ESPECTáCULOS
› EL CASTING DE “PENSIONADOS”, BUSCANDO NO-ESTRELLAS
El federalismo según Adrián
Para la nueva serie de Pol-ka, las pruebas de cámara buscaron personajes “naturales”, que no ocultaran la tonada y su pertenencia al común de la gente: un nuevo giro en la era del costumbrismo en TV.
› Por Julián Gorodischer
Que hablen con tonadita, que se coman las eses, o que las digan bien marcadas pero, en cualquier caso, que se note que son de pueblo. Ellos no tienen nada que ver con la locución neutra de exportación. En un impensado regreso del federalismo, después del redescubrimiento de la plaza del pueblo que hizo Operación Triunfo, la tele los quiere de provincia, hasta el extremo de moldear la trama del nuevo culebrón de Pol-ka y situarla en una pensión de título sin sutileza: La Argentina. El costumbrismo revisitado, en 2004, será en la pensión alegórica (¡la patria!) o no será, y allí se juntarán el cordobés y el rosarino reales para intercambiar parejas y decir lo que sienten, como siempre. Esta vez, un pasito más allá: cuatro protagonistas de Pensionados serán “comunes”, dos chicos y dos chicas elegidos el lunes a los que recibieron con un manual de estilo particular: “Pronuncien como siempre, que se les note...”.
La nueva pretensión federal los imagina como líderes zonales, arengando a la plaza del pueblo con sus actuaciones, promoviendo una eterna gira. Cuando la publicidad consagra a los modelos “civiles” de Picky Courtois (reclutados en la calle) más que a los Dotto Models, cuando el diseño moderno (Brandazza De Aduris, Sergio De Loof) se encarna, en sus desfiles, en gorditos y culones, la ficción no podía quedarse atrás. Las provincias proveen, y la productora premia al que mejor imposta por encima de su tonada natural. “En Buenos Aires –coinciden los ganadores– te chocan en la calle y no piden disculpas.” El mito del interior acude a unas pocas variantes: la mesera redimida, la estudiante que puede actuar, el desempleado que va a empezar una carrera. O el caso de Lucas, de Rosario, que –según dice su mamá– “en la primera comunión contaba chistes verdes a una maestra borracha”. Si el mundo Pol-ka era un universo de recortes (un barrio, un oficio), el nuevo espejo de la Argentina está a tono con la era en que Mirtha Legrand almuerza con los Kirchner en el Perito Moreno. En el mito federal de Pensionados se reinstalan los buenos sueldos para reventar en una noche, vuelve el empleo y la alegría del sueño realizado. Aquí, en este extraño mundo de Suar, Buenos Aires es una Nueva York esplendorosa que promete lo que parecía terminado: el progreso indefinido.
Si el guión de Pensionados (que se anticipa en unas pocas escenas de prueba) gira en torno del lugar común de cumplir un sueño o levantarse a una mina o pelearse con el hermano, la novedad está en el insert del reality. Cuando quedan doce finalistas, les comunican la novedad con sorpresita, como en Gran Hermano: los visitan en sus casas o clubes y dejan al famoso hablar: “¡Estás adentro!”. A Emilio, que hace changas filmando autistas (sic), le ponen a un falso autista a “moverse como un Rain Man”, en excentrísima performance que desconoce toda corrección, y después el autista habla y le dice: “Sos finalista”, y lo que sigue es el llanto del familiar: “Yo lo sabía...”. Leo, uno de los elegidos, tiene experiencia previa en Vivir intentando, la película de Bandana, y figura en el staff de Dotto Models; conoce de memoria el nuevo canon de la consagración, hacerse famoso en el casting. Gabriel se esfuerza por no dar televisivo porque, al fin y al cabo, ¿no es ésta una reacción contra los de antes? Intuye por dónde va la cosa cuando compone a su chanta simpático y logra el milagro, es decir, el amor del guionista: “Transmitís algo más allá de la pantalla”, le dedica. Rocío cantó en recitales, pero nunca le habían dicho “Pasaste a la siguiente etapa”. Barbarita recibe el más mundano elogio de la belleza, con el mote de “muñequita” o la asociación a Luisana Lopilato. ¿Parecerse a una estrella? Eso nunca, y reafirma el andar levemente desgarbado, la vacilación en las respuestas.
Los chicos de barrio se atragantan de canapés en el Alvear, pero querrían “estar comiendo pizza” –dice Emilio–, y después se suman al discurso único: expresar el sueño de cachet y fama. “¡Cómo me gustan las cámaras!”, dice Rocío, la cantante. A la tele del casting televisado le gusta alardear de su misión social: “Van a firmar contrato”, repite Juan Castro, el conductor, y Adrián Suar promete pleno empleo. “El que no gane hará un bolo en uno o dos capítulos.” La tonada es la prueba del ser común, la inclusión en la casta del hombre del montón. Al ídolo de la nueva era se le deben ver los hilos, la costura, la formación inconclusa, la falta de oportunidades. ¿A qué no adivinan quién es el redentor?