Mié 03.03.2004

ESPECTáCULOS  › GRACIELA DUFAU ACTUA EN “LOS NIETOS NOS MIRAN”

“El que elogia la vejez es porque no le conoce la cara”

La frase pertenece al filósofo italiano Norberto Bobbio, a quien cita la protagonista de esta obra que se interna en diversas situaciones que vinculan a abuelos con sus nietos. Desde un abuelo abusador, pasando por la lúcida abuela de un gay, hasta una carta de Estela Carlotto, la síntesis trágica y heroica de un modo de ser una abuela argentina.

› Por Hilda Cabrera

La relación entre abuelos y nietos supone generalmente una mirada sobre los padres, aun cuando éstos se revelen como una ausencia. “Los abuelos mejoran a veces el comportamiento que sostuvieron como padres, y si son más permisivos se debe a que no les cabe a ellos la responsabilidad de educar”, opina la actriz Graciela Dufau, más interesada que nunca en estos temas a raíz de su protagónico en Los nietos nos miran, unipersonal que viene ofreciendo en una de las salas de Multiteatro, en Corrientes y Talcahuano. El afiche que promociona este trabajo muestra caras de bebés e induce a error, ya que “no es un espectáculo livianito”. Es cierto que el rol de abuela o abuelo es en ocasiones “puro placer”, pero este unipersonal no desconoce asuntos punzantes. En el plano de las reivindicaciones, Dufau aporta, en la entrevista con Página/12, la confesión de algún famoso: el colombiano Gabriel García Márquez decía haber escrito algunos textos estimulado por el lenguaje que utilizaba una de sus abuelas. A su manera, resultan simpáticos los ancestros que acostumbra mencionar en sus libros Angeles Mastretta. De ahí la alusión de Dufau a El cielo de los leones, de esta autora, y en otro nivel a las reflexiones del filósofo y escritor italiano Norberto Bobbio, que falleció en enero de este año, en Turín, a los 94 años, y a su libro De Senectute, texto de carácter personal, como su Autobiografía. “Bobbio decía que los que elogian la vejez es porque todavía no le vieron la cara”, apunta la actriz.
Los nietos... es producto de una autogestión, como lo han sido otros espectáculos de esta artista. Ahora su colaborador es el empresario Carlos Rottemberg, dueño de Multiteatro e hijo de la autora de la mayoría de los textos que interpreta la actriz. Este es un trabajo de equipo con la autora Juana Rottemberg, con Beatriz Matar, que realizó la dramaturgia, el director Hugo Urquijo, la actriz y directora Mónica Cabrera, que aportó asistencia artística, y Martha Albertinazzi, a cargo de la escenografía y el vestuario.
Actriz de teatro, cine y televisión, Dufau participó de relevantes ciclos televisivos, como los que en otro tiempo dirigieron Juan Carlos Gené y Alejandro Doria, y películas destacables, entre otras Los jóvenes viejos, La isla (premiada en 1979 en el Festival de Montreal) y Momentos. En escena protagonizó Diatriba de amor para un hombre sentado, de 1988, sobre un texto de Gabriel García Márquez, dirigida por Hugo Urquijo; Siemprediva, de Hugo Paredero, y, entre otros montajes, La loca de amor, sobre textos y poemas de varios autores, donde interpretó La Patria, poema de 1955 de Julio Cortázar. Dirigió Ver y no ver, adaptación de Molly Sweeney, del escocés Brian Field, actuando junto a Urquijo y el chileno Franklin Caicedo. Fue convocada a una de las rondas de actrices de Monólogos de la vagina (obra de Eve Ensler), y últimamente presentó, también con Urquijo, Tus manos en las mías, espectáculo basado en las cartas que intercambiaron el escritor y dramaturgo ruso Anton Chejov y su mujer, la actriz Olga Knipper.
–¿Qué es lo peculiar en este trabajo sobre abuelos y nietos?
–Creo que la diversidad. Dudamos mucho antes de incorporar la historia de Adriana, la nieta abusada por su abuelo. Pero estas cosas suceden, y es cierto que a los padres les cuesta reconocer algunas confidencias de sus hijos. Ellos tratan a Adriana de mentirosa. Esta es una chica humillada, ante quien su abuelo nunca se disculpó. Al contrario, la trató de enferma, sucia y degenerada.
–De otro tono es el relato de la abuela Celia y su nieto gay.
–Ese es un texto de Beatriz Matar, y como bien dice esa abuela, ser gay no es grave. La idea de todos estos trabajos es abrirse al público. Cada tanto hago alguna pregunta a los espectadores. Me interesan sus respuestas. Estos intercambios hacen que la función sea única.
–¿Por qué se eligieron personajes de estratos sociales diferentes?
–El espectro debía ser amplio. En la obra no hay personajes, en el sentido tradicional, sino personas reales. El chico de la calle, al que llamamos el Pibe, anda por Corrientes y Uruguay. A él le pasan las cosas que relato. Este Claudio (que además se llama Carlos Saúl, “por el presi”, como él dice) trabaja en la calle. No conoció al padre, y su madre lo abandonó, como también a su hermano –que es un poco mayor–, cuando el abuelo quedó paralítico. Ese abuelo que no quiere olvidarse de las letras que cantó Gardel es el que les cuenta cuentos en episodios. Ellos no piensan dejarlo solo. Otros textos simplemente los leo, como el de Estela Carlotto, que habla del secuestro de su hija Laura, el 26 de noviembre de 1977, cuando estaba embarazada de dos meses y medio, y de la entrega del cuerpo el 25 de agosto de 1978. Su nieto tendría ahora 25 años. El relato del abuelo jubilado Enrique, por ejemplo, es exactamente el del libro. El de la abuela correntina que necesita un “filito”, un “randevú”, tiene otro clima. Su hijo no la comprende; su nieto sí.
–¿Cómo eran sus abuelos?
–No los conocí. Eran todos inmigrantes y murieron jóvenes. Una abuela española, analfabeta, murió a los 32 años en el hospicio. Después de un parto se encerró con los hijos en un cuarto del conventillo y le prendió fuego a la habitación. Se salvaron todos y a ella la internaron. Pudo haber sido una depresión post-parto, que hoy se trata con medicamentos. Las historias sobre mis abuelos nunca fueron completas. Había cosas de las que no se quería hablar. Supe que uno de mis abuelos, italiano, que era vigilante, fue muerto, y que los cuatro hijos quedaron a cargo de una tía soltera que trabajaba como cocinera en una casa de gente rica. Quizás por esa falta de información, los relatos de Los nietos... me conmovieron desde que ideamos el proyecto hace tres años. Después lo abandonamos porque no sabíamos cómo encararlo. Juana y yo nos sentíamos inseguras. No tenía dudas en cambio sobre La Nena, un texto que plantea el divorcio de los abuelos y el tema de la muerte. En el escenario soy realmente una niña de 5 años. Esto no me ha pasado con los demás personajes. Tuve que superar muchos conflictos antes de atreverme con la abuela correntina, el octogenario y el chico de 11 años. Supongo que es porque todavía guardo a la niña que fui. En una de las funciones vi cómo un señor de la primera fila se enjugaba las lágrimas en la escena del jubilado Enrique. Después le pregunté a Hugo, que además de director es psicoanalista, ¿qué derecho tengo yo a hacer llorar a alguien? “No sos vos, es el personaje. La catarsis es parte del teatro”, me respondió.

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