ESPECTáCULOS
También hay vida detrás del chiste
Fontanarrosa, Rep, Quino, Caloi, Maitena y Garaycochea, entre otros, participaron de la mesa de humoristas organizada por la editorial De la Flor.
› Por Karina Micheletto
Como todos los años en la Feria del Libro la mesa de humoristas que organiza la editorial De la Flor es una de las más concurridas. Por allí pasaron esta vez Quino, Caloi, Maitena, Rep, Liniers, Roberto Fontanarrosa, Carlos Garaycochea y el escritor y libretista Santiago Varela, responsable de los célebres monólogos de Tato Bores. El aniversario de la Feria motivó el título Treinta años de humor en la Argentina, una excusa para repasar la historia del país y lo que hizo el humor con esa historia: lo que pudo, ya sea haciéndola más llevadera, mostrándola con bronca, ternura o padeciéndola.
Varela leyó un texto en el que reseñó el papel de los humoristas en estos últimos treinta años. Entre otros hitos argentinos se refirió a la aparición de la revista Humor en 1978, por la que pasaron varios de los integrantes de la mesa, tolerada en un principio por la censura, según el libretista, con la creencia de que una revista “de chistes” no podía ser un problema serio. “En ese año surgió una disputa surrealista entre José María Muñoz –la voz oficial del Mundial, que quería tribunas llenas y limpias para demostrarle al mundo que los argentinos éramos derechos y humanos– y Clemente, que desde la última página del diario nos arengaba a tirar papelitos”, recordó. El repaso de Varela siguió por todos los gobiernos democráticos: “Algunos nos acusaban de que con Menem los humoristas teníamos todo servido en bandeja, pero se olvidan de que nosotros también vivíamos acá y sufríamos las consecuencias”, explicó. “Chupete no leía a Sócrates pero tenía lo suyo: se dormía en las reuniones, decía que no era aburrido y se convertía en suegro de Shakira, todas cosas de mucha utilidad para alguien que quiere hacer humor. Después Rodríguez Saá pasó muy rápido, pero con el cuento de la turca y la promesa del tren bala, digamos que pintaba bien.”
“¿Por qué viene siempre tanta gente a esta mesa? ¿Qué esperan que les digamos? Nosotros sabemos decir más sobre el papel que hablando, así que acá siempre estamos incomodísimos”, empezó cuestionando Quino, fiel a su estilo. Tras lo válido del planteo se pidió ir directamente a las preguntas, propuesta que derivó en algunas situaciones extrañas: un señor de noventa años que se extendió hablando de lo bien que le fue con su novela después de robarle un título a Quevedo; una chica que, proclamándose humorista, se subió al escenario a contar un chiste de “mamá, mamá”; una señora que le preguntó a Caloi cómo hace para mantenerse tan bonito. Es curiosa la forma en que el público se relaciona con los humoristas. Quizá la gran popularidad de Mafalda, Clemente o Inodoro Pereyra habilita a un trato más de igual a igual con sus autores, trato que contrasta con la pompa y circunstancia que suele haber en otras mesas. La ecuación es obvia: si es humorista, se supone que hace reír. Y ya sea porque se hicieron amigos de sus personajes o porque no pueden tomar a sus autores con seriedad, la cercanía que aparece también habilita a que algunos se desubiquen como no lo harían si hubiese escritores “serios” enfrente, o a hacer algunos planteos en tono agresivo.
Este año no hubo tantas situaciones anómalas. Se preguntaron cosas como: ¿Por qué se hace tan poco humor con Kirchner? “Rudy y Paz hacen mucho y muy bueno, Nik también, pero muy malo”, contestó Maitena (se sabe: Nik no es muy querido entre sus colegas, aunque tiene que compartir con algunos de ellos el lugar en el stand para la firma de ejemplares). O ¿Por qué dejó de salir Mafalda? “Lamentablemente, Mafalda sigue hablando de hoy después de décadas, eso quiere decir que el mundo no mejoró. Pero el que quiera ver lo que diría Mafalda hoy que lea la página que publico los domingos”, recomendó Quino.
Entre los personajes desaparecidos Fontanarrosa recordó a Sperman, un donante de esperma “que tal vez debido a su propia actividad se agotórápido”. “En cambio Miguel (Rep), cuando advierte que al público le gusta un personaje, enseguida lo termina”, señaló acertadamente el rosarino. También se habló sobre las formas de trabajo de cada uno: con un metódico horario de oficina Fontanarrosa, entregando siempre sobre la hora Caloi. A Quino le resulta difícil marcar un momento en el que deja de trabajar: “Si estoy en el bar miro cómo se mueve el camarero para cuando tenga que dibujarlo, mientras me afeito pienso cómo terminar una idea. Yo tengo la impresión de que trabajo siempre”, contó. “Yo en cambio me volqué a esto para no tener que trabajar”, contestó Caloi. Sobre el final, llegó la pregunta sobre los límites en el humor (en general hubo acuerdo en que esos límites los pone cada uno, y pasan por el dolor del otro) y los límites que marcan los medios en los que cada uno publica. “Siempre me preguntan cómo puedo trabajar en un diario conservador como La Nación, con el tipo de humor que yo hago”, dijo Maitena. “Y yo estoy muy contenta de estar donde estoy, porque creo que el humor tiene que molestar, ser una piedra en el zapato. Me da mucha tranquilidad saber que todavía hay lectores que me mandan cartas puteándome.”