Mar 13.01.2004

ESPECTáCULOS

“Misterios y milagros”, los fieles de la Iglesia Universal de Sueiro

La segunda temporada del ciclo propone una estrategia promocional de la Iglesia Católica. “Créanme, no los voy a defraudar”, solicita.

› Por Julián Gorodischer

“Lo esencial es invisible a los ojos”, dice Víctor Sueiro, redescubridor tardío de El Principito. Pero esta vez hay un problema grave. El repertorio de angelitos, aparecidas y muertos revividos es limitado. El tipo vio el filón de la muerte-con-túnel-y-luz-blanca hace tiempo, y se puso a hacer escuela por acumulación (uno, dos, usted también), pero no abundan los casos. Lo que queda es aplicar la doctrina Sueiro a cualquier recuperado de terapia intensiva. Y eso es lo que se vio en el estreno de la segunda temporada de Misterios y milagros: aplicar el versículo al “negrito” chocado por un tren y rehabilitado en el Instituto Fleni. Las historias clínicas proveen y Sueiro (premoderno, hiperreligioso) dirá: “Creer o reventar”. El gurú defenderá la veta mágica con el afán enrolador de la Iglesia Universal del Reino de Dios. Como en Pare de sufrir, Sueiro es un apólogo de la cristiandad (pero no pentecostal... ¡pura!), un devoto de la acción papal que tiene algo para decir: “Créanme”. Lo de Sueiro es una religión, y el de Misterios y milagros es el más contundente reclutamiento de devotos a cargo del programa misionero.
Misterios... tiene una tradición en la medianoche del cable poblada de pastoreo con dramatización. Alguien sufre por rebelarse al canon cristiano, y la Iglesia genera sonrisas fijas que dan miedo de tan estiradas, más parecidas a las del serial killer que a la del feliz y contento. Pero Misterios... innova: lo suyo es una militancia televisiva aún más directa para conseguir acólitos. “Hago lo mismo que el Papa”, dijo Sueiro. Para contar la historia de Pato, el atropellado, acude a todos los mitos de la redención eclesial: una Fundación de Damas que dona plata, un hospital privado que recibe al sufriente. La Virgen podrá ayudar, pero no en la salita del conurbano. Las Damas lo rescatan, pese al gasto, porque “ninguna vida se calcula en dólares”. El elegido no es cualquiera: tiene una familia compacta, que reza a los emblemas de la vida como se debe: medallita, Virgen, aroma a rosas y testimonio revisitado: “Está en manos de Dios”. El pibe es inocente, fue dañado por accidente, pobre, pero respetuoso de las tecnologías de los ricos (el Hospital Austral, el Instituto Fleni). Entonces sí, se consuma la donación, y “la maquinaria de la fe –festeja Sueiro– se pone en marcha”.
En el cristiano mundo de Sueiro se imponen la caridad, la medallita, la relativización de la ciencia, la aparición.... La familia dijo que vio a la Virgen, que ella misma los recibió en la iglesia, como para encajar en la serie de los misterios revelados, y que no todo quede limitado a una vulgar recuperación clínica. “No te podés ir de ahí”, insiste el conductor, en clave hipnótica, acodado en su barra transparente, fondo celeste, angelito de cerámica a la derecha, copa de agua y rosa roja. En ese territorio despojado, lo natural y lo áureo conviven para apañar al gurú Sueiro, el más parecido de los argentinos a Paulo Coelho, porque más allá de la excusa (ángeles, muertos vivos o desatanudos) él quiere, como el brasileño, que “todos pierdan el miedo”. “Esto es maravilloso... esto es mágico... esto es extraordinario...”, dice con la pasión del monje laico. Porque si todo Misterios y milagros es un parte promocional de la Iglesia Católica, el multitarget exige que sea apto para el judío o el musulmán (religiones que Sueiro “adora”). No se verán, pues, alegatos de curas, y sí de las Damas de Caridad, y de los padres, el único sostén, un pesebre viviente que insiste en redireccionar el crédito del “milagro”: “Fue Dios”.
Sueiro, preocupado por la filiación evangélica, prefiere despersonalizar: “Algo que no se puede explicar, algo que ocurre, pero no se ve”. Y, entre la emoción, se necesita una moraleja que corone: “La familia unida”, proclama, con fondo de abrazos en películas malas, música para emocionar y el gurú diciendo: “Los quiero, tengan esperanza”, dirigido a esta nueva elite conservadora que reinstala la cena en familia, la creencia, la piedad, la donación, la visita a la iglesia, la desconfianza en el médico, la fidelidad al cura pero, sobre todo, a Sueiro. ¿Quién había proclamado una crisis de la fe? Se fue, volvió, y fue millones (de espectadores). Sueiro reclama solamente antipatía por el Demonio y, a cambio, ¡vida eterna! O, si no, llévese su propio ángel de la guarda (pronto vendrán esas historias). Claudio María Domínguez o el pastor Paulo Roberto, de Pare de sufrir, no llegaron tan lejos. Peperino Pómoro, un poroto.

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