Por Sandra Chaher

El 13 de agosto de este año se cumplirán 30 años de la muerte de Raúl González Tuñón, uno de los más grandes poetas argentinos. Para homenajearlo, la Fundación El Libro convocó a otro poeta, Horacio Salas, que esparció en la Feria sus recuerdos frente a un público conmovido por el espíritu ausente que los convocaba. Salas –quien junto a Pedro Orgambide y Héctor Yánover, ambos fallecidos– constituyó el trío que durante años evocó la figura de Tuñón, empezó manifestando la tristeza de estar solo frente al micrófono, y la decepción que le provocaba que, a 30 años de la muerte de Tuñón, se lo homenajeara apenas con los recuerdos de un amigo.
Salas conoció a Tuñón a través de Héctor Yánover. “Era la cara de la generosidad, de la cortesía hacia los más jóvenes. Fue un impulsor de nuestras vocaciones. Yo tenía 20 años y siempre algún poema en el bolsillo. Y él te preguntaba si habías escrito algo, pero antes te leía lo que había escrito él, para darte ánimo. Cuando terminabas, te decía: ‘Estás bien, mucho mejor, has dado un gran salto’. Aunque nada de eso fuera verdad. El le puso la mano en el hombro a Héctor Negro y a Juan Gelman, y no se equivocó.”
Raúl González Tuñón, un cronista de Buenos Aires, del grupo de Florida, aunque nunca fue intolerante hacia los de Boedo, nació en el barrio del Once en marzo de 1905. Era hijo de obreros españoles y en 1933 él mismo se exilió en España. En su vida hubo tres mujeres importantes; dos hijos –una mujer y un varón–; una enorme pasión por la ciudad y sus mundos marginales, por los viajes, los amigos, los colegas, el cambio social y, sobre todo, la poesía. “Era un poeta a tiempo completo –recordó Salas–. Decía que vivía en permanente exaltación lírica. Era un gran contador de historias. Se puede seguir su vida, incluso su muerte, en sus poemas.”
Salas compartió con Tuñón muchas charlas, y con ellas armó el libro Conversaciones con Raúl González Tuñón. “Vivía envuelto en una nube de recuerdos, que fue lo que le impidió perderlos. Lo veo charlando frente a tazas de café, en bares que él elegía: llenos de humo, con olores indiscriminados, pero que le gustaban más que las confiterías del centro. Salvo El Tortoni, del que guardaba recuerdos muy cálidos de su juventud.” Una de esas anécdotas es que una noche en que estaba leyendo sus versos junto a otros poetas se presentó a escucharlos, sin aviso y sin custodia, el presidente Alvear. “Eso lo emocionó y, casualmente, él siempre habló bien del gobierno de Alvear, aunque era comunista.”
Uno de los temas sobre los que más le gustaba hablar era, según Salas, su familia: “Una madre que murió cuando él tenía 7 años y recordaba como en una neblina, con un batón verde. Y sus abuelos. Estanislao González, a quien no conoció, y Manuel Tuñón, al que amaba muchísimo y que fue el que lo llevó a su primera marcha, un 1º de mayo”.
Tuñón empezó a escribir para el diario Crítica, de Natalio Botana, cuando tenía 20 años. Para Botana, una poesía era la mejor carta de presentación, así que ahí estaba Raúl haciendo crónicas de la ciudad y después viajando por el país. “El fue uno de los inventores de la poesía urbana, de esa nueva ciudad con cinematógrafo, fútbol, repleta de extranjeros, la ciudad del ‘hombre que está solo y espera’.” También pasó unos meses en París y, cuando se exilió en España, conoció a Pablo Neruda, Federico García Lorca, Miguel Hernández y Rafael Alberti. “Le encantaba contarnos las vidas de esos amigos que todos admirábamos.”
Finalmente Salas, evocando a otro espíritu querido, citó un texto escrito por Yánover sobre Tuñón para la revista Cero, en 1964: “Allí está. Serio. Mirando un horizonte de caminos. Es él. El poeta. (...) Sin él, falta una cara de la luna. La cara de la luna que protege a los atorrantes, a Carlos Chaplin, al sueño de los niños, a los que precisan mañanas claras, a los que van a hacer un viaje”.