Vie 20.02.2004

ESPECTáCULOS

Los programas femeninos, un paseo por el muestrario del lugar común

Las tardes “para ellas” proponen una visión que hace de Utilísima una propuesta liberal: sólo para mamás que viven puertas adentro.

› Por Julián Gorodischer

“Hola mamina, es lunes y estoy recansada. Viste que los chicos te agotan. Con mi marido somos Piñón Fijo y Gachi Ferrari.” La que larga el chorro es Andrea Campbell, con el agudo obligado de los programas de la tarde, innovando en el apelativo mamina más cariñoso que el “gorda” de Georgina o el “chicas” con el que satura Millie Stegmann. Cada vez que dice “mamina” se toca o se agarra la panza: mujer = madre en este Mama mía (de lunes a viernes a las 16, por Canal 9) que se ampara en la cofradía. Todo queda entre ellas, un club de escogidas que practica unas pocas acciones: seguimiento de embarazadas, dar la noticia al papá delante de las cámaras o aprenderse de memoria los trucos para cambiar el pañal sin mancharse. Andrea insiste con que “se viene, se viene...”, apurando partos para que el bebé dignifique a la mina (cada minuto, en la tele, cuesta carísimo). La rodean unos monstruos temibles salidos de Monsters Inc. pero nada simpáticos, fetiches de la productora de los Portal que ya los había metido en Mariana de casa.
El monstruo-mano-gigante es de mal gusto, en roce constante del tipo “mano muerta” a la conductora, siempre desde atrás. El símil burro es procaz en sus insinuaciones: “Invitame y yo te animo la fiestita”, también a la Campbell, pero pensando en su marido y ¡en el bebé! Andrea se hace la que no escucha, deslizada desde el living a la cocina donde espera el cocinero Carita. “¿Con qué agasajamos al marido? Pero nada de cocina light, ¿eh?”, dice Campbell a Carita. “Vos hacele un ratatouille, y pronuncialo en francés.” “¡Fah!”, se escucha desde el fondo. Andrea levanta bebés y besa cabecitas, como Panam ahora que está de moda dirigirse ¿a una mujer o a un niño? “Da igual”, diría el productor que las imagina con mentalidad preescolar, levemente excitadas con el burro y la mano gigante, pero redimidas en la obsesión por “el nene, siempre, el nene”, por el que se capacitan a toda hora, hasta cuando se van al cole.
Pero por suerte está Flavia (Flavia, de lunes a viernes a las 18 por Canal 9) para dejar de pensar en el trapo de piso y la mamadera; ella es una estrella, adulada por Marcelo Polino y recién llegada de Roma, donde fue a pasar ¡un fin de semana! “¡Pero qué país tenemos, chicas, qué país!”, dice con el entusiasmo de la viajada. La ricachona introduce lo desconocido a las tardes de la tele: es un poco descocada como buena chica Cosmo posando cada día en una tapa de revista. Lo que natura no da (una tapa) ella misma se otorga en este magazine símil revista femenina que recorre todos los tópicos de Claudia o Emanuelle, bien a la antigua, y nada que ver con el deterioro fotográfico y la baja calidad del papel de otras más contemporáneas. Flavia alimenta con sonrisas los rumores de romance (con Jorge Rodríguez, una rentrée con Franco Macri), pero luego los desmiente en el monólogo final alla Mirtha Legrand.
Flavia tiene un sexólogo en piso, símil Alessandra Rampolla pero a medida del deseo de “las chicas”: “¡Está bueno, chicas, no me digan!”, dice haciendo ojitos al primer plano, señalando al doctor Guido que, por la expresión abismada, se debe querer matar. El doctor Guido, un veinteañero, les cuenta cómo incide el estrés (¡otra vez!) en la cama, y Flavia lo increpa por su fama de donjuán. El la esquiva hasta donde puede, y parece que se va a enojar pero retoma el tono neutro: “Relájate y goza”, pero con palabras difíciles que aburren a Flavia. Pero de pronto, se pone de buen humor: “Este otro invitado no tiene problemas en la cama”, saluda a Marquitos Di Palma, de eterna expresión libidinosa. Lo que llega es un ping pong para el cachondeo, que termina en un momento estelar: “¿Estás maduro?”, dice Flavia, conocedora de los pies y los remates en la tele desde los tiempos de La ola verde. “¿Maduro o más dura?”, tira el corredor en eterno estado de calentura.
Millie, obsesionada con las calorías, lo mide todo en dígitos: la gelatina tiene ocho calorías y el aceite light tiene apenas dos. Para Millie (en Las Millie y una, de lunes a viernes a las 12, por Canal 13) están todas un poco loquitas, y por eso cada día desarrolla una patología: estrés o agorafobia para conformar a la mujer moderna, que por algo vive “de acá para allá” como ella misma. Aquí se homenajea una sentencia zen: no busques y encuentra. Recetas y consejos para el multitarget, siempre dichos con esa vocecita muy aguda como de psicóloga de Villa Freud. “¿Pero qué les pasa a los hombres”, estudiosa de los clásicos de la pregunta, lectora sagaz de la revista femenina para recrear cada una de las espectadoras posibles: soltera, gorda o estresada.
Lo que queda entonces es iniciar la cura, con una maestra espectacular (según halaga el cocinero tano a Millie). Ella saca truquitos de la galera para impresionar: “El divorcio se puede predecir con un termómetro”, sin ironía, imitadora perfecta de la Boluda total. “Sí, en serio –dice al productor–, hay un 84 por ciento de aciertos”, asegura dispuesta a aplicarlo como un conejillo porque por algo ella es consejera, amiga. A todos los presupuestos de la charla femenina, Millie agrega una campaña semanal que injerta el testimonial para que se confirme la pretensión megalómana del debut: “Esta tele te cambia la vida”, un antes y un después para que el programa-curso salude a su camada de egresadas cada viernes: que pasen de “tontina” (el “ina”, parece, genera lazos de simpatía) a “independiente”. María Rosa, gracias a la campaña, aprendió a manejar (el profe lo pagó Millie). El mix entre la autoayuda y el reality (imitar/ espiar) nunca defrauda. “A no discutir y a poner humor”, dirá Millie en el final, con esa sonrisa tan grande llena de dientes que, por momentos, vira de la Lola de Son amores al monstruo: “Correte”, suavecito pero amenazante a uno que se coló delante de cámara y le quita luz. El tipo la va a pasar mal.

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