ESPECTáCULOS
› RAUL BRAMBILLA, DIRECTOR DEL INT
“Hoy soy optimista”
Tras un año de dilaciones, el actor, dramaturgo y director fue confirmado al frente del Instituto. El gran desafío será desactivar el plan Cavallo de 1996 y apuntar finalmente a la autarquía.
› Por Cecilia Hopkins
Con la asunción del actor, dramaturgo y director cordobés Raúl Brambilla como director ejecutivo del Instituto Nacional del Teatro, se cierra una larga etapa de indefiniciones –casi un año, desde la separación de José María Paolantonio–, luego del episodio por el cual se intentó modificar la estructura del organismo, pasando por alto la decisión del consejo directivo y vulnerando su espíritu federal. No es la primera experiencia de Brambilla: en el 2000 y el 2001 fue titular del Teatro Cervantes y años atrás fue director de la Comedia Cordobesa y el Teatro Nacional Juvenil, durante su radicación en Venezuela. Desde su formación en 1997, el INT, con sede en la Casa del Teatro (Santa Fe al 1200), otorga subsidios a grupos y salas de todo el país, becas, asistencias técnicas y planes de fomento, organiza festivales de teatro, publica una revista (Picadero) y difunde sus actividades por Radio Nacional (Escenarios, lunes a las 23). “Es una designación presidencial sin una duración establecida”, informa Brambilla aunque, según calcula, sus predecesores se mantuvieron no más de un año y unos pocos meses, “algo que impide una política definida”, según afirma.
Una de las primeras medidas que propondrá, a dos meses de haber asumido, es un área de coordinación “para clasificar y procesar tramitaciones y programas con mayor agilidad y transparencia”. Otra innovación será una convocatoria abierta para presentar proyectos. Así se abandonaría la práctica de presentación una vez al año, garantizando mayores oportunidades para acceder a los beneficios. Al tiempo que analiza otras cuestiones administrativas, Brambilla confirma que la próxima Fiesta Nacional será en Rafaela (Santa Fe), entre el 16 y el 24 de abril. Si bien sugiere que “es necesario potenciar lo que dio resultado en estos seis años”, el director cree que hay muchos detalles que rever en el sistema de categorización de grupos y en la distribución de subsidios y planes de fomento para provincias: “Debe primar un principio de justicia y no uno de bondad o paternalismo, porque lo peor que puede suceder es que los planes no se sometan a la dinámica de una realidad compleja: cada región sabe sus necesidades y el Instituto debe estar atento para cubrirlas”.
–¿Qué nivel de experiencia adquirió en otras instituciones teatrales?
–La dirección de la Comedia Cordobesa, si bien es predominantemente artística, tiene que ver con la producción y diseño de una política artística. Ese cargo me sirvió de escuela para el Cervantes, porque tenía mucha responsabilidad en cuanto a la programación. Me ayudó a formatear un criterio: no es lo mismo estar a cargo de un grupo independiente con un objetivo estético determinado que en la programación de un elenco de repertorio como la Comedia, lo cual ayuda a pensar más allá de los propios gustos e intereses.
–¿Por qué debió abandonar el Cervantes?
–Porque hubo disparidad de criterios con el secretario de Cultura (Darío Lopérfido). Padecí una gran falta de comunicación con esa secretaría, al punto de que supe por el diario que debía abandonar mi cargo. Yo mantuve una posición firme a favor del teatro, pero no podía hacer demasiado: fue un momento de turbulencia, de recortes presupuestarios que en el Cervantes fueron desproporcionados. Con una reducción del 87 por ciento no era posible continuar. Además, se dijo que, existiendo el San Martín y el Colón, el Cervantes no era necesario. Por supuesto, me sentí aludido.
–Habiendo sido nombrado para el Cervantes por el gobierno de De la Rúa, ¿no le sorprendió esta designación?
–Me llamó la atención, pero supongo que es un signo de madurez y amplitud. Para mí fue un honor. Y tengo muy presente que no quiero convertirme en un funcionario administrativo y dejar de lado mi punto de vista de hombre de teatro.
–¿Qué opinión le merece la crisis que vivió el INT durante el 2003?
–La seguí muy de cerca y estuve en desacuerdo acerca de cómo sucedieron las cosas. Se pensó en un proyecto inconsulto, en crear un decreto por el cual se cambiaban las funciones ejecutivas del director. Y esas decisiones no se pueden tomar sin consenso: si algo debe cambiar en las reglamentaciones del INT, debe surgir del diálogo entre los miembros del Consejo, porque de lo contrario la Ley de Teatro no se estaría respetando.
–¿La autarquía sigue siendo la gran causa pendiente?
–Sin dudas. El reconocimiento de una cuenta del INT para los recursos que le corresponden por ley será fundamental. La Ley del Teatro dice que el INT contará con autarquía administrativa y recursos propios (provenientes del Comfer –8 por ciento– y de Lotería Nacional –2 por ciento–), que sumarían unos 15 millones de pesos. Pero la cuenta única creada por Cavallo en 1996 impidió la autarquía, ya que los fondos iban a esa cuenta y Economía decidía qué dinero giraba a cada organismo, como ocurre hoy. Contamos con 7 millones, menos de la mitad de lo que corresponde, y por eso estamos un año atrasados en los subsidios. Los grupos están financiando su propia actividad, una situación paradojal, porque si no se otorgan los subsidios, el objetivo político-social del INT no existe. Es necesario establecer un nivel de diálogo que implica diferentes estamentos, del secretario de Cultura para arriba. Soy optimista.
–En el interior es muy fuerte la presencia del INT, se diría que hay una realidad teatral antes y después de su creación.
–El INT cambió el mapa teatral. Pero no sé si se considera su importancia social. Nuestro accionar debe ser comunicado contundentemente a la gente, y a todos los que tienen el poder de decisión para que el Instituto crezca y mejore. Pero yo no quiero caer en la tontería de reclamar fondos públicamente. Lo que me corresponde ahora es proponer una mesa de diálogo y negociación con los funcionarios. Y creo que en la Secretaría de Cultura hay una buena disposición para que esto suceda.