ESPECTáCULOS
› ENTREVISTA A FLORENCIA DE LA V, AHORA FIGURA DE “LOS ROLDAN” Y ASCENDENTE COMEDIANTE
“Por fin conseguí sacar de foco mi sexualidad”
Es uno de los méritos que ella misma se festeja: haber construido ya una carrera en la que, pese a actuar de travesti, se la trata y se la reclama como actriz de comedia. En la nueva tira de Telefé encarna a Laisa (por “La Isabel”), un personaje que armó, dice, “desde el estereotipo. Ella se preocupa por estar siempre producida. Yo no, yo ya descubrí que ser travesti es otra cosa”.
› Por Emanuel Respighi
En un alto de la grabación, técnicos, productores y actores caminan juntos las cuatro cuadras que separan la casa-set de la sociedad de fomento donde almuerzan a diario. Los 40 grados de sensación térmica, con el sol a pleno cayendo como plomo sobre las cabezas, vuelve agobiante la caminata. Sin embargo, Florencia de la V y Lola Berthet –aún vestidas con el colorido vestuario de la ficción– ríen a más no poder como si el calor no existiera para ellas. Las actrices no paran de hacer bromas y chistes, se retroalimentan. “Somos muy distintas, pero al mismo tiempo muy parecidas”, comenta un rato más tarde Florencia de la V en la entrevista con Página/12. “Con Lola tenemos el mismo código del humor, hay mucha onda. Lola ya es como mi hija. La habré tenido sin darme cuenta: se me habrá caído hace tiempo en una zanja y recién ahora la encontré”, apunta la vedette y actriz, antes de disparar su ruidosa carcajada y repasar una de las escenas de Los Roldán, la tira diaria en la que Florencia de la V interpretará, justamente, a la hermana travesti de Tito, el personaje a cargo de Miguel Angel Rodríguez.
La naturalidad con la que se mueve Florencia asombra. Vestida con una mini y una blusa de lycra desgarrada a la altura de los pechos, la actriz despliega su verborragia segura de sí misma, ajena totalmente a su condición de travesti. “El psicoanálisis –detalla– me ayudó a ser un poco más segura. Me sirvió para sacarme culpas y mochilas muy pesadas. Me enseñó a ver la vida de manera distinta. Aprendí a no ahogarme en un vaso de agua”. De una honestidad brutal y un carisma natural, la sucesora mediática de Cris Miró logró lo que su antecesora no pudo: hacer de la aceptación social un instrumento para que la gente olvide su condición de travesti. “Lo que pasa es que encaro mi trabajo con seriedad. Para mí, ser actriz no es un hobby o una diversión”, señala.
–¿En su debut en una tira diaria hará de sí misma?
–No. Cuando me propusieron hacer de hermana travesti dudé un poco en aceptar. ¿Desde dónde encaraba al personaje, desde mí o desde el estereotipo? Me decidí a buscarlo a través del travesti estereotipado, porque es el personaje ideal para una comedia grotesca. Yo tengo bastante calle, por lo que traté de armarlo con cosas de travestis amigas que conocí en mi vida. De ahí salió Laisa (por “la Isabel”), que ya tiene vida propia. Aunque tiene cosas mías, tanto la ropa como la actitud me supera.
–¿Usted es muy distinta?
–Yo soy totalmente distinta. Si bien me gusta el glamour, a ella la obsesiona. Está siempre, a su manera, arreglada con colores fuertes y mucho maquillaje. Laisa no sabe qué quiere de la vida. A ella no le importa nada, sólo ir al shopping. Es más frívola. Yo soy muy directa, más honesta, me cago en muchas cosas. Lo bueno del personaje es que ella no tuvo que hacer la calle y está muy contenida por la familia, algo que no siempre les pasa a los travestis en la vida real. Está bueno mostrar ese otro lado: un travesti querido por la familia. Una relación que, por lo general, se da en los barrios pobres y en las villas, donde los travestis son más respetados que las mujeres. En una villa a nadie se le ocurre llamar a los travestis de él, como pasa en los medios. En las villas, si alguien tiene nombre de mujer, por más que sea Monzón con peluca, le hablan en femenino.
–Por su experiencia, ¿son menos prejuiciosos con respecto a la sexualidad en las clases bajas que en las altas?
–En las villas y los barrios pobres son mucho menos prejuiciosos. Pero no sólo en cuanto a la sexualidad sino en todo sentido. Debe ser porque en las clases más acomodadas la apariencia y la imagen tienen más peso que ser honesta con una misma y con los demás. Es todo más orquestado, viste.
La familia Roldán, justamente, es una familia de decontracté total. Son pobres, pero viven alegres, felices.
–La dignidad de ser pobre.
–Claro. En la pobreza hay mucha más dignidad y moral que en las clases altas.
–¿Le molestan que le digan “el” travesti?
