ESPECTáCULOS
› LA ESCRITORA ROSA MONTERO PASO POR BUENOS AIRES PARA PRESENTAR SU LIBRO “LA LOCA DE LA CASA”
“Los escritores tenemos una gran tendencia a la neurosis”
La autora española explica por qué eligió mezclar, en su nuevo trabajo, biografías ajenas y una suerte de autobiografía novelada, donde los ejes pasan, sucesivamente, por la imaginación, la pasión amorosa y la locura. “Se debe escribir desde lo que ya no sabes escribir, porque copiarse a sí mismo es la muerte para un escritor”, señala, para luego reivindicar la fantasía como herramienta literaria.
› Por Silvina Friera
La piel de Rosa Montero irradia un tostado natural, brillante y parejo. La escritora madrileña de rostro aniñado y sonrisa contagiosa, pasó por Buenos Aires para presentar su último libro, La loca de la casa. Pese a las turbulencias de un viaje agotador, no hay ojeras ni otro tipo de huellas que delaten el cansancio o “resaca atmosférica” originados por las peripecias de los pozos de aire y los sacudones. Editado por Alfaguara, el libro de Montero se alimenta de la novela, del ensayo y de la autobiografía, pero procesa y recrea los ingredientes de cada género de modo que la rareza de esta combinación no encuentra un nombre apropiado que la defina. No es un alegato novelado a favor de la locura y sin embargo el lector se precipitará por el recorrido que propone la autora, consciente de que el estrecho límite que separa lo verosímil de lo inverosímil es tan borroso como difuso. Tal vez por eso, no estaría mal empezar a leerlo por el final: “Todo lo que cuento en este libro sobre otros libros y otras personas es cierto, es decir, responde a una verdad oficial documentalmente verificable. Pero me temo que no puedo asegurar lo mismo sobre aquello que roza mi propia vida. Y es que toda biografía es ficcional y toda ficción autobiográfica, como decía (Roland) Barthes”.
Mientras habla, los hombros de Rosa se balancean como si necesitaran apresar el sentido de lo que cuenta. En la entrevista con Página/12, la autora de Bella y oscura, La hija del caníbal y El corazón del tártaro, confiesa que “este nuevo juguete narrativo es el mejor libro que he escrito”. El título de este extraño artefacto apareció como una epifanía. Desde hacía muchos años, Montero pensaba escribir acerca de la literatura. Empezó entonces a anotar en un cuaderno frases y anécdotas. Pero un buen día se quedó boquiabierta con una definición de Santa Teresa de Jesús: “La imaginación es la loca de la casa”. Iluminada por esta revelación (“Carson McCullers llamaba iluminaciones a esos espasmos premonitorios de aquello que aún no sabes, pero se agolpa en los bordes de tu conciencia”), Montero mezcló biografías ajenas y autobiografía novelada, desenterró las miserias y vanidades de Wolfgang Goethe, que aduló a los poderosos hasta conseguir un título nobiliario que lo encumbrara para la posteridad. La autora arranca ordenando y desordenando su trastienda biográfica –libros y novios– y expone con lujo de detalles tres versiones diferentes sobre su estrafalario romance con un famoso actor hollywoodense, al que enigmáticamente menciona como M.
–¿Este el libro más híbrido y arriesgado de los que escribió?
–Sin duda, y probablemente sea el más radical. Siempre que terminas un libro tienes que estar lo suficientemente satisfecha para publicarlo. No sé si estuvo en mi intención que fuera arriesgado. Los escritores buscamos darle forma a aquello que no se ha escrito todavía, no porque pretendas ser un experimentalista formal, sino porque lo que intentas es volver a nombrar al mundo con tus propias palabras, hacer una descripción del mundo que no hayas visto antes. Soy una escritora inquieta, nunca me he repetido y mis libros son distintos. Se debe escribir desde lo que ya no sabes escribir porque copiarse a sí mismo es la muerte para un escritor.
–¿Cómo definiría a La loca de la casa?
