Vie 02.01.2004

ESPECTáCULOS  › EL AÑO EN QUE LA TELEVISION CAMBIO EL EJE DE LOS CASOS POLICIALES

El instinto asesino en sus finos detalles

No matarás, Pabellón 5 e Historias del crimen se internaron en un formato que cambió la manera televisiva de abordar casos policiales, ya muy lejos de lo que hizo durante años el entrañable Enrique Sdrech. La edición, el guión y la musicalización hacen del género un nuevo atractivo masivo.

› Por Mariano Blejman

El reciente año pasado, mientras los medios reflejaban con enorme despliegue el caso-estrella y todavía irresuelto de los García Belsunce, la crónica policial negra perdió pantalla en su forma de relato clásico. La televisión profundizó su mirada sobre la psicología del asesino, revalorizando su historia sobre el dato crudo. El universo clásico, aquel que bien reflejaba Enrique Sdrech en sus crónicas de asesinatos, secuestros y robos, dio paso a otro tratamiento, en el que el interés recayó sobre los victimarios, sobre todo los que están presos.
Durante 2003, la televisión encontró en el policial un espacio para jugar con el género que en literatura suele llamarse no-ficción, aunque condimentándolo –merced a la musicalización, el guión y la edición– como si fuera ficción. Un recurso que el clásico policial no había explotado en profundidad. Historias del crimen (Telefé), No matarás (Canal 13) y Pabellón 5 (América) se animaron a un género que la televisión había comenzado a adoptar en otros ámbitos, desde la fórmula que sembró Fabián Polosecki con El otro lado y El visitante. Después de Historias del crimen, guste o no, el aire probó nuevas formas de contar una historia en televisión de aire. El óvulo de Historias del crimen fue gestado, probablemente, por Andrea Schellenberg, cuando empezó su carrera 11 años atrás trabajando para Spiegel TV en Alemania. Y hubo un cóctel de violencia social para que naciera la criatura en la pantalla: tanto Claudio Villarruel, como el área de noticias en Telefé estaban pensando en un producto similar, que terminó conduciendo Ricardo Ragendorfer. En los ‘90, aparecieron atisbos del formato que terminó de consumarse este año. En 1993, Schellenberg ingresó a Edición Plus, conducido por Franco Salomone y Lana Montalbán, el primer programa de investigación periodística con cámara oculta. En 1996, Alejandro Rial ganó un Martín Fierro con Informe especial, un programa sobre relatos urbanos que habían comenzado un año antes. En el ‘98, Enrique Sdrech armó un policial en el 13, que duró unas semanas con un formato parecido a un noticiero. Poco después, en el primer Puntodoc, Graña hizo dos informes que se acercaban al género. Los llamó “ladrones.doc” y “víctimas.doc”. Schellenberg pasó, entre otros, por Telenoche Investiga y Zona de investigación hasta cranear Historias..., que según Villarruel volverá la próxima temporada por Telefé.
Con ese programa, el relato policial se transformó. Una idea que puede rastrearse en la literatura: tomar un hecho noticioso y cavar en su profundidad psicológica y social. Desarrollarlo a lo largo y a lo ancho. Convertirlo en una novela real, como hizo –ya es remanido– Truman Capote con A sangre fría. “Contamos casos policiales con un marco dramático, utilizamos recursos narrativos del relato literario, escribimos el guión, y abonamos la cruza narrativa entre el policial, el documental y la investigación”, cuenta Schellenberg. En la decisión de encarar aspectos psicológicos, Historias... no justifica el delito, ni es condescendiente con el victimario. “Hay otros recursos: nos metemos en el móvil del crimen y sus acontecimientos”, cuenta la productora.
Los trece programas fueron vendidos a la TV Azteca de México. ¿Por qué? Fue su formato de historias fantásticas lo que encontró compradores en el extranjero. La televisión no había explotado suficientemente el formato de no-ficción. Al menos, no en el policial, acostumbrado a preguntarle a la víctima cómo se siente. “Esto indica la gran violencia social. Nadie comete un delito de un día para el otro.”
