ESPECTáCULOS
› ELISABETH ROUDINESCO, PSICOANALISTA Y ESPECIALISTA EN NUEVAS FAMILIAS
“Lo que destruye a la familia es la miseria”
Autora de una notable biografía de Jacques Lacan, la psicoanalista francesa vino a presentar Y mañana qué... y La familia en desorden, un libro donde divide aguas con los profesionales que “se mostraron muy hostiles con los homosexuales”, cerrando las puertas a nuevas unidades familiares.
› Por Silvina Friera
La efervescencia del estructuralismo se filtró en la formación de Elisabeth Roudinesco. En sus años de iniciación en la Sorbona, leía a Derrida, Foucault, Althusser y Lévi-Strauss, sin sospechar que veinte años después, cuando el comunismo (y parte de la izquierda intelectual) se convertía en escombros, muchos de estos pensadores serían crudamente atacados. Autora de la biografía más popular sobre Jacques Lacan –al que conoció de niña porque era amigo entrañable de su madre, la psicoterapeuta Jenny Aubry–, Roudinesco se sorprendió por las reacciones que desató entre los lacanianos ortodoxos que, al parecer, esperaban una hagiografía, algo imposible de imaginar en una de las más transgresoras psicoanalistas francesas. Roudinesco presentó en la Feria sus dos últimos libros, publicados por Fondo de Cultura Económica: Y mañana qué... (transcripción de sus diálogos con Derrida) y La familia en desorden, donde indaga las transformaciones de la estructura familiar a lo largo de la historia.
Desde las páginas de La familia en desorden –donde demuestra los beneficios de la alta divulgación científica sin renunciar a precisiones conceptuales–, Roudinesco reflexiona sobre la concepción del Dios Padre, la irrupción de lo femenino y la degradación de la figura paterna. Y dispara su hipótesis central: el temor de que el acceso a la igualdad de derechos en materia de prácticas sexuales tendría como consecuencia la disolución de la familia. “Los psicoanalistas que se oponen a la unión civil entre homosexuales deshonran la profesión”, dice a Página/12. Para quienes no pudieron escuchar a esta lúcida intelectual en la Feria, la autora de Historia del psicoanálisis en Francia y ¿Por qué el psicoanálisis?, entre otras obras (traducidas a veinte idiomas), se presentará hoy a las 19 en la Alianza Francesa (Córdoba 946), en un diálogo abierto coordinado por el periodista Jorge Halperín.
–¿Por qué razones las minorías sexuales dejaron de rechazar la estructura familiar y empezaron a aceptarla como espacio positivo?
–Después de las discusiones de los ’60 y ’70 surgió la idea de constituir familias alternativas, diferentes, no sólo para homosexuales. No se podía abolir la familia, sino que había que transformarla, inventar nuevas formas de existencia. En ese nuevo molde de familia se deslizaron las mujeres que querían tener hijos de otra manera. Se asistió a un movimiento de normalización de todo aquello que se había opuesto al modelo familiar. Esto fue percibido como positivo, cuando en un comienzo la familia aparecía como algo profundamente negativo. Que los homosexuales quieran casarse parece a priori muy extraño, aunque para ellos es sentido como un acto de rebelión.
–Mientras en la sociedad la idea de familia no se discutía, ¿los homosexuales la veían como un espacio de transgresión?
–No me parece. Para los homosexuales se trata de tener los mismos derechos que otros. Y estar excluidos de tener una familia es vivido como una discriminación. Lo que sucede es que los que no están excluidos de la posibilidad de casarse, porque no son homosexuales, ya no quieren casarse. Esto implica que siempre hay que acordar derechos, porque una vez que se establecen esos derechos uno puede discutirlos.
–Sin embargo, cuesta pensar en estos debates cuando los sistemas judiciales no acompañan estas demandas de igualdad frente a la ley.
–Hacen falta 20, 30 años. La despenalización de la homosexualidad en Occidente es reciente y es necesario tener tiempo para avanzar más allá. La despenalización es el resultado de una lucha que data de hace más de cien años, pero el sida aceleró el proceso. Hubo una reacción sana porque en el imaginario colectivo no se hizo a los homosexuales responsables de la enfermedad. En Francia, hace 35 años, el 75 por ciento de los franceses consideraba espantoso tener un hijo homosexual. Ahora son el 40 por ciento. La familia...desempeñó un rol importante, porque en general los psicoanalistas eran muy hostiles con los homosexuales.
–¿Por qué?
–Hubo una pelea muy fuerte, a partir de 1995: las tres cuartas partes de la comunidad psicoanalítica consideraban que los homosexuales eran pervertidos por definición.
–¿Un discurso más cercano a la cerrazón mental de la Iglesia?
–Sí, claro. Un psicoanalista en Francia, Tony Anatrella, también sacerdote, entró en guerra contra los homosexuales. Lo critiqué y dije que tenía derecho a ser hostil respecto de la homosexualidad como cristiano, pero no se podían decretar ideas ridículas en nombre del psicoanálisis. La hostilidad de psicoanalistas no católicos no se manifestaba del mismo modo: coincidían con la despenalización, pero rechazaban la adopción de niños. Los psicoanalistas que predican contra los homosexuales deshonran la profesión.
–¿Utilizaban herramientas del psicoanálisis para justificar ese rechazo?
–Sí. Según ellos, adoptar era contrario al complejo de Edipo: los chicos deben ser criados por personas de distintos sexos, para que tomen conciencia de la diferencia. Yo argumenté que esa conciencia no necesitaba un soporte de realidad y que los homosexuales eran suficientemente maduros como para no criar a sus hijos en la negación de la diferencia entre sexos. Los homosexuales que procrean o adoptan son conscientes de que hay problemas y van al psicoanalista para resolverlos. Si empezamos por declararles la guerra, ¿a quién acudirían? Durante las consultas percibí que los padres homosexuales se mostraban más psicoanalistas que los psicoanalistas. Era curioso porque muchos de ellos se preguntaban si lo que hacían era contrario al complejo de Edipo.
–¿Qué problemas manifestaban los padres homosexuales en las consultas?
–En algunos casos, los mismos que los de familias reconstituidas (separación o divorcio), porque muchos tuvieron hijos en contextos heterosexuales y se separaron para vivir con una persona del mismo sexo. Pero también las dificultades para explicarles la sexualidad a sus hijos, y por qué no eran como los demás. Generalmente los padres homosexuales pretenden ser como los heterosexuales y no puede ser así. No hay que buscar similitud con lo que no es igual. Más vale vivir en la diferencia. Para criticar esa voluntad de normalización de los homosexuales es necesario favorecer el ejercicio de los derechos y no criticarlos.
–¿Qué sucede en situaciones de crisis, como la que vive Argentina, cuando los roles cambian abruptamente y son las mujeres los sostenes familiares y no los hombres?
–Es un desorden. La destrucción de la familia es la miseria. En mi libro ataco a los que sostenían que la familia iba a desaparecer por el divorcio, los homosexuales y la liberalización de costumbres. Desde la Grecia antigua vemos que puede haber tragedias familiares, pero esas tragedias no matan a la familia. La miseria deteriora todos los vínculos.
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