ESPECTáCULOS
Un motor a miles de revoluciones
Lemmy Kilmister, cantante y bajista de Motörhead, da cuenta, a los 58 años, de su espíritu salvaje. Esta noche, la banda británica se presentará en Hangar, donde repasará para los fans argentinos una carrera plagada de excesos y rock and roll.
› Por Roque Casciero
Si alguien decidiera escribir una biografía no autorizada de Lemmy Kilmister seguramente se quedaría corto a la hora de repasar con pelos y señales los años salvajes del feroz cantante y bajista de Motörhead. Porque los años salvajes de Lemmy, el hombre de las verrugas mellizas en el rostro amenazante, son casi todos los 58 que lleva de vida. Por otra parte, el propio músico se ha encargado de ganarle de mano a cualquier escriba, porque el año pasado entregó una autobiografía tan reveladora que hace palidecer cualquier intento superador. El título del libro es el de una canción de Motörhead, White line fever (Fiebre de la línea blanca), una referencia tanto a la ruta como a los vicios. “Fue divertido hacer el libro y supongo que los fans se divertirán leyéndolo”, asegura Lemmy, en conversación telefónica con Página/12. “Lástima que nadie lo haya publicado en español.” Por eso todavía los argentinos no pudieron leer la historia del ex Hawkind, que fue plomo de Jimi Hendrix y que vio a Los Beatles en The Cavern mucho antes de inventar el speed metal. Motörhead tocará hoy en Hangar (Rivadavia 10.921) para adelantar su álbum Inferno, que saldrá en junio, y para repasar buena parte de su trayectoria en la que hay dos constantes: Lemmy (porque él es la banda, más allá de quién lo acompañe) y el metal ruidoso y veloz que ya es toda una marca registrada.
–¿Cómo es Inferno?
–Es muy nuevo (risas). En realidad, no sé bien qué decir. Cuando uno hace un álbum no sabe cómo es. Eso tienen que decirlo los demás. Creo que es bueno, porque si no, no lo publicaría. Los músicos siempre decimos que el último álbum es el mejor, porque estamos enfocados en esas canciones. Pero, no sé, tal vez éste no sea el mejor (risas).
–En Inferno participa en dos canciones el guitarrista Steve Vai, que a priori no parece ser el músico más conectado con la música de Motörhead.
–Puede ser, pero Steve es muy buen guitarrista, toca de puta madre. Y ambos conocemos muchos estilos distintos, no es que yo sólo puedo tocar Motörhead y que él puede tocar Steve Vai: podemos cambiar y conectar muy bien. Ya van a escucharlo.
–Hace poco también trabajó con Dave Grohl en Probot (en el que el baterista de Nirvana y líder de Foo Fighters toca con un elenco de estrellas metaleras).
–Sí, él tiene que venir a mi casa dentro de diez minutos. Trabajar con Dave es bárbaro, me sentí al lado de un par. ¿Están dando allá el video de la canción que hicimos juntos (Shake your blood)? Es bárbaro: tocamos rodeados de 63 mujeres.
–¿Sigue coleccionando objetos del nazismo?
–Sí, todavía me interesan.
–¿Cuántas veces lo acusaron de nazi por eso?
–Muchísimas. Y mi respuesta siempre es que tengo una novia negra, así que debo ser un pésimo nazi. Es una locura, mi manager es judío, ¿cómo voy a ser nazi? Mi dentista también es judío, ahora que lo pienso. Lo que me gusta de las cruces de hierro, las dagas y demás es que son muy lindas. Tienen algo como del Imperio Romano. Ah, también tengo una daga de la Argentina, hecha en Rosario. Y en Buenos Aires encontré una cruz de la Primera Guerra Mundial que todavía me intriga, porque no sé bien qué es.
–Pero seguramente dirá que lo que más recuerda de la Argentina son las mujeres, como todos los rockeros que pasaron por aquí.
–Por supuesto.
–¿Alguna historia en particular?
–La que más recuerdo fue que, cuando volvía del show que hicimos con los Ramones, me cogí a una minita en el asiento de atrás del taxi. No estuvo nada mal, la verdad.
–¿Es cierto que cuando los A.N.I.M.A.L. lo invitaron a grabar un cover de AC/DC lo único que les pidió a cambio fue una botella de Jack Daniels?
–Por supuesto, si no tenían un centavo. Eran una banda que estaba luchando por su lugar, no podían andar pagándoles a sus invitados. Si se hacen famosos, quizá les mande la cuenta (risas).
–Usted tiene 58 años. ¿Alguna vez pensó en retirarse?
–No, ¿por qué debería? Voy a rockear hasta que me muera.