ESPECTáCULOS
Dos mujeres que esconden las manos de Juan Perón
El actor, dramaturgo y director Adrián Canale explica la lógica de Entomología forense, una pieza teatral que aborda desde una perturbadora ambigüedad la profanación del cadáver del presidente.
› Por Silvina Friera
Una mujer, ataviada con un barbijo y un guardapolvo celeste, farfulla palabras incomprensibles. Al ingresar a la sala, el espectador observará que en sus ojos desorbitados se esconde un secreto, un misterio que se resiste a permanecer en esa masa amorfa del anonimato o el olvido. Esta frágil criatura que siempre parece a punto de naufragar en el mar de una locura irreversible, convive con otra mujer tan enfermiza y claustrofóbica como ella. El secreto que perturba y obsesiona a esta entomóloga y su compañera no pertenece al orden de lo fantasmagórico, no es producto de la paranoia: son las manos de un cadáver embalsamado, ¡las manos de Juan Domingo Perón! Una de ellas decide romper la convención teatral de la cuarta pared, pero sin salirse de su personaje. Toma una silla, se acomoda de cara al público e implora: “Por favor, no cuenten nada de esto, recomienden el espectáculo, sí, pero no digan nada de lo que vieron, porque podemos tener problemas con la justicia. Además, estamos recibiendo amenazas”. En las primeras escenas de Entomología forense (sábados a las 21 en Puerta Roja, Lavalle 3636), pieza que cuenta con dramaturgia y dirección de Adrián Canale, lo que prevalece es la inestabilidad emocional y la ambigüedad.
No importa cómo llegaron las manos –la izquierda y la derecha con las que tanto coqueteó el general– a esa casa (aunque se insinúa que el amante de la entomóloga fue el que se las entregó para que las embalsamara). Ellas saben que son las piezas “desaparecidas” más buscadas en todo el país, que esos dos miembros emergen como una metáfora forense de poderosas implicaciones políticas, sociales y culturales. Actor, dramaturgo y director, Canale cuenta que la obra nació de las improvisaciones con las actrices: Rosie Alvarez y Claudia Mosso. “Trabajamos con poemas y discursos vinculados con el peronismo, por ejemplo el discurso de asunción de Cámpora. Aunque no lo incorporamos finalmente en lo escénico porque nos parecía obvio, fue material de ensayo”, dice Canale, que actualmente integra el elenco de El suicidio, del Periférico de objetos, y que dirigió La cruzada de los niños, basada en la novela de Marcel Schwob, unipersonal interpretado por Marcelo Subiotto. Para amortiguar la densidad que padecen estas mujeres, una de ellas escoge un fragmento de un cuento de Antonio Di Benedetto, Caballos en el salitral. La lectura de ese relato la transporta a otro mundo posible, lejos de los cadáveres que la entomóloga ha robado del hospital en el que trabajaba, motivo por el cual fue despedida. En el galpón Puerta Roja (Lavalle 3636), además de Entomología..., Canale estrenó En cuanto a la emoción (sábados a las 22.15), un montaje con formato de conferencia científica, que tomó como punto de partida un curioso libro de la francesa Denise Desjardins, Breve tratado de la emoción, al que fue añadiendo textos de Alberto Muñoz, Irene Gruss, Jaime Ross, Osvaldo Lamborghini y Alberto Szpunberg, entre otros.
–¿Las manos de Perón estaban como disparador de lo que intentaban plasmar en escena?
–No al principio. El disparador fue un cuerpo que no aparecía, un tercer personaje que estaba oculto. A partir de eso empezamos a improvisar situaciones de encierro y pronto apareció una segunda instancia: que una de ellas estuviera relacionada con lo médico. Así se introdujeron poco a poco las manos de alguien, que después sería Perón. Por un lado, me interesaba trabajar los vínculos que unían a esas dos mujeres que tienen una relación muy enferma. Sin embargo, empezó a calar con fuerza la imagen de una mujer obsesionada con los cadáveres, tan propia de la historia argentina si pensamos en el periplo del cadáver de Eva Perón. La entomóloga quiere conservar las manos porque le gustan científicamente, mientras que la otra las quiere destruir, se las quiere sacar de encima, quiere dejar de ver esqueletos y cadáveres por toda la casa.
–¿Por qué la historia argentina está atravesada por la obsesión con los cuerpos muertos?
–No lo sé. Nuestra historia es realmente un delirio si la intentamos abordar desde lo que sucedió con los cadáveres. Que las manos de Perón no estén, que nunca hayan aparecido, nos remitía a una situación de locura. ¿Quién y por qué tiene esas manos? Hay una pregunta inquietante que queda sin responder: ¿qué sentido condensan esas manos muertas? Ese delirio tenía que traducirse en la actuación, en el comportamiento de esas mujeres y en la manera de vincularse. Una de ellas no sabe bien dónde está, parece desorientada. La única certeza que posee es que quiere sacarse de encima las manos, quiere borrar las huellas que la historia argentina va dejando en su historia personal, el remanente que queda en esa casa.
–¿La opción de romper la convención teatral, que una de las actrices les hable a los espectadores, fue un recurso para incorporar el humor?
–Fue una propuesta estética. A mí me aburre la convención teatral, esa especie de engaño institucionalizado de creer que durante una hora esa mentira escénica es real. Me parecía interesante que el personaje que interpreta Claudia Mosso se contactara con el público, casi como un modo solapado de pedirle auxilio, como si necesitara hacerlo partícipe de la historia. Lo interesante es que no se corre del personaje, lo dice desde ese lugar. Hay una necesidad de quemar esas manos, de liberarse de la carga. Por eso, hacia el final de la obra advierte: “Cuando se apaga el fuego termina todo”.