ESPECTáCULOS
› “POZO CIEGO”, DE ALEJO BECCAR, EN LA TERTULIA
Una familia que no comunica
Por C. H.
“Vacío de espiritualidad, el hombre se refugia en lo banal y la comunicación con sus semejantes se vuelve un lugar común, porque la trivialidad es el signo de la no-comunicación”, escribió el dramaturgo Eugene Ionesco. Como él, otros autores de la corriente del absurdo privilegiaron la alienación social y la imposibilidad de establecer relaciones auténticas. Desde los años ‘60, el mismo tema viene circulando en el teatro de Buenos Aires, en piezas de autores como Carlos Gorostiza, Roberto Cossa y Osvaldo Dragún, y sigue inspirando en las décadas siguientes textos y puestas de las más variadas estéticas. En Pozo ciego, una familia de clase media –padre, madre, abuela, dos hijos– viven unidos en una terca sordera. Atrincherados en sus obsesiones, incapaces de establecer vínculos válidos, los individuos transcurren sus días en soledad, expresando sus pensamientos en voz alta, sin oír ni ser oídos.
Escrita por Alejo Beccar, el autor no asigna el mismo grado de responsabilidad a cada integrante de la familia. Si bien es cierto que cada cual vive absorto en sus pensamientos, la situación general se enrarece más con la llegada del padre (Víctor Dana), un hombre también ensimismado en sus asuntos pero con la carga de violencia necesaria como para desatar reacciones en cadena. La esposa (Laura Dottori), el más primario de los personajes a causa de su conformismo, soporta sus insultos y elude sus brutales manotazos, pero también idealiza momentos compartidos.
A pesar de que tienen la voluntad de acercarse a sus hijos (Alfonso Tort y Giselle Verona), los padres no pueden vencer su rechazo a exteriorizar sentimientos. Sus instantes de lucidez son tan esporádicos que no atinan a accionar en consecuencia. Exiliada en su casa, la abuela (Blanca Argel) no logra sobreponerse a la sensación de abandono. Ella y su nieta lograrán llamar la atención del resto, llevando a cabo un acto desesperado. Hecho de monólogos y conversaciones cruzadas entre dos personajes, el texto de Beccar es el obstáculo más complicado de salvar en su puesta. Para ilustrar el grado de desconexión en la casa, en las escenas de dúos cada personaje alterna sus frases de manera tal que entre ambos construyen un discurso coral, de pensamientos divergentes. Pero este procedimiento –que se repite demasiado– transforma al texto en una letanía monocorde.