Mar 28.10.2003

ESPECTáCULOS

Con el jazz en las venas, o una manera de hacerle honor al abuelo

Jorgelina Alemán presenta esta noche el disco de jazz y blues con el que homenajea a su abuelo, el mítico Oscar. “Me emociona cómo la gente lo recuerda, pero estoy haciendo mi camino”, dice.

› Por Karina Micheletto

Cuando Jorgelina Alemán iba a la primaria, su abuelo no la llevaba a la plaza, o al kiosco, o a comprar caramelos. En lugar de eso la recibía en su casa, envuelto en su robe, y se extendía en anécdotas de aquellos viajes interminables por los lugares más lejanos. Le mostraba su estudio y la hacía escuchar discos, y ella se quedaba fascinada mirando una colección de muñequitos negros, o la cantidad de guitarras que parecían en exhibición. El abuelo de Jorgelina fue el gran guitarrista chaqueño Oscar Alemán, pionero del jazz en la Argentina, un virtuoso que aprendió música de oído y que admiraron, entre otros, Louis Armstrong, Duke Ellington o Django Reinhardt. Jorgelina Alemán heredó de su abuelo la pasión por el jazz y por el swing, y recibió de su abuela, la actriz Carmen Vallejos, el estímulo necesario para emprender un camino artístico. Así fue como su trabajo de psicóloga (carrera que siguió por insistencia materna) fue dando paso a los estudios de canto, danza jazz, comedia musical y artes dramáticas. Hasta que se especializó en la voz y formó su propio grupo, en el que alterna clásicos de jazz y blues con composiciones propias en español. Como todo “hijo de” (en este caso, nieta de), Jorgelina Alemán maneja con cuidado su carta de presentación. Sabe que tiene que brillar con luz propia, pero se preocupa por rescatar la figura de su abuelo que, como suele ocurrir, fue más reconocida en otros países que en el suyo propio. Hoy a las 20 la cantante presenta en el teatro Alvear el disco El jazz en las venas, y repetirá funciones los dos primeros jueves de noviembre en Notorius. La acompañarán como invitados especiales el saxofonista Enrique Varela y el pianista Manuel Fraga, más su quinteto estable, integrado por Néstor Barbieri en guitarra, Daniel Cossarini en piano, Rubén Ferrari en bajo, Mariano Slaimen en armónica y Matías Goytía en batería.
“Cuando explotó el rock and roll, el jazz empezó a decaer, los boliches se cerraban, las orquestas desaparecían. Si eras músico, o transabas con lo que estaba de moda, o te quedabas sin lugares para tocar. Eso hizo que mi abuelo se encerrara mucho”, explica Alemán. “Tuvo que empezar a dar clases, algo que no le gustaba porque le faltaba paciencia, era muy exigente y no podía entender que los demás no aprendieran rápidamente, como él. Así empezó a recluirse, hasta que vino Duke Ellington a la Argentina y preguntó dónde estaba Oscar Alemán. Nadie supo decirle”, recuerda la cantante. Ahora ella lleva puesto un anillo grandote de plata con motivos incaicos, el mismo que su abuelo usaba en los shows, y que le transmite la energía que él sabía desplegar arriba de cualquier escenario. Alemán no sólo brillaba por sus habilidades de guitarrista, también fue un showman integral, un chansonier, un comediante y un bailarín. Muchos recuerdan su costumbre de girar y apoyar la guitarra sobre sus espaldas, ejecutando para atrás fragmentos de canciones.
El extraño periplo de la vida del guitarrista aparece retratado en Oscar Alemán, vida con swing, un largometraje documental de Hernán Gaffet, que se estrenará comercialmente antes de fin de año. Allí se recorre su infancia, desde que a los once años quedó huérfano y se convirtió en un chico de la calle, que trabajó de lustrabotas y de abrecoches. Su extenso currículum menciona hasta incursiones como autor de tangos, actuaciones alternadas con Carlos Gardel y una amistad con Enrique Santos Discépolo. Pero fue en el jazz donde brilló, sobre todo después de ser “descubierto” por Josephine Baker, con quien formó un dueto memorable hasta la invasión alemana en París, en 1940. Jorgelina sabe que hay un camino que transitó su abuelo, y que ella quiere continuar. Está decidida a hacer más popular el jazz, a sacarlo del acotado circuito de los reductos jazzeros que sólo frecuenta un público especializado.
–¿No cree que el idioma es una barrera para la popularización del jazz?
–Y, siempre es más difícil hacer un tema de jazz o blues en español y sonar bien. Pero no es imposible. A futuro me gustaría emprender ese desafío, lograr un repertorio propio en español. Hacer un jazz que sienta bien mío.
–¿Y se puede hablar de jazz o blues argentino?
–No sé si argentino, pero sí hay propuestas con un sello personal distintivo, con formas de decir propias. Y también una fusión posible con los ritmos más latinos. Además, en la Argentina hay muchísima gente que viene defendiendo el jazz y el blues desde hace años, y son auténticos; para mí eso es lo que vale.
–¿Le molesta ser presentada como “la nieta de”?
–No, en algún momento va a dejar de pasar, o el título vendrá en segundo lugar. Yo me siento orgullosa de mi abuelo, por eso siempre lo recuerdo, aunque tengo en claro que quiero hacer una carrera propia. En mis shows me emociona la forma en que lo recuerda la gente, el afecto que le guardan, por eso no puedo dejar de incluir ciertos temas que hacía él. Aunque, por supuesto, los hago a mi manera.

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