ESPECTáCULOS
Un combo de monstruos en un solo menú de fast food
En Van Helsing, el cazador de monstruos, el director de La momia sube la apuesta y hace de su protagonista una suerte de James Bond de la Iglesia, que persigue a Drácula, Frankenstein y al Hombre Lobo.
› Por Martín Pérez
Después de La momia le tocaba hacer Drácula. O al menos eso es lo que Stephen Sommers cuenta que le decía todo el mundo. Pero el director de aquella multimillonaria saga protagonizada por Brendan Fraser decidió subir la apuesta. Así es como, cual combo de local de autoservicio de comidas, su nueva película sirve tres –o cuatro– monstruos en un solo menú. Uno que lleva el nombre de Van Helsing, un personaje apropiadamente encarnado por Hugh Jackman, el imponente Wolverine de la reciente versión cinematográfica de X-Men. Concebido como recurrente cazador de vampiros, este Van Helsing de Sommers es mucho más que eso. Es una especie de agente secreto de la Iglesia, con licencia para matar (monstruos, al menos) de dos siglos atrás. Que, una vez que termina su misión, regresa a la base, recibe un nuevo encargo e incluso se da un paseo por la sala de armas secretas bien a lo James Bond.
Mitad asesino y mitad hombre santo, Van Helsing aparece en la pantalla cazando al Dr. Jeckyll por las calles y los techos de París, algo que obviamente significa enfrentar a Mr. Hyde. Conseguirá vencerlo valiéndose de un amplio arsenal de trucos, no sin arruinar el frente de la catedral de Nôtre Dame, lo que le valdrá serias reprimendas por parte de sus superiores. Pero su nueva misión lo llevará aún más lejos: hasta Transilvania, donde deberá enfrentar a un tal conde Drácula. Un desafío que incluye el protagonismo de la criatura del Dr. Frankenstein y también varios Hombres Lobo. Y que tomará más de dos horas de película llevar hasta un final.
Con el principio de que más es mejor entre ceja y ceja, Sommers presenta sus monstruos y sus héroes a través de una interminable sucesión de escenas de acción, una más espectacular que la otra. Así es como está concebida la presentación de Van Helsing en París, la del conde Drácula como inversor en el proyecto del Dr. Frankenstein en plena Transilvania, e incluso la lucha de la bella Anna Valerious (la delicada inglesita Kate Beckinsale, reconvertida a heroína de acción) y su clan contra un Hombre Lobo. Sin detenerse demasiado a pensar, Van Helsing llegará a Transilvania disparando estacas a repetición, para descubrir un plan macabro que explica la asociación de Drácula con el sacrílego Dr. Frankenstein, e incluso por qué hay tantos Hombres Lobos de por medio. Y la trama se complicará ya que el personaje de Hugh Jackman, tal como le sucedió con su Wolverine, no recuerda nada de su vida pasada.
Con todo el tiempo del mundo para retorcer una y otra vez los cimientos de su historia sin lograr hacerla más plausible, Van Helsing es como un parque de diversiones. Donde sea que se mire, hay algo para entretenerse. Sin embargo, tanta abundancia lo único que hace es terminar igualándolo todo. Cada escena es un punto culminante, todas están llenas de acción y tristeza y todas terminan siendo igual de descartables. Y lo peor es que un clima excesivamente ominoso termina recubriendo tanta tragedia junta. Si algo se le puede reprochar a Sommers en su gran desafío como director de acción que significa Van Helsing es haber perdido ese humor que le daba vida a La momia. Tal vez porque Jackman no es Fraser, tal vez porque se creyó demasiado sus propias historias (o tal vez porque los tiempos mandan creer sin preguntar, antes que reírse de cualquier seriedad impostada), Van Helsing es una película que se termina hundiendo por su propio peso. Demasiada acción y demasiados monstruos devienen en excesiva trascendencia, y así es como la obra de Sommers resulta ser apenas la suma de sus partes. Y sus monstruos, claro está.