ESPECTáCULOS
“La cumbia villera es a la música lo mismo que el catch al deporte”
Durante años, Bobby Flores y Alejandro Pont Lezica construyeron sus carreras de DJs sin llegar a entrar en contacto. Desde hace dos semanas conducen juntos “Fuera de la ley” en Radio del Plata.
› Por Mariano Blejman
Ambos provienen del mundo de los DJs, o pasadores de discos. Uno y otro declaran envidiarse mutuamente, después de tantos años parecidos transitados por caminos tan distintos. Bobby Flores dice que le envidia a Alejandro Pont Lezica su capacidad para armar compilados únicos. Pont Lezica dice que le envidia a Flores su largo trayecto en la radio, su manera de mirar la música. “Pero es una envidia sana”, asegura Pont Lezica. A pesar de haber andado cerca durante casi tres décadas, desde hace dos semanas por primera vez tienen un proyecto conjunto, un programa de radio. “Fuera de la ley” va por Radio del Plata (AM 1030) los lunes a viernes de 22 a 24. “Nuestra gran fantasía es hacer un programa de música pero sin discos: como hace Víctor Hugo Morales con el fútbol”, cuenta Bobby Flores. El pasador de disco desarrollará luego una teoría sobre la Argentina de Luis Alberto Spinetta. “Para el Flaco, ésta es la Argentina del chorizo mariposa.”
–¿Puede explicar esa teoría?
Bobby Flores: –Un día, el Flaco estaba reflexionando y en un momento exclamó: “Claro, ahora entiendo. Recién un pibe me dijo: ‘¿Querés un chori?’. Le acepto y me pregunta: ‘¿Lo querés mariposa?’. Un chorizo mariposa, cortado al medio. No hay nada que esté más en los antípodas que un chorizo y una mariposa. Pero en la Argentina funciona y es lo que más se come”.
–Y esa teoría, ¿cómo se traduce a la música?
B.F.: –Creo que la mayor expresión de eso es hoy la cumbia villera. La cumbia villera es a la música lo que el catch al deporte. Es lo que más se escucha, lo que más se piratea. Pero no creo que tenga mucho asidero para resistir y convertirse en dogma. Es un momento que estamos pasando, como cuando se puso de moda la canción combativa, a comienzos de los ‘80. Cuando se iban los militares, todos eran cantantes de protesta. Después, con el pop, desapareció la mayoría de esos intérpretes.
Alejandro Pont Lezica: –Miguel Cantilo había mantenido su pensamiento durante muchos años y estaba marcando una editorial.
B.F.: –Pero la cumbia villera te taladra el cerebro, te lo quema. Hace cuatro años hubo un juicio por plagio en un tema de bailanta. El juez sentenció: “Al ser una música tan elemental, es inevitable que todos los temas se parezcan”. Y no hubo plagio.
–Y en la época del menemismo, ¿dónde se concreta esa teoría?
B.F.: –El templo menemista fue Buenos Aires News. Nunca pensé que esa mezcla de gente iba a ser posible: putas, políticos, modelos, artistas, pibes de barrio, chorros. Yo llegaba a poner música, miraba la pista y decía: “¿Por dónde empiezo? ¿Qué pongo?”. No sabía si empezar con Jimi Hendrix o Kapanga. Cualquier cosa podía entrar, y ponía cualquier cosa. Estaban todos duros como piedras y les daba igual. Antes, cualquier DJ era estrella. Después, cualquier estrella era DJ. Menem licuó todo y quedó el Buenos Aires News. La licuación produjo un color primario incapaz de volver a reconstruirse.
A.P.L.: –Nosotros fuimos parte de esa comunicación, pero no renunciamos a nuestros principios. Con el menemismo hubo una fusión de conceptos. La música latina, los DJ, todo se mezcló. Estaba todo apuntado hacia la comunicación física. Pero nosotros sí sabemos qué hay dentro del licuado.
–¿Tienen nostalgia de sus primeros pasos?
A.P.L.: –Siempre estamos construyendo algo nuevo. Del ‘65 al ‘75 la música era impresionante. Todos los discos eran buenos. La FM no existía. El primer programa revolucionario fue “El Tren Fantasma” en 1976, conducido por Omar Cerasuolo. La gente bailaba cosas imposibles como un disco de Alan Parsons. Nosotros éramos la FM de hoy y en la fiesta se conocía a Queen, a Genesis, a Hendrix.
B.F.: –En este país, apelar a la nostalgia es una banalidad. Yo ya tengo nostalgia de la segunda visita de los Stones de hace dos años y nostalgia de comprar discos en Nueva York, como hice hace 3 meses.
–¿Volveremos a esa época de aislamiento musical que hubo en los ‘70?
B.F.: –En esa época, la renovación de material era un cáncer. Yo tuve el primero de Barry White durante dos años. Era el único que lo tenía, porque me lo había traído un primo del exterior.
A.P.L.: –Si uno compraba Supertramp afuera, lo tenía hasta que se editara en la Argentina. Que podía ser 7 años después.
–¿Cómo los conseguían?
B.F.: –Estábamos en un boliche, venía un tipo y decía: “Me voy a Italia el miércoles; ¿qué necesitás?”. Y vos le tirabas la lista.
A.P.L.: –Nuestras principales aliadas eran las azafatas. Buscábamos amigas azafatas para que trajeran cosas. Con el tiempo apareció una especie de servicio: “Este pibe viaja a Inglaterra y trae unas cosas”, nos decían. La primera disquería que empezó a vender aquí fue El Agujerito. Después apareció Paraíso Records, donde uno llegaba y el tipo sabía mucho de música y de qué quería cada uno. Te decía: “Esto es para vos”, y te daba la pila de discos.
–¿Se corre el riesgo de llegar a una situación similar?
A.P.L.: –Sabemos que ahora el circuito de información está más armado y está Internet. Antes comprábamos los discos por los músicos que aparecían en la tapa y que tocaban en tal o cual banda. Cuando yo tenía 18 años, unos músicos extranjeros me regalaron el libro La historia del pop, en inglés. Era lo máximo.
–¿Desde qué época se envidian entre sí?
B.F.: –Yo lo envidio desde el verano del ‘77, cuando empecé. Una noche yo ponía música en el club deportivo San Andrés y estaba anunciada la presencia estelar de Pont Lezica, que había empezado 3 años antes, cuando todavía no existía la música disco. Cuando él llegó, yo pensé: “A ver ese pelmazo cómo me arruina todo lo que hice. Ese pelotudo, tan agrandado, no sabe con quién se mete”. Pero vino Alejandro, entre las chicas que querían ver cómo ponía discos, sacó un picture disc de los Who, y lo puso. Y yo le tenía una envidia como la que puede haber entre dos delanteros de un mismo equipo.
A.P.L.: –A mí me pasó con otro DJ. Yo veía la vidriera de Ezequiel Lanús, y pensaba: “Un día voy a ser mejor que vos”. No reconocía nada.
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