ESPECTáCULOS
› “ARRABALERA, MUJERES QUE TRABAJAN”, DE MONICA CABRERA
“La patria somos las personas”
› Por Cecilia Hopkins
Al margen de la fama que otorgan el poder y el dinero se desarrollan las historias de Arrabalera, mujeres que trabajan. Este nuevo espectáculo de Mónica Cabrera –autora, directora e intérprete del mismo– viene a cerrar el ciclo abierto con los unipersonales Las lágrimas negras de Santita Monjardín y El club de las bataclanas (estrenados en 1996 y 2001), en los que la actriz enlazaba diversas escenas animadas por modelos femeninos impuestos por figuras del espectáculo nacional. Actrices emblemáticas de su época como Zully Moreno, Libertad Lamarque, Niní Marshall y Tita Merello le dieron letra y gesto a la Monjardín, una cancionista en gira permanente.En cambio, la curiosa galería femenina presente en El club... estaba inspirada en situaciones rescatadas de la historia argentina.
Ahora, con la intención de concretar una trilogía, Cabrera escribió los monólogos de Chichita, Chola, Marucha, Ceci, Mecha, Pocha y Chabela, siete mujeres de entre 40 y 60 que al trabajar hacen algo más que sobrevivir. Aunque sepan que sus cuerpos, sus ideas o gustos no son parte del modelo que suele recibir la aprobación general, todas hacen algo más que quejarse. “Son sobrevivientes de un país marginal sin las virtudes que premia la sociedad, ni títulos ni herencias, en una edad en la que, según las demandas del mercado, deberían estar muertas.”
Asistente pedagógica de Alejandra Boero y fundadora de la Escuela Municipal de Teatro de Merlo, Cabrera se formó frecuentando los textos clásicos del teatro europeo, leyendo a Brecht, Ibsen, Shaw y Artaud. Fue mientras preparaba sus clases que descubrió las conexiones posibles entre el teatro gauchesco, el cine nacional, la música ciudadana y el fútbol, una mixtura que en realidad ya estaba presente en su infancia, impregnando el ambiente familiar. La lista de las influencias recibidas se completa con los textos de Enrique Santos Discépolo y Pepe Arias, el estilo de actuación de Olinda Bozán y el cine de Leonardo Favio. Entre los elementos infaltables en la obra de Cabrera está el registro grotesco de los personajes, que surgen “en la mezcla de humor, tragedia, melodrama, drama, música y crítica social”. También aparece siempre el tango. “En mi trabajo hablo de la idiosincrasia de mi lugar de nacimiento, de mi patria. La palabra patria nos fue arrebatada; quedó inutilizada, en posesión de asesinos y ultra nacionalistas, cuando en realidad la patria somos las personas, nuestros afectos y gustos.”
“Antes la gente tenía un trabajo, ahorraba y progresaba y esa forma de vida fue el objetivo de muchas generaciones. Hoy la cultura del trabajo es una pieza de museo”, reflexiona. El juego de azar –que antes era denostado por que el buen dinero se hace trabajando– es una de las pasiones nacionales. En sus dos versiones –bolsa de valores o timba lisa y llana–, “el juego es una esperanza de salvación”. Precisamente, Chola vive de ese espejismo: regentea un local de quiniela y lotería. Es la única de las siete que ha prosperado económicamente, pero no sabe disfrutar de lo que tiene. De las seis restantes, aun cuando realizan tareas que no cuentan con el reconocimiento social, como el de la trabajadora sexual, las mujeres de Cabrera cultivan una imaginación poderosa, otro antídoto contra la crisis y la marginalidad. Como Chichita, la encargada de los sanitarios, que pasa sus momentos de ocio soñando que vuela en un globo aerostático, cuando no entra en ilusorios combates contra los visigodos.