Dom 19.10.2003

ESPECTáCULOS  › “MI AMOR ES UN COLADOR”, DEL GRUPO BARRILETE, EN EL ARCHIBRAZO

Los caprichos de una perrita títere

En la acertada puesta que se presenta en El Archibrazo, los titiriteros hacen uso de una serie de tópicos habituales en el relato infantil, sin que eso le reste mérito a una historia sencilla, pero altamente efectiva.

Por S. F.

Como una diva que impone las condiciones contractuales a su antojo, Nina se niega a salir de la caja y aunque la titiritera le exige que se despabile (porque es hora de empezar la función), la perra sólo atina a ladrarle al público, entre rabiosa e indignada porque no puede seguir durmiendo. Este juego previo, que simula la trastienda de una función, adquiere un atractivo singular cuando en apenas unos segundos, un colador, un corcho, una esponja y otros elementos de cocina se convierten por obra y gracia de la habilidad de los manipuladores en el galán menospreciado del relato, Toto. En Mi amor es un colador, pieza de títeres que cuenta con la dramaturgia de Silvina Reinaudi y Aidé Andreone, el grupo Barrilete utiliza una combinación ajustada de técnicas de manipulación –guante, boca y varilla– para matizar una historia sencilla y desopilante sobre un desencuentro amoroso. La perra, presumida, caprichosa y altanera, se burla de la apariencia desprolija y remendada de su compañero –vestido con un trapo de piso–, un muñeco al que se le reprocha no estar a la altura de las circunstancias. Desdeñado y rechazado por su compañera, Toto decide escaparse del retablo en busca de mejores oportunidades y nuevas experiencias.
Ante la ausencia de Toto, Nina descubre que está enamorada de su compañero fugitivo. La perra, en complicidad con su manipuladora (una solvente Alejandra Bertolotti) y arrepentida por su mezquindad inicial, emprende su propio peregrinaje: sale a buscar al galán rechazado. Un recurso muy bien aprovechado es la transformación sutil de roles entre el títere y su manipulador: ahora la que tironea, arrastra y mueve los hilos de la trama es Nina. Aunque la titiritera se exhiba frente a los espectadores, en el plano de la acción, neutraliza su función para que la que prevalezca sea la perra como sujeto. Con las riendas de la trama en sus manos, Nina se dirige a la casa de la coneja. En esta escena, la parodia de la madre que no puede “domesticar” a los hijos resulta un hallazgo. El alboroto de los pequeños conejitos (gritan, lloran, piden la merienda, hablan todos al mismo tiempo) genera un poderoso efecto de comicidad por el paroxismo cómico que provocan unos títeres muy pequeños, que rebotan permanentemente como si estuvieran brincando en una cama elástica. Toto, el mismo que había proclamado que no era un actor sino un colador, arma un circo con números de trapecio y equilibrio (que remiten a la pieza El gran circo criollo, de Ariel Bufano) en la sierra negra, el primer lugar en donde se instala.
La música de Tito Lorefice acelera la intriga y le imprime vértigo y mucho dinamismo a los cuadros circenses. Sin embargo, los títeres de varilla, que realizan los números, no siempre resultan tan ajustados y acertados en cuanto a la manipulación. La perra, que ya no sabe qué estratagemas implementar para que aparezca su galán, se escapa del retablo, se acerca hacia los espectadores y escruta a los que están sentados en la primera fila, por las dudas que el escurridizo galán se encuentre entre el público. La dramaturgia de Reinaudi (emblemática figura del teatro infantil) y Andreone subraya la idea del viaje como parte intrínseca de la experiencia humana, como un modo de aprendizaje. La necesidad de ser amado y el temor al desprecio de los otros son tópicos muy frecuentes dentro de la literatura y el teatro infantil, y en Mi amor es un colador, la trama se alimenta y dispara en una multiplicidad de juegos que permiten la identificación con los personajes. Toto, desdeñado por Nina, sólo trata de vivir nuevas emociones y evitar la discriminación. Por eso, cuando se encuentra con un plato volador del que salen unos títeres en miniatura, pide viajar con ellos, desea participar de una pequeña hazaña, hallar su lugar en el mundo.
Fantasía, superación, huida y alivio son los elementos que Tolkien señalaba como imprescindibles en un cuento de hadas. Aunque en esta obra no hay hadas, el cambio alegre y repentino (el final feliz) redime a los héroes de las desventuras padecidas.

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