–Es un libro sobre cómo la imaginación nos salva la vida a todos, no sólo a los escritores o artistas. El ser humano es imaginativo, incluso aquellas personas que dicen que no tienen imaginación no se dan cuenta hasta qué punto se están inventado sus propias vidas. El relato que nos hacemos de nuestro pasado es un cuento y si no tuviéramos esa imaginación, que completa nuestra realidad y que nos da un cierto sentido y orden a nuestra existencia, la vida sería insoportable. Es un libro muy juguetón, que coquetea con el embeleso entre lo imaginado y la literatura. Escribir es como ser un prestidigitador, un mago, un creador de un engaño. Cuando tú vas a ver un mago, pues sabes perfectamente que no está cortando entres pedazos a su ayudante. Sin embargo, tú te lo quieres creer, quieres dejarte engañar para crear algo maravilloso y fantástico. Con la escritura pasa lo mismo: inventamos estas historias que son mentiras, pero la gente quiere creerlas para alcanzar la belleza. En La loca de la casa, que está lleno de mentiras, la gente se empeña en creérselas todas juntas.
–¿Por qué se confunde tanto lo autobiográfico con el material de ficción que produce un autor?
–Adoramos ser engañados. Como decía Coleridge: “la literatura es la suspensión de la incredulidad”. Vargas Llosa escribió un articulazo sobre mi libro en El País y creía lo de mi hermana Martina. Yo no tengo ninguna hermana. Es la imagen del mago, proyectada a los escritores: queremos verlo cortar en tres pedacitos a su asistente. Todos los agujeros de lo incomprensible, del horror, de lo insoportable, los cubrimos con un relato imaginario que hace que nuestras vidas tengan un sentido, que sean más comprensibles. El mismo Vargas Llosa dice que la voluntad de crear nace de la insatisfacción ante la vida.
–¿Cómo fue armando ese eje tan atractivo entre la imaginación, la pasión amorosa y la locura?
–Escribir es como picar piedras, un trabajo de sudor y mucha disciplina. Este ha sido un texto que ha fluido con facilidad, tal vez porque empecé a tomar notas hace 15 años. Es un libro de madurez que no podría haber surgido anteriormente. Lo escribí en estado de gracia, no me atranqué en ningún momento. También, fui descubriendo que siendo un libro con tal disparidad de temas, sin embargo, tiene una entidad, todo él está unido y es coherente.
–¿El escritor tiene que domesticar su ego?
–Sí, estamos obligados a ser mejores, más sabios, entendernos a nosotros mismos y a los demás. Como intento explicar en el libro, el escritor es una persona con una gran tendencia a la neurosis, que necesita el reconocimiento de los otros. Pero esto no es privativo del oficio: todos los seres humanos necesitan la mirada del otro para poder quererse a sí mismos. El escritor tiene que hacer una gimnasia ética y psicológica todos los días, para no perderse en el narcisismo, en el canto de sirena de los supuestos éxitos y pequeñas vanidades.
–Sigue prevaleciendo en España ese prejuicio de que lo comercial no cuaja en el canon...
–Ahora está sucediendo algo completamente distinto. Hace años en todo el mundo consideraban que si vendías muchos libros no podías ser un buen escritor. Pero el ruido del mercado, la presión por el éxito inmediato es tan grande y el universo editorial ha cambiando tanto en todo occidente, que ahora pasa lo contrario: si no vendes un libro resulta que sos un mal escritor. El valor de un libro sólo se mide por las ventas. Estos extremos son estúpidos y ninguno de estos supuestos es verdad. Un personaje televisivo puede escribir un libro y resultar una mierda, pero se vende. De repente un libro maravilloso no vende ni un ejemplar. El único valor de una obra literaria lo asigna el número de ventas en el mercado. Esa especie de esquizofrenia mental que se vive en el mercado editorial no se puede mantener.
–En La loca de la casa sostiene que son imprescindibles para la cultura los libros que tienen apenas una tirada de mil ejemplares...
–¡Sabe los libros acojonantes que una cultura necesita y que no se publicarían nunca con esta presión por las ventas!. La ausencia de estos libros genera un vacío en el devenir cultural. Ante esta necesidad, en España, están apareciendo editoriales pequeñas que duran cuatro o cinco años y si les va bien son absorbidas por una gran editorial. Pero el editor de esa pequeña editorial, con el dinero de la venta, monta otra editorial pequeñita. La sociedad crea sus propios anticuerpos, mecanismos para defenderse y adaptarse.
Subnotas