ESPECTáCULOS
› MARIA EVA ALBISTUR PRESENTA “AVATAR”
Pensando en volver
La cantante y bajista, radicada en el exterior desde hace seis años, considera que “Argentina vive un momento interesante, y no me lo quiero perder”.
› Por Cristian Vitale
Seis años fuera del país y una inclinación estética poco pop, cargada de ritmos irregulares y melodías orientales, son causas suficientes como para que más de uno se preguntara quién era esa chica cuyos carteles de publicidad inundaban la Capital, para difundir su pasado show en el Ateneo. Su nombre suena lejano y familiar a la vez –María Eva Albistur–, pero su música, que incluye ritmos porteños desprendidos del bandoneón de su amigo Fernando Samalea, deschavan su cuna rioplatense. María Eva toca el bajo, canta y compone. Hace seis años que vive fronteras afuera –casi dos en Nueva York y el resto en Madrid–, pero siempre se rodeó de músicos argentinos, aquí y allá. “Antes de irme tenía una banda llamada Imán en la que también tocaban Fernando Kabusacki, Santiago Vázquez y Alejandro Franov. Fue muy lindo aquello” señala, algo nostálgica, antes de una nueva presentación, este viernes en Foro Gandhi (Corrientes 1743).
Albistur vino para mostrar su segundo disco, Avatar, grabado entre España y Buenos Aires. Apoyada en un quinteto –Paco Arancibia, Fernando Kabusacki, Fernando Samalea y Matías Mango–, prevé mostrar al público argentino un disco de “amor y desamor”, bastante inclasificable. “Algunos dicen que es intimista, pero es según de qué lugar se lo escuche. Toda definición es relativa. Tal vez la diferencia con Insomne –su disco debut– sea que aquel tenía composiciones abstractas y paisajísticas. Este no”, orienta. Avatar fue grabado en dos años e intervienen músicos que le otorgan un sonido interesante. Entre otros, aportaron Daniel Melingo, Samalea, Kabusacki, Lucas Martí y Javier Malosetti. “A Javier lo conocí en España. Estaba enamorado de un viejo tema mío –Barco negro– y cuando se enteró que yo era su compositora lo tocó completo, después de seis años sin escucharlo. El tipo es un genio”, refiere como anécdota.
Pero tal vez el dato que más la envanece sea la musicalización que hizo de un bello poema de su ídolo, Leonardo Favio, tomado del libro Pasen y vean. “Como fan absoluta de él, tomé uno de los poemas que está al final de su biografía y lo musicalicé en tres minutos. Le di el perfil dramático y místico que merece. Favio hizo de su vida una obra de arte”, asegura. Cuando terminó la canción, se la envió al hacedor de Sinfonía de un sentimiento por correo y la respuesta fue impensada. “Me escribió un mail diciendo que había recibido ‘una maravilla’ y que era la primera carta que escribía desde que volvió al país en 1986. Me mató”, confiesa. Ambos se conocieron cuando María Eva presentó Insomne en La Trastienda, en 2001. “Sabía que no le gustaba salir, pero lo invité al show y vino. Cenamos juntos y le propuse recitar el poema... ‘No, chiquita, te lo voy a arruinar’, me dijo, pero después aceptó y quedó bárbaro”, recuerda sin salir de su asombro. “Es una de las joyitas del disco porque te transporta a otro lugar, con sus violines tobas y sus bandoneones”.
María Eva se fue del país cuando tenía 23 años. Su carrera aquí se resumía en Imán y algunos ensambles experimentales resignados a yirar en el under. “Me fui un poco podrida de lo que pasaba en el país. Desde que nací, siempre hubo crisis e imprevisibilidad”, observa. Su primera escala fue Nueva York, donde estudió música seis meses para luego sumarse a variados proyectos de música funk y étnica. Después, una mezcla de azar y genio artístico la llevó a integrar el grupo de Joaquín Sabina -experiencia que compartió con Samalea–, en su gira mundial 1999–2000. “Me quedé en España y empecé a trabajar con varios artistas. Me pasó algo que es muy complicado en Argentina: vivir de la música... eso, hasta hace poco, garpaba el hecho de que permanezca allí, pero ahora me lo estoy replanteando. Este es un momento muy interesante de Argentina y no sé si me lo quiero perder. Hubo un clic grande, un cambio de actitud que me llama. Es cierto que aquí uno tiene que fabricarse su propio caminito. Nada es fácil, pero eso hace que el nivel artístico sea muy bueno y queprevalezca un circuito independiente que en España no existe o, si existe, es con el objetivo de transformarse en una gran empresa. Allí no hay una ética independiente”, enfatiza. Entre sus influencias, María Eva desataca a Joni Mitchell. “Tiene una voz que logró no afectarse con lo común de las afecciones”, destaca, y saca un dato del arcón de los recuerdos. “Tenía 17 años y estaba tocando con una banda en el Parque Centenario. De repente apareció León Gieco, me hizo una seña para que me acercara y me dijo ‘tenés que seguir adelante... la tenés clara’. Yo nunca fui fanática de León, pero sus palabras me ayudaron a dedicarme a la música cuando estaba atravesando un momento de crisis”, recuerda.