ESPECTáCULOS
Síndromes de la ciudad, una silla y Mabel Manzotti
La actriz nunca ha dejado de recorrer pueblos argentinos y españoles con sus unipersonales. Ahora estrena Síndromes, una pieza en la que diez personajes hablan de sus neuras.
› Por Hilda Cabrera
Los unipersonales salvaron desde siempre a la actriz Mabel Manzotti: le permitieron trabajar casi sin pausa desde la década del setenta (los primeros fueron Punto y aparte y Quién fue), hallar “una manera de decir no” a las cosas que no le gustan y además llevarse premios. “¿Por qué tendría que esperar a que me llamen?”, pregunta esta artista hiperactiva, a la que en otro tiempo se conoció a nivel masivo a través de la televisión y el cine y que acostumbra presentar espectáculos de humor crítico con los que viaja por ciudades y pueblos de provincia y el extranjero. Mantiene lazos con sus parientes campesinos de Murcia, a los que visita, pero no es ésa la única razón por la que desembarca todos los años en España: ofrece allí sus unipersonales, incluso en pequeños pueblos (acaso tan anónimos como su natal La Violeta, en la provincia de Buenos Aires), es puntualmente invitada al Festival de Agüimes, en las Islas Canarias, y al Festival de Almagro. Participa también de los encuentros teatrales de Miami. Quizá por esta condición de viajera es que se mantuvo alejada durante siete años de la cartelera porteña, a la que ahora se suma con el unipersonal Síndromes. Los autores son los brasileños Maricarmem Barbosa y Miguel Falabella, y el director, el argentino Víctor García Peralta, traductor y adaptador de esta pieza que se estrena el jueves 18 en el Teatro Picadilly, de Corrientes 1524. Colaboran en la asistencia de dirección Norberto Cibele y en la música Andrés Parodi. Entrevistada por Página/12, la intérprete de Memorias de un adolescente, La señora Klein, Y por casa cómo andamos, Mil gracias por la paciencia, Poniendo la casa en orden, el musical Gipsy, La borra de la yerba, Volvió una noche y Más vale tarde que nunca, entre otros títulos, recuerda que su último trabajo en un teatro céntrico fue en el Tabarís, con Preferiría no hacerlo. En cuanto a Síndromes, las afecciones de los personajes que describe y actúa Manzotti parten del protagónico de la doctora Majó, “conferencista para alumnos avanzados de la carrera de Psicología”. Los síndromes responden a asuntos tales como la megalomanía o la anorexia, por ejemplo, tratados con humor y enlazados en una trama tejida por la misma Majó, como apunta la actriz, que estrenó este espectáculo en la sala Julio Quintanilla de Mendoza, “donde una de las escenas con la que el público se identificó más fue la del diálogo con un hipocondríaco que ante cualquier contrariedad recurría a algún ansiolítico”. En opinión de Manzotti, los síndromes escenificados “brotan en cualquier gran metrópoli”.
–¿Reconoce alguno de esos síntomas como propios?
–Creo que menos el de sexópata están todos en mí, aunque en diferente medida. No soy adicta a las drogas, por ejemplo, pero sí al cigarrillo. Protagonizo diez personajes, y el único elemento escenográfico que me acompaña es una silla. Con Víctor tratamos de dar a cada personaje un gesto que lo identifique para que el público capte rápidamente los cambios. Además, me asesoré para que las actitudes tuvieran en cada caso una base psicológica. No sé si el público va a pescar todos los gags, pero en Mendoza los entendían. El teatro tiene allí mucha importancia, incluso en las escuelas.
–¿Qué pasó con el proyecto de conformar una red nacional de profesores de teatro?
–Desde hace tres años venimos trabajando sobre ese viejo sueño con otra gente, como Laura Bagnato, Ester Trozzo y Alfredo Laferriere. En setiembre haremos un nuevo encuentro, esta vez con sede en la ciudad de Tucumán, una provincia muy teatrera que está necesitando un refuerzo. Existe una Ley Federal de Educación que apoya la materia teatro en las escuelas y como estudio de nivel terciario, pero que en general no se cumple. Una de las excepciones es Jujuy, donde acaban de egresar cuarenta profesores.
–¿Sigue militando en política?
–Tengo ideas políticas, pero no me gusta la vida que hay que hacer para estar dentro de la política. Mientras ocupé un lugar como diputada radical (fue elegida en 1997), apoyé los proyectos culturales y me robaron algunas iniciativas, nada más que para abandonarlas después, como la de recordar en todas las escuelas el 24 de marzo de 1976, exhibiendo la película Botín de guerra, de David Blaustein. El diputado Alfredo Bravo me acompañaba en esto. Durante 1999 y 2001 hice funciones gratuitas en distintas localidades de provincias y otras a beneficio de hospitales y escuelas. Cuando cayó De la Rúa, me encontraba junto a Ester Trozzo informando sobre las conclusiones del congreso de la Red de Profesores de Teatro que se había realizado pocos días antes en el Cervantes.
–¿Por qué eligió Síndromes para este regreso?
–Con Víctor y su madre somos amigos desde hace tiempo. Víctor me dirigió en otra obra de los mismos autores, En pampa y la vía, donde trabajé junto a Ulises Dumont. (También en La señora Klein, La borra de la yerba y en una comedia del brasileño Millör Fernandes titulada ¿Y...?.) Es un traductor y director muy respetado en Brasil. Mientras traducía casi por la misma época Nuevas directivas para tiempos de paz, de Bosco Brasil (una obra en cartel), y Síndromes, yo lo ayudaba tecleando. En un momento me dijo: Mabel, esta obra es para vos. Ahí me asusté, porque había demasiados personajes y él es un director muy exigente. Sufrí terriblemente con una escena en la que fumo un porro. Lo hacía muy mal, sorbiendo con ruido. De pronto me eché a llorar, sentí una gran impotencia. La madre de Víctor, que estaba presente, lo calificó de tirano. Tuve que aprender a hacer el gesto de retener el humo “para que me pegue” sin que se oiga y hablar mientras el humo va saliendo. Modifico el tono de voz, pero lo mantengo demasiado tiempo. Entonces Víctor me dice cortante: “Ya se te fue el humo, Mabel, hablá normal”. Esa escena me sigue dando miedo.
–¿Qué experiencia le dejaron los viajes?
–Viajar es descubrir cosas nuevas. No es lo mismo recorrer nuestro país que España, por ejemplo, donde se han preocupado por conservar los viejos teatros tal como eran cuando los crearon. Sin embargo, en nuestro país sobreviven todavía salas extraordinarias. ¿Quién puede imaginar que Oncativo tenga un teatro precioso, un Colón en pequeña escala, aunque medio tapado por una construcción, que es la estación de ómnibus? Casilda tiene teatro, y Totora, un pequeño pueblo a 100 kilómetros de Rosario, también. Y no son los únicos. En todos ellos mi experiencia como actriz ha sido maravillosa.