ESPECTáCULOS
Tres generaciones al compás del VI Festival Buenos Aires Tango
Ante casi quince mil personas, Adriana Varela y Maximiliano Guerra inauguraron el evento, que reunió a tangueros de todas las edades.
Por Cristian Vitale
El tango está recuperando la popularidad de antaño. Si bien es un proceso que se viene dando desde hace por lo menos diez años –con la irrupción de la guardia contemporánea y el auge de las clases de baile, entre otras cosas–, la apertura de la VI edición del Festival Buenos Aires Tango no hizo más que corroborar la tendencia. Entre la noche del sábado y la madrugada del domingo, Buenos Aires pareció ser aquella que tanto amaron Pichuco Troilo, Homero Manzi o Hugo del Carril en la época dorada. No sólo porque Adriana Varela y Maximiliano Guerra –junto al ballet del Mercosur– convocaron más de diez mil personas en los bosques de Palermo durante la inauguración oficial del evento, sino también por las actividades que sucedieron al recital en diversas milongas de la noche porteña. Un fugaz recorrido permitió constatar varios detalles. El principal es que el género, tal vez como hecho notorio, logró cruzar a tres generaciones: abuelos, padres y niños.
La jornada que reunió a Maximiliano Guerra –que bailó apenas 20 minutos– con Adriana Varela fue elocuente en este sentido. Más allá de las parejas tipo, habitués a los convites de tal naturaleza, hubo padres, hijos y abuelos coreando Los Mareados, como apoyo de la rasposa voz de Varela; adolescentes –chicas y chicos con remeras de She Devils o Ramones– animándose a improvisar Las 40 a media voz; treintañeros en posición de buda y con la barba por el piso escuchando Como dos extraños, abuelas en sus reposeras y hasta pancheros que dejaron su actividad para animarse al vals Bajo un cielo de estrellas, a costa de ceder unos pesitos. “Ojalá lo hubiera visto mi viejo”, alcanzó a decir el “macho” de una pareja arriba de los 70 años, que bailaba frente al lago con dos faroles a media luz detrás y la aprobación de otra pareja con ganas y poco coraje para animarse. “Qué lindos que son, che. Hoy sí que estamos de fiesta”, lanzó Varela desde el escenario, muy consciente del contexto, como palabra nexo entre Corrientes y Esmeralda y el clásico Mano a Mano.
Otro detalle, esta vez como muestra de tolerancia, tuvo que ver con los invitados: más allá del rótulo del festival, tuvieron su lugar en escena músicos no estrictamente ligados al género. Uno de ellos, Alejandro del Prado, fue mimado por la Varela, que lo presentó como un “capo”. “Cuando empecé, antes de cantar tango, me invitaron a la TV y la primera canción que hice fue Tanguito de Almendra”, evocó, como intro de la hermosa canción de Del Prado (“Te acordás cuando escuchábamos Almendra / en el winco reventado de una siesta”). Del Prado no se pudo resistir a cantar Los locos de Buenos Aires, vivada por los más jóvenes y bienvenida por los no tanto. Otra muestra de convivencia fue la presencia en escena de Peteco Carabajal, un embajador de la chacarera santiagueña. El hermano rebelde del clan improvisó dos chacareras de su espectáculo, El Baile –Entre a mi pago sin golpear fue el momento más festejado– y cantó un tango a dúo con Varela –Caminito soleado–, como parte de un set del que también participaron Osvaldo Burucúa y Rafael Varela. “Qué suerte que estoy en Buenos Aires”, insistió Varela que, por una vez, no debió moverse tanto de su casa para dar un recital. “No saben lo que significa para nosotros poder cantar para los argentinos, luego de girar y girar por el mundo.” A esa altura, promediando el concierto, el arribo de los retrasados motivó un original piquete en las bicisendas que rodean los bosques. “Si sabía, venía caminando”, lamentaba un ciclista, sorprendido ante semejante corte sin gomas quemadas pero con una calentura apropiada para encender las almas. Tal vez para compensar la temperatura, Varela presentó un segmento dedicado a Joaquín Sabina –desabrido en verdad– y se despidió con una muy emotiva versión de Garganta con arena.
Ya domingo –luego de un intervalo serio con Juanjo Domínguez, Colacho Brizuela y Lucho González en el Torquato Tasso–, la fiesta se trasladó a La Viruta, un gran salón de baile en pleno Palermo Viejo que recuerda a los viejos clubes de barrio, aquellos en los que se forjó la historia del tango. Fiesta de disfraces mediante –el ganador se llevó 100 pesos para gastar en la barra–, unas 700 personas colmaron el lugar: el abuelo bailaba con la nieta, el tío con la sobrina y, por qué no, varios solos y solas en plan de levante parecieron trasladar la escena a mediados de los ‘40, cuando todo era así, mezclado, seductor y familiero. En La Viruta también primó la tolerancia: entre tanda y tanda tanguera, el DJ insertaba a Creedence, Los Redonditos de Ricota o los Stones, y nadie se movía de la pista. Al cierre de esta edición, transcurría la segunda noche a pleno. Mientras en otra de las sedes –La Milonguita– el grupo La Biyuya presentaba su sugestivo cd El cuento de que Dios es Argentino, el trío Domínguez-Brizuela-González daba revancha para quienes no habían llegado a verlo el día anterior por cuestiones de horario. Con tantos números no hubo forma de evitar la simultaneidad. Nada es perfecto.