Vie 27.02.2004

ESPECTáCULOS

Sofia Coppola se perdió en Tokio, pero puede encontrarse un Oscar

La realizadora ya tuvo una buena experiencia en los Bafta ingleses, que premiaron a la pareja protagónica de Perdidos en Tokio. “No quería lanzar un mensaje al mundo, sólo hacer una película dulce y romántica”, relata.

Por Walter Oppenheimer *

Hace ya unos años, Sofia Coppola (32) pasó largas temporadas en Tokio, montando una tienda de ropa con unos amigos. De aquella experiencia nació la idea de hacer una película sobre el Japón que ella veía desde sus ojos de extranjera. Cuando filmó su primera película (Las vírgenes suicidas, 1999), Sofia volvió a Tokio para promocionar el film y se instaló en el hotel Park Hyatt. No es un hotel cualquiera: la recepción está en el piso 50º, y el pacífico lujo de sus salones, sus vistas panorámicas, lo convierten en “una isla de silencio flotando en medio de la ciudad”. Sofia decidió que, si hacía una película en Tokio, la ambientaría allí. Y no sólo rodó Perdidos en Tokio, sino que logró un éxito de crítica y público que sorprendió a la propia directora, premios Bafta (los Oscar ingleses) a los protagonistas Bill Murray y Scarlett Johansson y cuatro nominaciones al Oscar que incluyen los rubros de dirección y mejor película.
–¿El premio a Murray reivindica su posición de que sin él no había película?
–Tenía en mi cabeza la idea de que Murray tenía que hacer el film. Era una de esas ideas que tenés que seguir a toda costa. Y estoy encantada de que haya hecho la película porque lo llevaba en el corazón. Desde siempre me habían gustado sus películas. Es alguien muy divertido y, al mismo tiempo, muy sincero. Una persona única. Yo estaba empeñada en no hacer la película si él no aceptaba. Era uno de los ingredientes que necesitaba.
–¿Cómo fue el trabajo con él?
–Fabuloso. Es una película de muy bajo presupuesto y teníamos que trabajar muy duro. Y él fue siempre muy afectuoso, dispuesto a trabajar muchas horas en condiciones terribles, yendo siempre arriba y abajo, tomando taxis... Estuvo siempre entregado.
–¿Por qué una película en Japón?
–Simplemente, porque pasé mucho tiempo allí. Por mi experiencia de lo que significa ser una occidental en Japón, un sitio completamente distinto a cualquier otro. También me interesaba crear unos personajes que vivieran esa sensación de encontrarse perdidos en la vida, lo que uno siente a veces al estar fuera y que en Japón se siente quizá de manera más exagerada. Y, claro, los problemas de comunicación...
–¿Y por qué en el Park Hyatt?
–Había estado allí y siempre pensé que quería hacer una película en aquel lugar. Fue una experiencia extraña. La ciudad es tan ruidosa y ese hotel es tan silencioso, como una isla flotando en medio de la ciudad...
–Seguramente no fue fácil trabajar en Japón.
–Es muy diferente. Hay que aprender las diferencias culturales, cometer errores, saber cómo trabajan, superar el problema de la lengua. Pero fue muy divertido. Y es muy excitante trabajar con ellos.
–Usted dijo que las barreras con Japón van más allá de la lengua. ¿Hubo algún problema durante la filmación?
–Por supuesto, cometimos errores debido a las diferencias culturales, pero siempre nos perdonaban.
–Algunos fragmentos de la película tienen algo de documental. ¿Cree que ofrece una visión equilibrada de Japón?
–Es el punto de vista de un extranjero sobre Japón. No intenta ser una representación del carácter japonés, no es un cuadro general de Japón, sólo el punto de vista del estadounidense en general y el mío en particular. En todo caso, es una visión que tiene un extranjero de Japón. A mis amigos japoneses les encantó. El gran público todavía no la vio, pero la envié a alguna gente y todos estaban encantados, dicen que es muy precisa.
–¿Es una historia de amor o la historia de una hermosa amistad?
–Quería que fuera algo romántico, pero nunca definí cómo era. No quería lanzar un mensaje al mundo, sólo hacer una película dulce y romántica, de las que a mí me gustan, y acerca de uno de esos momentos que dejan una gran huella en la vida de las personas.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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