–No, ya me pasó esa etapa de detenerme en lo superficial. Ser travesti pasa por otro lado. Cuando uno está seguro de lo que es y lo que quiere ser, lo que digan importa poco. Yo soy Florencia. No sé si me siento femenina. Soy así. No pretendo ser más mujer que otras mujeres ni menos travesti que otros travestis. En el diccionario, la definición de travesti es “persona que se viste con ropa contraria a su sexo”. Punto. No soy ni más ni menos que una mujer: “soy”, a secas.
–Pero ser travesti es mucho más que vestirse con ropa del sexo opuesto...
–Sí, claro, ésa es una definición muy fría. Hay algo que se lleva adentro y que te marca el cambio, pero que a la vez es imperceptible. Es un proceso natural. Yo nunca pensé que iba a ser travesti, en mi vida se me había cruzado serlo. No me gustaba ni pensé que me iba a atrever.
–¿Por qué?
–Porque cuando era chica no tenía buena prensa el travestismo. A los travestis los empezaron a ver como iguales cuando los medios empezaron a darles un lugar. Después me di cuenta de que quería ser mujer y me la jugué.
–¿De dónde sacó fuerzas para vestirse por primera vez de mujer?
–Era lo que quería. Además, el día que te calzás los tacos no te querés bajar más. Y si, encima, saliste caminando de una con los tacos, no hay nada que hacer, tu destino está escrito: sos puto para toda la cosecha. Si se te complica, por ahí zafaste y no te travestís. Yo aprendí a caminar con tacos antes de gatear, te digo. Me di cuenta de que eran los tacos y la pollera lo que me daba felicidad. En ese momento, prioricé mi felicidad a la de los demás.
–¿Qué fue lo más difícil de la decisión?
–Cuando tomé la decisión me pregunté: ¿Qué es lo que quiero para mi vida? Hace más de 10 años, el travestismo estaba asociado con la prostitución, la noche, la joda... Pero yo no quería eso. No quería sacrificar mi vida de día para hacer la noche. Yo deseaba ser una persona normal. Traté de encajar mi travestismo a la realidad urbana cotidiana: salir a caminar, ir de compras, charlar con los vecinos, lavar los platos... Hacer una vida “normal”. Y por suerte se dio de manera natural.
–¿Cuando entró a la industria sintió un prejuicio mayor que en la vida cotidiana?
–Lo que pasa es que yo siempre me muestro tal como soy. No me pongo máscaras, a no ser el maquillaje para que no se me vean los pelos de la barba. La gente me fue adoptando porque me muestro natural. Yo soy una mina que intento tomarme todo desde el humor, hasta lo dramático. Siempre trato de canalizar las cosas por el humor para que no sea tan dura la vida. Y a la gente le gustó ese cambio en la forma de ser del travesti. Se fue saliendo de foco la cuestión del travesti para ver más a la persona. Eso es lo que más feliz me hace. Para el común de las personas dejé de ser travesti para empezar a ser Florencia. Saqué de foco mi sexualidad.
–¿Tamiza la realidad con humor a raíz del sufrimiento que le tocó vivir?
–Yo no creo en la infancia color de rosa para nadie. Aunque entenderlo me llevó años de terapia. No existe el color de rosa. Algunos sufren porque son gordos, otros porque son negros, o por dientudos, miopes... Por algo siempre se sufre. Yo trato de buscarle el lado bueno a todo, el aspecto positivo. Y las cosas que me pasaron de chica traté de tomarlas como aprendizaje.
–Una actitud que le valió cambiar la imagen del travestismo en los medios.
–Sí, puede ser. Antes, el travestismo era más visto como una caricatura. Mucha gente con la que trabajé me confesó que tenían otra imagen. Porque el travestismo está asociado con lo liberal, como que a los travestis nos chupara todo un huevo. Yo siento mucha aceptación popular. En la calle todo el mundo me saluda bien. Que me convoquen gente como Suar, Sofovich o Tinelli es un placer. Podría haber hecho un camino más fácil: armar escándalos, presentar novios falsos... Perdurar por el trabajo es mucho más difícil. Yo quiero hacer una carrera sólida como actriz o conductora.
–¿Cuánto tuvo que ver en el desarrollo de su carrera el hecho de que en el último tiempo se produjo en la TV una suerte de “liberación sexual”?
–Pero hay una diferencia: al gay siempre se lo aceptó, al que no se lo aceptaba fue al travesti. Ahora se lo acepta porque apareció “la TV reveladora”. Ahora tener un puto en la familia es fashion. Antes te ataban en el altillo para que no te vea nadie. Pero tiene que ver con que los programas quieren medir a toda costa. Si una persona tiene la necesidad de confesar ante cámaras que es gay está todo bien. Ahora, que te induzcan a decirlo cuando no lo querés hacer o que una persona se meta con tu sexualidad, no. Cada uno en su cama puede hacer lo que se le cante el orto. Se puede criticar el trabajo y hasta la ropa, ¿pero la sexualidad? Esa perversión y obsesión con la sexualidad de los demás se enquistó en los últimos años. Pero hasta lo que yo sé, putos en el ambiente existieron siempre.