Vie 15.03.2002

ESPECTáCULOS

“Hay que seguir cantando: es lo único que nos queda”

La crisis le cortó festivales y lo obligó a suspender la grabación de un disco, pero el folklorista Alfredo Abalos dice que la misión del artista popular es “marcarles el camino a los que vienen detrás”.

Por Karina Micheletto

“Mire que yo he visto cosas fuleras, pero como las que están pasando ahora, nunca. Estamos viviendo la culminación de un plan perfectamente armado, el moño del paquete. Y lo peor es que no tengo esperanzas de que haya un salida, por un tiempo muy, muy largo.” A Alfredo Abalos le sobran los ejemplos que justifican el rotundo pesimismo de su análisis: en Santiago del Estero, desde donde concede la entrevista telefónica y donde eligió irse a vivir hace más de treinta años (pocos lo saben, pero nació en San Fernando, a pesar de que con el tiempo ganó un acento engañoso) el hambre, dice, aprieta, y mucho, como nunca antes. La música le permite recorrer el país y en cada lugar en el que se presenta encuentra la misma pauperización acelerada. En lo personal, la crisis le cortó festivales y actuaciones programadas, y suspendió por tiempo indeterminado la grabación de su nuevo disco.
“Es un momento en que hay tomarse las cosas con calma y dejar pasar el tiempo hasta ver qué se puede hacer”, acepta el músico. ¿Mientras tanto? “Qué se puede hacer sino cantar”, podría decir Abalos, tomando una frase prestada del rock. “Hay que seguir porque es lo único que nos queda, por eso yo sigo cantando adonde puedo, a los ponchazos, en universidades, peñas, sociedades de fomento, como sea. El Fondo Monetario nos podrá sacar la plata para educación y cultura, pero nunca va a poder robarnos lo que somos. La liberación cultural está en nosotros, en cada uno de nuestros actos y en cada día de nuestras vidas. Si nos olvidamos de eso, sonamos”, subraya con tono grave.
Admirado y cuestionado con igual intensidad, siempre polémico, Alfredo Abalos es a esta altura una marca registrada dentro del folklore argentino. Referente del canto popular, sus canciones y su fraseo inconfundible siguen alimentando el cancionero argentino, desde Herencia folklórica, su primer disco, allá por los 60, cuando era un jovencísimo director artístico de la compañía Diapasón, hasta Te digo chacarera, editado en el 2000, con 46 años de carrera en el medio. Anduvo recientemente por Buenos Aires, presentándose en el ciclo “Folklore Acústico” del Auditorio San Rafael, y en la Peña de la Ribera de San Isidro. En ambos casos estuvo acompañado en guitarras por su hijo Martín Abalos Santillán y Hernán Lattanzio.
–¿Qué lugar le queda a la cultura en un momento de crisis tan profunda como el actual?
–Acá se quiere hacer creer que la cultura es un lujo, a eso hemos llegado. ¿En qué cabeza cabe? Yo hace muchos años que vengo peleando desde arriba del escenario contra la falta de plata para educación y cultura. Porque esto no es nuevo, es una cosa programada, lo que pasa es que ahora hemos llegado a la cumbre del plan. Como dice (Eduardo) Galeano en Las venas abiertas de América latina, y como explican tantos otros, si América hubiera tenido la posibilidad de educarse y de unirse hubiera sido imbatible. Por eso los anglosajones programaron la debacle del continente, empobreciendo a los países y haciendo que se peleen unos con otros, sabiendo que, como dicen, un día de guerra son cien años de odio. Y ahora estamos como estamos, en la crisis más grande que vivió el país, donde todo es “vidrioso”, como dicen en la televisión. No sé qué carajo querrá decir vidrioso, pero me doy cuenta de que estamos al borde de la quiebra total, y no veo salida inmediata.
–En este contexto, ¿cuál cree que es el rol que debe cumplir el cantor popular?
–Tenemos que seguir peleándola, haciendo lo que siempre hicimos, en mi caso, cantar. Marcarles el camino a los que vienen detrás de nosotros. Instar a la gente a bailar un tanguito, una chacarera, un vals, un paso doble, a juntarse como se hacía antes en las sociedades de fomento de los barrios. Y a seguir manteniendo las tradiciones, las comidas, lascostumbres, en una palabra, la cultura. Cuando estoy arriba de un escenario sé que estoy frente a gente que por ahí no tiene un peso para comprar un libro, y que tengo la posibilidad de decirle: “Escuchá esta chacarera, mirá esto que dice acá, ¿qué te parece?”. Eso me reconforta el alma.
–¿Qué cosas tienen para decir actualmente las letras de las canciones de siempre?
–Muchas, si uno escucha está todo ahí. Depende de quién diga qué y cómo lo diga. Como yo siempre digo: hay cantores que llenan el alma de felicidad con sus canciones y otros que llenan los estadios con su boludez. Todo lo que se hace pensando en la plata no sirve. Obviamente que si viene mejor, porque uno vive de esto, pero tiene que venir haciendo cosas serias, que tengan sentido, que guarden coherencia. Yo jamás le permitiría a un director artístico de un sello grabador que me diga lo que tengo que hacer, porque sostengo que se puede vender calidad, sin necesidad de grabar macanas.
–Después de 46 años de carrera, ¿qué sueño le queda por cumplir?
–¿Qué puede soñar el cantor que no sea el momento sublime de subirse al escenario? No anhelo nada más que lo que he hecho. Con haber recibido el aplauso y el cariño de tanta gente, ya estoy hecho. Soy un tipo simplecito para todas las cosas de la vida. He tratado siempre de vestirme bien por dentro, no como otra gente que usa los mejores versos y por dentro está yerma. Seguiré haciendo lo que hice durante todos estos años, cantar y marcar un camino, decirle a la gente que no nos podemos liberar ni económica ni políticamente, por lo menos debemos lograr ser un pueblo con identidad, para liberarnos culturalmente.

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