ESPECTáCULOS
› LA INCREIBLE HISTORIA DE SILVIA BURGOS, UNA TELEADICTA MILITANTE
La otra cara de un fenómeno musical
A los 23 años, es la presidenta del fans club de Bandana. Intentó matarse cinco veces y está enamorada de Cristian Castro, a quien logró abrazar en el programa “Popstars”. Pero ahora quiere ingresar a la TV, como sea, para declarar su amor al cantante mexicano.
› Por Julián Gorodischer
La mujer que, en la foto, luce divertida junto a las Bandana intentó matarse cinco veces. A los 10, tomó un frasco de veneno para hormigas; a los 17, barbitúricos. En el medio, se tiró a las vías del tren y se raspó las muñecas. El quinto intento no se especifica. Esa misma mujer, en clave mística, dirá que escucha las voces de las Bandana, todos los días, cada vez que piensa, otra vez, en matarse. La recuperación llegó, como otras veces, junto con el mensaje salido de la tele, obsesión que vuelve en esta historia: un programa da respuestas. Espectadora activa, Silvia Burgos mira tele desde chica, memoriza parlamentos de telenovela, lee moralejas y advertencias en la trama de los culebrones mexicanos, y encuentra fórmulas para vencer la depresión. Esta vez fue el gustito por la misión del fan, ese persistente trabajo de acompañar en recitales, gritar elogios frente a los agresores y reunirse para intercambiar información y figuritas.
Silvia, agazapada detrás del fenómeno Bandana, espera en la puerta durante la veintena de recitales y se adosa como puede al sistema de fans devenidas estrellas, como si algo de ese combinado de éxito y fama –la obsesión del fan– se le pegara por cercanía. Toca la mano de Lourdes, espera en la puerta durante dos horas, saluda efusiva a otros fans, y cuenta su propia historia a quien pregunta. Ella misma, en “Popstars”, quiso quedar elegida y se anotó en las pruebas “de puro caradura” y, sin suerte, le quedó reservado no el pase a la categoría de famosa sino el puesto mejor de su casta: ser presidenta del fans club. Ahora grita “ídolas” o se envuelve con la bandera que dice Bandana o condena el insulto escrito en la puerta del teatro, y la maquinaria que sostiene al grupo pop se vuelve eficaz y probada.
En el programa, cantó el tema de su autoría “Angel de cristal” dedicado a Cristian Castro, y la producción le dio la sorpresa-golpe de efecto de presentarle al cantante. Silvia lo abrazó y le cantó una estrofa que había escrito siete años atrás, mientras lo esperaba en el Aeropuerto de Ezeiza. “Un ángel de cristal eres tú, un sueño imposible de alcanzar, no puedo más, quisiera besarte, amarte y soñarte junto a mí”, le dijo al oído, y esa noche durmió abrazada al saco “impregnado de su perfume penetrante, dulzón”.
Su historia de amor con Cristian Castro había empezado mucho antes, no ahora que tiene el cargo y la amistad de las Bandana sino el 9 de julio de 1993. “Lo vi en ‘Ritmo de la noche’ y empecé a amarlo, tal vez como prolongación de mi fanatismo por Verónica y por las telenovelas mexicanas. Lo perseguí hasta Ezeiza y logré tocarle la cabeza”, recuerda. Su deseo desde entonces fue ingresar a la tele como fuera, para que Cristian la viera desde México “gracias al poder de los satélites”, y por eso se presentó en “Gran Hermano”, y después en “Popstars”, como si los castings y la espera interminables se trataran de un tributo al ídolo, un sacrificio, la antesala para una declaración de amor que él escucharía.
La revancha de estos días significa firmar autógrafos en la puerta del Gran Rex, ser saludada por Lourdes, ser nombrada por las Bandana como “una excelente compañera de casting” (en el programa repetición de “los mejores momentos”, por Azul de lunes a viernes a las 20.15) y haber pasado la primera prueba para “Popstars”. “El sueño de ser cantante empezó en el colegio –cuenta–; soñaba despierta con estar en ‘Festilindo’. Les aseguraba a todos que esos niños cantantes eran mis amigos y vendrían a mi cumple. Pasaban las horas y no llegaban, y los compañeros me decían: ‘Gorda estúpida’.” Obsesionada por la tele, Silvia fijó hitos electrónicos para su vida. “‘Alcanzar una estrella’, la telenovela de Eduardo Capetillo, marcó mi vida.” Según ese juego de espejos, ella misma querría haber vivido la historia que narraba la tira: una fan devenida sex symbol y novia del cantante que más admira. “Tal vez –dice– adelgace y lo consiga.” A los 23, la presidenta del fans club de las Bandana denunciauna mafia que la quiere afuera. “Otros miembros le llenaron la cabeza a Lissa –se queja–, dicen que soy cínica. Cínico es Carlos Menem, no yo.” Silvia Burgos denuncia una campaña: “Me tienen celos; me llaman a las 3 de la mañana y me gritan: ‘Gorda’”. Reclama derecho a disentir, en un sistema de fans acostumbrado a la aclamación sin dudas. “La gente de los fans clubs puede ser terrible. Cuando formaba parte de ‘Ritual’, el de Cristian Castro, opiné que un traje le quedaba como de preso. Y me expulsaron, como si hubiera quedado excomulgada de la Iglesia Católica.”
En el relato, entonces, aparece la mención a las internas: los fans de Bandana se disputan el control de la devoción, el manejo de la tropa y, por eso, se dividen en grupos menores que le desconocen su autoridad. De allí que la cuestión gire en torno a decidir cuál club es oficial y cuál opera desde la clandestinidad. “Mientras tenga un solo fan que me siga siendo fiel voy a estar en el cargo”, se compromete. El sentido de la misión es ejercer una forma de resistencia: retener la presidencia a pesar de lo que describe como un golpe a su legítima autoridad. El apoyo de sus electores es, por estos días, el secreto de la permanencia. “Todos los días –dice– recibo un llamado que me pide: no te sientas vencida.”