gratuita los días de función (desde la mañana) en la sala de Corrientes 1543.
“Fuimos convocados por el Festival para dar un testimonio de nuestra realidad, a partir de la necesidad de dar cuenta de una Argentina erosionada, en estado de erupción”, sintetiza Cossa. “Mi teatro ha tenido que ver siempre con la política, con lo social... claro que el autor no está obligado a meterse con la realidad, pero el dramaturgo es como una esponja: así como nos agarran la lluvia y el sol, la política se nos mete aunque no queramos. Y para mí, el teatro es opinión. Ahora, lo importante es que una obra tenga un nivel de significación metafórico, que no implique un discurso elemental”, sostiene. Si bien confiesa que nunca se le hubiese ocurrido escribir un monólogo, aclara que está conforme con el resultado: “Al escribir una obra, lo importante es encontrar la forma de seducir al espectador, provocando contradicciones, generando situaciones no sólo desde el discurso verbal sino contando teatralmente”.
En Definitivamente, adiós –un texto que, sorpresivamente, no contiene ninguno de los rasgos humorísticos que caracterizan al autor de La Nona–, Cossa entrelaza el discurso de varios personajes masculinos que pertenecen a diferentes generaciones de una misma familia atravesada por el exilio, corridos por Guerra Civil Española y más tarde, por la última dictadura militar. “Allí hablo de la derrota de los sueños, de las utopías, también del exilio y la pérdida de la identidad, temas recurrentes en mi obra. Y aunque creo que en la Argentina –que ha sido tan golpeada por el capitalismo salvaje– todavía quedan reservas de pensamiento de resistencia, sé que tengo una mirada escéptica. Pero no me preocupo en convencer a nadie sino que doy al espectador una visión de la realidad que, en todo caso, invita a ser modificada.”
A pesar de haber aceptado el convite, Ricardo Monti no considera que su dramaturgia entra dentro de la clasificación propuesta: “El teatro de ideas parece oponerse a otro teatro que, supuestamente, no maneja ideas... Esto me resulta confuso y además, lo relaciono con una cuestión de didactismo, con una tesis a comprobar, nada más opuesto a lo que yo escribo”. A cambio, el autor define su obra como “un teatro de intuición, relacionado con vivencias que el espectador tiene que descifrar: me gusta sentir al teatro como una instancia estética y emocional que me conmueve, con una proyección poética o metafórica, que me impulse a una trascendencia”. En suma, Monti relaciona al teatro con sus orígenes religiosos, “con esa comunión que se establece entre actores y público”. En su monólogo Apocalilpsis mañana, el dramaturgo presenta a Bianca, una mujer de 75 años que, a pesar de haber pasado su vida recluida en su hogar, decide homenajear a su hermana fallecida –siempre involucrada en marchas callejeras– sumándose a la manifestación del 20 de diciembre de 2001. “Me atrajo la idea de reflejar el mundo desde la incomprensión de una mujer que no puede soportar la realidad y que ha construido a su alrededor un mundo de encierro”, detalla. El propósito que guió su escritura fue interrogarse sobre la proliferación del mal: “Después de un siglo de guerras y genocidios, desde que en 1980 escribí Maratón, una especie de radiografía del alma en estado de desesperación, sigo con la idea de plantear en mis obras el tema del imperio del mal, aunque no con la idea de dar respuestas”.
Eduardo Pavlovsky, aunque cree en la fortaleza ética del teatro y lo considera un reducto de resistencia cultural, tampoco se sintió a gusto ante la propuesta de escribir según los lineamientos del teatro de ideas: “Yo me opuse porque escribo teatro en base a lo que me surge, a partir de lo que estoy murmurando en el momento: si me propongo un tema no me sale nada... además, quien manifiesta, finalmente, es el personaje y no yo”, aclara el autor y a la vez intérprete de su propio texto.
Como en Potestad (pieza de 1985 en la que aborda el tema de la tortura desde la óptica del represor) el autor asume en Imperceptible una voz que no le pertenece: “Me gusta escribir desde la cabeza de otro, desde la óptica de la monstruosidad de otro”. Su personaje, “un hombre culto, sensible, de implacable lucidez”, vive obsesionado con la idea de realizar una obra acabada pero sólo logra bosquejar fragmentos: “La imposibilidad de totalizar la vive como una castración, como un tormento”, precisa. Hasta que descubre en la pasión por los niños (“una voluptuosidad del orden de la divinidad”, según define el personaje) su única vía para obtener una experiencia totalizadora.
“El texto surgió de la idea de escribir sobre la explicación divina de la perversión: el personaje vive esos encuentros como si fuesen encuentros con Dios, porque los hombres fueron creados sensuales y piensa en esas experiencias como en algo maravilloso, que no tienen que ver con las perversiones eclesiásticas, porque los niños no se han quejado nunca de él”. De hecho, el personaje fustiga a los sacerdotes abusadores: “los jerarcas perversos de la Iglesia, los manoseadores, los grandes toqueteadores son los primeros en condenar”. Aspero y polémico, luego de ser escrito, el monólogo casi fue confiado a otro intérprete. Finalmente, Pavlovsky cedió a la tentación de encarnar a su propio personaje porque, como él afirma, “el mejor actor de mis textos soy yo”.

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