Después de Historias del crimen, otros canales apostaron a esa idea de contar relatos reales con estructura de ficción. María Laura Santillán pensó en un formato que, si bien se cuelga del policial para contarlo –qué mejor que una historia de amor y muerte para la ficción–, utilizó elementos del género de novela.
Así, clásicos como la pasión, el deseo y la rabia de quien sufre por amor son elementos para contar cómo es matar, casi, sin que se caigan laslágrimas. Ricardo Ravanelli, productor ejecutivo de No matarás y de Telenoche Investiga (ex productor de Enrique Sdrech) hace una salvedad: “No hacemos policial. Si bien la anécdota tiene una cercanía –se trata al fin y al cabo de contar la historia de una muerte– encaramos la historia de un persona ‘normal’ que toma la decisión de convertirse en asesino, sin haber denotado una conducta previa que lo anticipe.”
Sin embargo, No matarás pareció olvidar las causas profundas de las historias que llevan a la muerte. “Nos interesaba indagar en la mente de quien cree que es distinto. Nos preguntábamos qué nos emparienta, y qué no con un asesino.” Ese “nuevo periodismo” tamizado por Santillán convirtió las explicaciones sociales en psicológicas, a veces carentes de un asesoramiento adecuado. “Elegimos contar un asesinato como cualquier historia de ficción, aunque con un desenlace que no tiene cualquier historia.” El policial tenía el clímax asegurado. “La gente terminaba tomando partido.”
El anterior programa de Santillán apelaba a entrevistas maquilladas, como si fueran filmadas fuera de la cárcel. El riesgo era darle pantalla al “criminal”, hacerlo querible. ¿Puede el espectador enamorarse de un asesino? “Somos conscientes de que hacíamos escuchar una sola campana: la del culpable. Pero no tratamos de descubrir la verdad”, cuenta el productor. No matarás destacaba con placas en negro, simplemente, aquellos puntos que no concordaban con la versión judicial del caso. “No cuestionábamos su versión de la historia”, asume Ravanelli. La producción conocía el riesgo de meterse con personajes que se confesaran asesinos. “Es difícil que acepten frente a cámara que mataron. Entonces, la producción se complica”, dice quien reconoce que puede haber cierta saturación. Por eso, Ravanelli piensa probar otros géneros de no-ficción. “La gente quiere historias. Se bancaron una hora de un reportaje de un total desconocido, ¿por qué no se van a enganchar con una historia de vida?”
Subido al fenómeno, el último en aparecer fue Pabellón 5 de Rolando Graña, por América. Es, tal vez, el producto más utilitario: “Queríamos contar historias de cárceles”, cuenta Graña a Página/12. “Porque no hay que ir a buscarlas a ningún lado.” Mientras Historias... solía investigar casos conocidos, Graña prefirió contar policiales desconocidos, desde el relato de sus ejecutores. Historias de cárceles entregadas –siempre– por el sistema penitenciario. “Hay una economía del relato. Por cuestiones técnicas, cuando uno enfrenta a quien cometió delitos, puede usar el formato de entrevistas o agregarle elementos narrativos”, cuenta Graña. Aunque hay un cierto aire de época, lo que para Schellenberg era “violencia social”, para Graña es la “cuestión seguridad”. Diferentes nomenclaturas ideológicas.
En las crónicas policiales se cuenta el encuentro fortuito y dramático entre víctima y victimario. “A veces se conoce quién era la víctima, el comerciante baleado, la mujer asesinada, pero del victimario no se sabe mucho.” Se trata de pequeños personajes con grandes historias. “Las entrevistas tienen que ver con un perfil sociocultural y de su historia familiar sin pretender hacer psicología barata”, dice Graña, quien recuerda haber dormido una noche en un pabellón de violadores. En Historias... la investigación hace de marco para las declaraciones de víctimas o victimarios. No matarás y Pabellón 5 se eximen de averiguar si son culpables: relatan casos probados, no los condenan. Ya lo hizo la Justicia. Para Graña, “la manera de transmitir valores no es mostrando víctimas, sino asesinos. La peor naturalización se produce cuando hay escamoteo de datos”. Pero no hay ideología en enfocar al victimario, sino un cuestión industrial. Para Graña: “El condenado suele contar la verdad”.

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