Mié 13.03.2002

ESPECTáCULOS

El espionaje del siglo XXI, en una serie que es pura adrenalina

La nueva gran apuesta de Fox, “24”, refleja el mundo post-11 de septiembre, narrando hechos en tiempo real, y en pantallas simultáneas.

› Por Julián Gorodischer

Buenos y malos, esa herencia legada a la ficción por la Guerra Fría, nada tienen que hacer en las series renovadas del recontraespionaje. La CIA, en “24” –la nueva y más promocionada producción de Fox para la temporada que comienza– es un antro donde conviven el héroe, Jack Bauer, agente secreto y denunciante de espías dobles y sobornados, con el partícipe en la trama de un atentado. “24” (lunes a las 21, por Fox), como otras series inteligentes, cultiva algunas consignas diferenciadoras. Una de ellas dice que “el enemigo está adentro”, y por eso no se puede confiar en nadie. Otra, la que juega con las formas hasta adaptarlas a un ritmo vertiginoso, concibe cada capítulo en el tiempo real de una hora.
El reloj sigue marcando a medida que el episodio avanza, y la tensión no decae. Bauer (Kiefer Sutherland) articula su labor como espía para descubrir el intento de asesinato contra un candidato negro para la presidencia de los Estados Unidos, y para rastrear a los secuestradores de su hija. Ella, antes de partir, escribió en su computadora personal que “la vida es un asco”. También lo parece el oscuro universo de “24”, donde no queda más que defenderse o reaccionar contra un peligro inminente, y donde la clave es la alteración de un orden que nunca retorna a una situación de calma o estabilidad.
La hora corre sin respetar una introducción, un nudo o un desenlace. En el tiempo real no existen las convenciones de una narración, y entonces el comienzo del primer capítulo encuentra al protagonista en plena persecución, advertido de la existencia de un “agente sucio” en su propia oficina y preocupado por la desaparición de su hija. Para contar la multiplicidad de un mundo donde nunca dejan de pasar cosas, la serie no reduce: por el contrario, se bifurca, se escinde, se divide en recuadros. Fragmenta la pantalla para que la realidad sea acorde a eso que se quiere demostrar: que es un caos.
Articulada como serie “ventana”, “24” no se conforma con reflejar el único cuadro de la cacería de Bauer, o de su mujer en búsqueda frenética, o de su hija raptada, o del villano en plan siniestro o del candidato negro amenazado. Los hace convivir a todos, a veces simultáneamente y con estética de aplicación informática: una acción deriva en otra, y el tiempo real no da respiro para narrar esa serialidad como una continuidad sucesiva de acontecimientos.
Rige, en cambio, una lógica hipertextual, donde todo es a la par. Los recuadros conviven y congelan el gesto de un personaje, o revelan un dato. Aportan el suspense necesario y dejan, con frecuencia, a los protagonistas en el aire, suspendidos y a punto de enterarse, o en el instante posterior al shock de una defraudación. Inmediatamente después del congelado de unos segundos, la serie retoma su vértigo, y el contraste entre un grito o llanto contenido y la vuelta a las corridas potencia el dramatismo de ambas situaciones. Para lograr esa fuerza, “24” propone una riesgosa apuesta a la transgresión de estilo: concibe un espectador activo y acelerado, que entiende al vuelo e interpreta las historias aun en estado de superposición. Elimina cierres y abre continuamente la acción a un nuevo cauce, aun en el final del episodio, que es un puente hacia la próxima hora en tiempo real, que será narrada una semana después.
Se desentiende de tirar el gancho para mantener en vilo, o de asegurarse una audiencia fiel por satisfacción garantizada: su narración difícil, atípica para la pantalla chica, privilegia la sensación de montaña rusa, el sin respiro, y a cambio suprime el tranquilizador enigma revelado. Su unidad de tiempo es el minuto, y su máxima aspiración es contar un día, como corresponde a la era de lo imprevisible: el atentado está en marcha y el enemigo convive puertas adentro. Las soluciones, por tanto, aparecerán en plena corrida y a los tumbos, o –lo que es peor, pero probable– tal vez no se encontrarán nunca.
Sobre el final de un episodio se ignora todo: la identidad del secuestrador, del cerebro del atentado, el buen o mal destino de la persecución de Bauer: esto es realismo exacerbado, un reflejo del mundo post-11 de septiembre, y a nadie debería preocupar que la serie se aleje de una tradición de asesinos develados al finalizar el último bloque y héroes siempre listos para una nueva misión. En su transgresión formal, “24” se reconoce como el mundo de estos tiempos: inconexo, desordenado, sin definiciones.

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