Jue 29.04.2004

ESPECTáCULOS • SUBNOTA

La Feria y yo

Por Gigliola Zecchin (Canela) *

La historia ya pertenece al siglo pasado. La Feria funcionaba por esos años en las viejas salas del Centro Municipal de Exposiciones. Los pasillos alfombrados de rojo creaban la ilusión de una fiesta iluminada por millones de libros. Como gran novedad, Radio Nacional había instalado un stand para transmitir en directo desde la Feria para todo el país. Generaciones, mi programa, parecía hecho a medida, ya que me ocupaba de los escritores. Salía al aire a las siete de la tarde. En la Feria la tarea era muy excitante. Lo teníamos todo a mano: escritores, editores, extraños personajes y sobre todo... lectores. Era un viernes, la Feria vivía la fiebre de los últimos días. El equipo de producción tendría que ocuparse de tener todo listo para cuando llegara, ya que tenía que coordinar previamente un debate sobre no sé qué tema. Calculábamos que, al terminar, tendría tiempo para llegar tranquila y café mediante chequear los últimos detalles antes de la emisión. Finalizó el debate, y con los aplausos salí a la calle con el impulso de parar el primer taxi que pasara. Libertador era un mar de coches. Absolutamente quietos. Para colmo: ningún taxi libre a la vista. Tenía sólo quince minutos.
Miré el horizonte, y cuando comprobé que el embotellamiento era global me llegó por la izquierda un rugido salvador. ¡Una moto! Una moto poderosa de alta cilindrada con un joven que avanzaba diestramente en zig-zag entre los coches. Sin pensarlo bajé a la calle y me planté adelante. La moto se detuvo: ¿Sabe quién soy? No. Bueno, me llamo Canela y tengo que estar en la radio en diez minutos, la radio que está en la Feria, ¿me lleva? Ni esperé respuesta, ya estaba sentada a su espalda, de costado y en dudoso equilibrio. Y allá fuimos. Lo cierto es que a las siete menos tres minutos el motoquero improvisado me depositó en la puerta de la Feria. “Gracias”, atiné a decirle mientras descendía trabajosamente de la moto. “No sabe el favor que me hizo.” Salí corriendo hacia adentro. Me abrí paso entre la gente y llegué sin aliento al stand de la radio. Ya se oía por el amplificador la cortina del programa. Con una sonrisa... Pepe Duto, el operador de Nacional, me dijo: “¡Vamos, que ya estamos en el aire!”. Me encantaría que el caballero sin nombre, que ese día me salvó, leyera estas líneas y supiera que le quedé muy, muy agradecida.
* Escritora y periodista.

Nota madre

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