Mié 18.02.2004

ESPECTáCULOS  › “SECRETOS DE ALCOBAS PRESIDENCIALES”, DE CYNTHIA OTTAVIANO

Todas las mujeres del presidente

Basándose en más de 300 cartas, documentos y diarios íntimos, el libro retrata a esposas y concubinas que, por obra de la historia oficial y el retrato clásico del prócer, quedaron en las sombras.

› Por Silvina Friera

“Me falta todo lo que a ti te sobra.” El reproche, que podría ser el estribillo de un tango, se lo dijo Delfina Vedia a su marido, Bartolomé Mitre. La primera esposa que acompañó a un presidente durante un mandato completo en la historia argentina quería ser poeta, pero sucumbió a los juegos de seducción del por entonces capitán de artillería. Delfina, que fue testigo de cómo la muerte se ensañaba con su familia en esos tiempos de guerra –cinco de sus seis hermanos–, depositó sus esperanzas en sus hijos, cuatro varones y dos mujeres. Del Mitre hosco y silencioso nada podía esperar: la distancia que los separaba era sentimental y física. El matrimonio no compartía la habitación y cuando el presidente estaba de viaje, ella debía pedirle permiso, vía carta, para limpiar su cuarto. A pesar de su estoicismo, Delfina no pudo soportar el suicidio de Jorge, su hijo predilecto de 18 años. “Nadie ve mis lágrimas, nadie oye mis gemidos. Hoy más que nunca estoy sola para sufrir. El silencio y la soledad reinan a mi alrededor”, escribió en su diario íntimo. Secretos de alcobas presidenciales, de Delfina Mitre a Cristina Kirchner, escrito por Cynthia Ottaviano, es un libro que contribuye a “derribar la tiranía implantada por muchos historiadores que dejaron de lado a mujeres que acompañaron, apuntalaron y hasta modificaron la vida de sus maridos, concubinos y amantes, todos ellos presidentes de la Argentina”, según opina la autora.
Ottaviano es licenciada en Comunicación Social y trabajó en La Prensa, Perfil, Pistas y Noticias, entre otros medios. En el 2003 fue productora periodística de No matarás, e integra el equipo de investigación de Telenoche investiga. A partir de más de 300 cartas, documentos y diarios íntimos (la mayoría inéditos), Ottaviano reconstruyó la biografía de seis mujeres: además de Delfina, incluyó a Benita Martínez de Sarmiento, Luisa Bacichi de Cambaceres (pareja de Hipólito Yrigoyen), María Lorenza Barreneche de Alfonsín, Martha Meza (amante de Carlos Menem) y Cristina Fernández de Kirchner. En las biografías aparecen esas mujeres secuestradas por la pluma de los historiadores, que fraguaron una historia poblada por próceres inmaculados. Es el caso del padre del aula: Sarmiento era un mujeriego y a Benita Martínez no le faltaron ganas de asesinarlo, pero desistió porque consideraba que los homicidas pertenecían a una clase baja. En todo caso, decidió “matarlo” en los tribunales.
“No tengo que arrepentirme de ningún acto, pues nadie hubiese sido más moderada con ofensas tan atroces como las que él me ha hecho y me hace”, confesó Benita, la primera en presentar una demanda contra un marido presidente. Casada en segundas nupcias con Sarmiento, Benita era viuda de un hacendado chileno, Domingo Castro y Calvo, con el que tuvo un hijo, Domingo Fidel. La elección del nombre despertó suspicacias. Al abreviar el nombre, el chico se llamaba igual que Sarmiento. A eso se sumó el hecho de que, con la noticia del embarazo de Benita, Sarmiento se alejó de Santiago (Chile). Dos años después del nacimiento, el anciano Castro y Calvo murió y el padre de Dominguito fue el mismo que todos los rumores señalaban: Sarmiento, que ya era padre de Faustina, hija de María de Jesús Canto, una estudiante que lo conoció cuando era maestro en Pocuro. En Buenos Aires, Sarmiento frecuentaba la casa de los Vélez Sarsfield, subyugado por Aurelia, una de las hijas del jurista. Cuando Benita comprobó la infidelidad mediante la violación de la correspondencia de su marido, Sarmiento le cortó los víveres.
Benita nombró abogado para formalizar su batalla jurídica, se presentó en Tribunales, inició la demanda y la ganó. La Justicia determinó que Sarmiento debía proveer alimentos a ella y a su hijo porque “es de urgencia atender la angustiosa situación en que ambos se encuentran”. Antes de este litigio, Benita había perdido un embarazo y pronto perdería a Dominguito en la guerra de la Triple Alianza. La última batalla se desataría en el preciso instante en que Benita escuchó el testamento de Sarmiento, que la desheredaba con el argumento de que habían vivido separados “por mutuo consentimiento desde el año ‘60”. Volvió a presentarse en Tribunales para exigir la mitad de los bienes. El dinero no le interesaba tanto como su reivindicación, pero consiguió que la mitad de los bienes fueran suyos y que se la llamara “la viuda del causante”.
Ottaviano eligió un título para condensar los arquetipos femeninos que representan las biografiadas: La frustrada, para Delfina; La celosa, para Benita. La escondida es Luisa Bacichi, que estuvo junto a Yrigoyen desde la primera presidencia. Yrigoyen, profesor de Instrucción Moral y Cívica, se opuso al divorcio y se proclamaba defensor del matrimonio, aunque jamás se casó y nunca reconoció a sus hijos. Viuda de Eugenio de Cambaceres, con una hija de esa unión (Rufina), Luisa se dejó encandilar como si fuera una alumna más del radical, que tenía hijos con Antonia Pavón (Elena) y Dominga Campos (María Luisa, Sara y Eduardo). Con Luisa, el radical revolucionario tuvo a Luis Herman, quien solicitó que se lo autorizara a usar el apellido Irigoyen (con “i” latina), anteponiéndolo a su apellido materno, pedido que fue avalado por la Justicia. También Luisa perdería a su hija: el mismo día en que Rufina cumplía 19, murió de un síncope. “Una mujer puede convertir a un hombre en un monumento o en una lápida”, repetía esta mujer que acompañó a su hombre sin ser vista.
Quizá sea cierto que para narrar la Historia es imprescindible la prudencia de la distancia, esos cincuenta años que suponen un acercamiento hacia una objetividad que nunca es completa, pero que resulta menos sesgada. La falta de esta distancia repercute en las demás biografías: la de María Lorenza Barreneche (La pueblerina), Meza (La malquerida) y Fernández de Kirchner (La socia). No obstante, las historias con minúsculas son necesarias para reconstruir los episodios de naturaleza microscópica. “En definitiva, la historia fue, es y será obra de personajes mezquinos, hipócritas, dignos, amorosos, desprolijos, soberbios, mentirosos, generosos y hasta miserables”, sugiere Ottaviano.

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