ESPECTáCULOS
› MARIKENA MONTI PRESENTA SU ESPECTACULO “SECRETOS A CUATRO VOCES”
Un tributo de canciones y palabras
La cantante interpretará tres monólogos dedicados a cantantes emblemáticas: Edith Piaf, Pepita Avellaneda y Billie Holliday.
› Por Cecilia Hopkins
“Usted, con un vestidito negro y en patas”, fue la orden que Marikena Monti recibió de Blackie, cuando se aprestaba a intervenir en uno de los programas de televisión que producía por entonces la ex cantante de negro spirituals. Así, a fines de los ‘60, se forjaba la imagen de una de las intérpretes locales más personales de las últimas décadas. Su debut televisivo (ya había cantado en un escenario en La Botica del Angel, el reducto de Eduardo Bergara Leumann) sucedió pocos años después de que Monti cumpliera los 21: luego de vivir tres años en París con sus tíos y ya en Buenos Aires, decidió abandonar la carrera de Letras para dedicarse a cantar profesionalmente. Desde chica había estudiado música y canto y de adolescente, como un juego, solía imitar la voz de Edith Piaf escuchando una y otra vez un disco que le había regalado su madre. Por entonces no imaginaba que años más tarde la compararían con “el gorrión de París” por su canto temperamental, por esa fuerza expresiva que, para Jorge de La Vega, le venía de fábrica porque, como escribió en una canción dedicada a ella, fue su mamá quien le puso al nacer “un tigre en su garganta”.
“Siempre me relacionaron con la Piaf y esto a mí me gustó mucho: fue una de esas cosas de la vida que nunca quise intelectualizar”, asegura Monti en la entrevista con Página/12. A punto de cumplir con una asignatura pendiente (“desde hace tiempo que quiero hacer teatro y ahora compruebo que es como hacer un viaje hacia adentro de uno mismo”, confía), Marikena avienta los nervios del debut analizando los segmentos que componen Secretos a cuatro voces, un espectáculo cuya idea le pertenece, que subirá a escena hoy (con una función para los lectores de Página/12) en La Casona del Teatro (Corrientes 1975), con dirección musical de Oscar Laiguera y dirección general de Diego Kogan.
En Secretos... Monti interpretará tres monólogos dedicados a tres cantantes, uno de ellos, obra del fallecido Pedro Orgambide, los otros dos, escritos por la dramaturga Patricia Zangaro. Y Piaf es, precisamente, una de las figuras elegidas para estructurar la obra. Las otras homenajeadas son la cupletista y tonadillera Pepita Avellaneda y la negra norteamericana Billie Holliday. “Pero nadie va a ver a ninguna de ellas en escena– advierte Monti–, porque la evocación no pasa por la fidelidad a sus imágenes sino por tomarlas como prototipo, tanto por el estilo de su canto como por su historia de vida”, aclara. Su vínculo con Kogan llegó por intermedio de Zangaro: “Es un director sensible, sin poses ni reglas”, elogia la cantante, “porque en el escenario las convenciones se van inventando y eso es lo que diferencia al teatro de la vida”. Definido por la intérprete como perteneciente al género del teatro musical, el espectáculo es, según compara, “parecido al teatro que propuso Bertolt Brecht, con la música que aparece lateralmente y amalgamada con el habla porque, técnicamente, hablar y cantar es lo mismo”. Sus personajes también son portavoces de una denuncia social: “Piaf, Pepita y Billie recibieron tantos castigos en su vida que, inevitablemente, ellas mismas tendieron a la autodestruccción con la bebida o la droga. Pero lo conmovedor de las tres es que, aunque sufrieron marginación, abandono y promiscuidad, lograron tener una voz única y dejaron una obra que las hizo inmortal”.
–¿Cómo surgió la idea de este montaje?
–Este espectáculo obedece a antiguas obsesiones mías: desde los 13 o 14 años, cuando todavía no pensaba en ser cantante, cuando creía que iba a dedicarme a escribir o pintar, me preocupaban ciertos temas: la irracionalidad del racismo, la marginación, el Holocausto. Así que, como otros proyectos que haré más adelante, la idea de este espectáculo se remonta a aquellas obsesiones y surgió hace dos años durante una sesión de análisis: quise presentar a tres cantantes, pero no en su momento de gloria. Creo que mucha de la gente dedicada a actividades artísticas tiene zonas de las que no se habla nunca, signadas por la oscuridad, que tienen que ver con todo aquello que tuvieron que vivir para alcanzar el reconocimiento. Me contacté, entonces, con Pedro Orgambide, quien, a pesar de estar ya muy enfermo, se entusiasmó y con gran generosidad escribió uno de los monólogos, el dedicado a Pepita Avellaneda, una reina del varieté que trabajó junto a Florencio Parravicini. El personaje, que ya tiene unos 70 años, está ubicado en el guardarropas del Chantecler, recordando.
–¿Cómo se integran las demás voces?
–La mía aparece al final, cuando canto Enhebrando heridas una canción que escribí en 2001, 48 horas después de la caída del las Torres. El segundo de los monólogos es el dedicado al personaje de Piaf, que Zangaro ubica de adolescente, en la calle, donde ella solía cantar antes de debutar en los cabarets: de allí le viene el reconocimiento y la vivencia brutal que tuvo del dolor. Su vida fue un abandono sistemático, sufrió hambre y carencias de todo tipo. Sin embargo, todo esto está presentado de un modo muy contrastante: este momento tiene mucho que ver con el circo, con un mundo riesgoso y fascinante que, como el del varieté, me hubiese gustado transitar. Después, inspirado en su autobiografía, viene el monólogo de Billie Holliday, que está encerrada en un cuartito, esperando para salir a cantar en un night club. Tremendamente enojada, habla de los sufrimientos que tuvo que padecer por haber nacido negra en una sociedad que los margina como si fueran menos que animales.
–El tema de la mujer y la marginalidad son una constante de su repertorio...
–De toda la vida. Mi interés por la problemática social me ha acarreado inconvenientes, pero a mí nunca me importó, porque creo que uno debe ser fiel a lo que siente y piensa. Aunque sé que es muy alto el precio que se paga por la libertad, por la independencia. Yo tengo algo muy anarco en mi forma de ser que me hace enfrentar a ciertas cosas. Nunca quise tener amo de ninguna clase, obedecer a modas ni a intereses económicos. Ni tampoco discriminar al público, como hacen algunos empresarios que quieren ofrecer a la gente canciones fáciles, digeridas, que le lleguen desde el ritmo y que no la hagan pensar. Sí hay grandes excepciones –como Serrat, Víctor Heredia, María Elena Walsh y León Gieco– que demostraron que se puede escribir canciones bellas, inteligentes y populares.