Lun 26.01.2004

ESPECTáCULOS

Los problemas oftálmicos del doctor Carlos Belloso

En Ojo!!, el actor asume el riesgo de llevar adelante el peso de la dirección y complementar sus textos con canciones, en una obra que depende exclusivamente de su habilidad para la transformación.

› Por Cecilia Hopkins

Diez años actuó Carlos Belloso junto a Damián Dreizik bajo el nombre de Los Melli, una de las propuestas más singulares que el naciente teatro under daba a conocer promediando los años ochenta. Con un sentido del ritmo poco común, aquella dupla hacía reír apostando sobre todo a la deformidad, al escorzo gestual. Pero una vez que coincidieron en que ya era conveniente disolver el dúo y probar suerte cada uno por su lado, los actores no volvieron a compartir el escenario. Durante los primeros tiempos, a la vez que Belloso era dirigido por directores como Pompeyo Audivert o Eva Halac, aparecía en televisión (Ta-te-show era el programa) como Freddy Krueger o el Hombre Lobo. El reconocimiento masivo le vino recién con los personajes creados para Pol-Ka: primero hizo el barrabrava bizco en R.R.D.T. y luego el Vasquito, personaje de Campeones que le valió un Martín Fierro. Su primer unipersonal, Pará fanático!, contó con la dirección de Enrique Federman, al igual que el segundo, el festejadísimo Dr. Peuser que, incluso, formó parte de la programación nacional del Festival Internacional de Buenos Aires, el año pasado. Si en Pará...! el actor se trenzaba en descabelladas persecuciones y demostraba su agilidad bailando tecno, Dr. Peuser se destacó por la riqueza de los personajes que el actor traía a escena, entre otros un director de cárcel experto en mapas genéticos, un científico discapacitado que soñaba con ser Linterna Verde y un testigo en Tribunales que pasó tanto tiempo esperando que terminó convertido en juez de la Nación.
En el armado de Ojo!!, su tercer unipersonal, Belloso también se dejó conducir por la libertad de asociación, con la diferencia de que esta vez se autodirige. Y a pesar de la visibilidad que le prodigaron los medios, el actor continúa creando bajo la premisa del presupuesto cero. No se trata, claro, de una cuestión económica (que seguramente pesó en sus comienzos, con Los Melli) sino de una decisión estética. Sobre el escenario no hay nada (salvo un caballete con un cartel hecho a mano); el actor lleva un mameluco y su remera de Linterna Verde y, cuando se transforma en uno de los personajes se calza un antifaz de papel de diario. Con el primero de todos –un miope resignado a percibir la realidad de manera defectuosa debido a que se resiste a desmejorar su aspecto usando anteojos–, el actor juega a reírse de su propia imagen, de los lentes de gruesos armazones que usa habitualmente. En su monólogo, los trastornos visuales se corresponden a otros tantos, pero de orden psíquico.
Del oculista al analista, y de allí al mentalista, ése es el derrotero que plantea un personaje sitiado por el “escapista” que lo habita, en razón de la esquizofrenia galopante que padece. En esa zona borrosa de labilidades psicofísicas, Belloso inserta un discurso delirante, inspirado en textos de oftalmología y psicoterapia. Pero se extraña la mirada de un director. Especialmente porque el actor parece haber apostado todos sus esfuerzos a estructurar el espectáculo en base a la elocuencia de las letras y las melodías de un conjunto de canciones compuestas por él mismo en ésta, la primera vez que canta en escena. Acompañándose con una guitarra que lleva en bandolera, el actor intenta con sus temas complementar los delirios de los personajes o bien abrir paréntesis descriptivos. Pero su canto no implica una funcionalidad dramática de peso: alejadísimo de las transformaciones escénicas que propuso en susanteriores unipersonales, prácticamente sin juego corporal, Belloso relata, enumera, pero se queda en la superficie de unos personajes que no tienen textura teatral, al menos no la suficiente como para sostener un espectáculo de principio a fin.

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