“Lacan causaba una impresión extraordinaria, era tan extravagante, sobre todo desde la mirada de un niño, que resultaba fascinante. Se pasó la vida tratando de acomodar la realidad con sus deseos. Era un ser ilimitado y había algo infantil en él; me parece que era un chico grande”, recuerda Roudinesco.
–¿La influencia de Lacan dentro del psicoanálisis fue tan poderosa que da la impresión de que generó más dogmatismo que líneas de apertura?
–Cuanto más fuerte es un pensamiento, más llega al extremo y produce más dogmatismo. Los grandes pensadores caen en el dogmatismo y por lo tanto están rodeados de idólatras. El problema reside en que hay que saber criticar eso sin renunciar a la totalidad. Siempre me pensé infiel a la Lacan dentro de la fidelidad. Lacan era un libertino del siglo XVIII, sin límites en su manera de vestir, en el trato con las mujeres o con lo que coleccionaba. Fue un personaje absolutamente barroco. Ciertos lacanianos quisieron hacer de él un buen burgués, tranquilo, más al estilo Freud. Si produjo más dogmatismo que entre los freudianos fue porque los herederos quisieron ocultar ciertas extravagancias del maestro y generaron cierto catecismo en torno de él. Si no hubiera existido Lacan, no habría psicoanálisis porque ha despertado a toda una generación y renovó las teorías. Sin Lacan el psicoanálisis se hubiera vuelto aburrido.
–¿Cómo es el estado actual de esta ciencia?
–Un poco depresivo (risas). Pero es un reflejo de la época que afecta no sólo al psicoanálisis. Todo se ha vuelto depresivo. Estamos en una etapa de crisis: el psicoanálisis es atacado violentamente por las neurociencias, el movimiento está dividido al interior de la comunidad y hay muchas dificultades para renovar las estructuras. No sé en qué momento habrá una renovación, pero lo que me inquieta es cuando todo esto se vuelve reaccionario.