ESPECTáCULOS
› MIKE ACEVEDO, UNA HISTORIA A CONOCER
El papi de Mimi Maura
› Por Pablo Plotkin
La edición en Argentina de Vente conmigo, el disco que recopila grabaciones del portorriqueño Mike Acevedo, puede leerse como el epílogo de una fascinante historia familiar. A más de cuatro décadas de los días en que Mike grababa de manera profesional, Midnerely, una de sus hijas, se enamoró del músico argentino Sergio Rotman, se mudó a Buenos Aires y, bajo el alias de Mimi Maura, se convirtió en una de las sorpresas artísticas del momento. Mimi y Sergio fundaron un sello independiente y lo bautizaron Canary, que había sido una invención de Mike de mediados del siglo pasado, para publicar los discos del grupo y darse gustos como éste: editar una antología artesanal –por el sonido del registro, que suena a púa y a pasta, y por el arte de tapa, fiel a la estética caribeña de aquella época– que no parece perseguir más propósitos que el de una reivindicación artística inimaginable, por lo remota y tardía.
“En esa época había mucha pobreza, y tanto la leche como el pan costaban un par de centavos. La madre de Mike murió cuando él tenía sólo meses, y creo que esta huella en su corazón nunca sanó. Su padre no se podía hacer cargo de él, y además tenía muchos hermanos de distintas madres. Mike pasó de mano en mano por casa de sus tías. Dormía en el piso de la cocina y tenía que levantarse temprano y hacer los mandados para que no lo azotaran. Fue sólo un par de años a la escuela. Después de varias desilusiones con su padre y cansado de trabajar con el estómago vacío, se escapó con un circo que iba de pasada por todo los pueblos. Tenía cerca de cinco años, nunca supo su verdadera edad, y ya cantaba por herencia o porque tenía algo en el alma que lo hacía sonar como un pájaro”, relata su hija. Cuando Mike tenía nueve años se mudó al Viejo San Juan. “Una prostituta se compadeció de él y le dio hospedaje. Fue entonces el momento que se vistió de traje y se puso a cantar.”
Admirador de Carlos Gardel y de la leyenda borincana Vitín Avilés, Mike autogestionó su primera grabación en Nueva York. Al tiempo que se casaba y se divorciaba una y otra vez, fue contratado por la RCA de México y grabó con algunas orquestas nacionales. Luego de algunas decepciones, se alejó de la industria, aunque siguió cantando en sus bares. “Tuvo muchos negocios nocturnos –cuenta Mimi–, en Chicago y en Puerto Rico. Uno se llamaba El Cementerio, donde hizo una escultura en yeso de su rostro y puso en la vitrina un ataúd con un cuerpo imitándolo a él. En ese lugar lo visitaban sus amigos, y entre ellos había artistas famosos como Pedro Flores, el compositor boricua. Siempre me cuenta lo mucho que se impresionaba la gente de la similitud entre él y el muerto. Una vez, un borrachito se encontró llorando frente al ataúd... También recuerdo muy bien un social club que tenía en Chicago en la Western St. Era un after hour que se llenaba de colombianos. Cumbia al palo, órgano eléctrico con todo, Mike en el micrófono y detrás de la barra...”
Mike ya era una leyenda nacional: la madre de Mimi suele contar que, cuando entraban a un restaurante, la gente se levantaba y lo aplaudía. “Si preguntas por él a personas mayores de 50 años, seguro lo recuerdan: está entre los más buscados entre los coleccionistas de música hispana en Puerto Rico y Nueva York.” Le alcanzó con un par de éxitos en vinilo de 45 pulgadas: “Vente conmigo” y el paso bom-bom “Navidad vete y no vuelvas”, también incluido en la antología. Vive desde hace siete años en un geriátrico de Tampa, Florida, adonde siguió a su hijo menor. “Se aburre mucho: esa ciudad es un desierto.No le gusta escuchar música ajena, inventa sus propias canciones, aún compone en la sala de su apartamento. Está loco por venir de visita y esta edición es una manera de ir moviendo su música. Ojalá pronto lo tengamos con nosotros.”