Mar 02.04.2002

ESPECTáCULOS

“Hay días en que quiero irme y otros en que quiero quedarme”

El director de teatro Hugo Midón, que repone dos obras infantiles y prepara otra para adultos, señala que desde su lugar intenta transmitir a los chicos la idea de una sociedad menos intolerante.

› Por Hilda Cabrera

Hugo Midón cuenta que en medio de la actual crisis argentina llegó un momento en que creyó haber perdido la identidad. “Cuando el país entró en crisis, me sentí arrastrado por un torbellino. Hice cosas que jamás hubiera imaginado, como estar cuatro horas en un banco para que, al llegar mi turno, me dijeran que debía volver al día siguiente. Ese no podía ser yo”, reconoce ahora el autor y director teatral. Creador de musicales, en su mayoría para chicos (que en su caso son adecuados para todo público por la variedad de enfoques), Midón no está en crisis personal, si se piensa que repone dos obras, Huesito Caracú, el remolino de las pampas (en el Paseo La Plaza) y Vivitos y coleando (en una sala de San Isidro el sábado 13) y que ha finalizado la escritura de un musical para adultos, Bandoleros, con el que viene tentando a potenciales productores y protagonistas. Lo que le pasa es que forma parte de un contexto, del que no puede aislarse.
Según adelanta en una entrevista con Página/12, Bandoleros está centrado en los bandoleros rurales, o “gauchos alzados” de otro tiempo, inspirado, aunque no exclusivamente, en la figura de Juan Bautista Bairoletto (o Vairoleto), nacido en 1894 en Santa Fe, hijo de inmigrantes italianos, y muerto por la policía (o rematado por ésta, cuando ya se había suicidado al ver su casa cercada) el 14 de setiembre de 1941, en Mendoza. Vairoleto (así firmaba) vivía entonces bajo otro nombre con su última mujer y sus dos hijas, en una chacra de General Alvear. Se cuenta que fue delatado por un ex integrante de su banda.
El año pasado, Midón fue convocado a participar de la recuperación del teatro El Picadero, espacio emblemático destruido por una bomba en la madrugada del 6 de agosto de 1981. Allí se habían presentado las primeras obras de Teatro Abierto 1981, movimiento de resistencia cultural bajo la dictadura militar. El Picadero fue reinaugurado en setiembre de 2001 y cerró poco después: “Fue una experiencia fallida. Los costos de refacción fueron más altos de lo que había previsto el dueño (el empresario Lázaro Droznes), y no se pudo solucionar el problema de la acústica”, cuenta Midón, a quien las autoridades de Cultura de la Ciudad le habían ofrecido en el 2000 la conducción artística del Teatro Sarmiento. No hubo acuerdo: “Ese ofrecimiento derivó en una asesoría en el Teatro San Martín, y después en una contraoferta mía de montar un espectáculo, que no prosperó”, señala.
–¿El hecho de sentirse arrastrado por la crisis motivó cambios en “Huesito...”?
–No tuve que reformular nada. Solamente un par de frases donde se menciona al corralito, que no parece un añadido porque la obra transcurre en el campo, con personajes típicos del teatro gauchesco. Estereotipos como los del gauchito bueno y el malandra, el rico y el refinado, el sargento de policía y el milico. En Huesito... hay un gauchito rebelde que no quiere vivir a oscuras (lo interpreta Gustavo Monje) y un personaje, Cocorito (Diego Reinhold), al que llaman “hijo de la luz”, porque su padre es el presidente de la empresa de electricidad de la zona. Los conflictos entre ellos y el que se suscita entre Huesito y los milicos se resuelven porque prevalece la amistad.
–¿Qué pasa con la rebeldía y los afectos en este presente?
–Ante todo, creo que es saludable intentar salir de la situación de perplejidad a la que nos empuja esta crisis. Yo apuesto a modificar este presente desde mis espectáculos, que son vitales: demuestran que hay sangre en nuestras venas, y que a mí, como autor y persona, me preocupa lo que pasa en nuestro país; la miseria que crece y la incoherencia de los gobernantes, que nos pueden confundir, y mucho.
–¿Compara esta época con alguna otra?
–En realidad, cada tanto pasamos por etapas semejantes a la de hoy. Hemos tenido épocas de gran empobrecimiento. La diferencia es que, en este momento, la Argentina tiene menos margen de maniobra frente a los países poderosos. A nosotros, como personas, nos queda pelearla desde el lugar que ocupamos. Creo que participando de los cacerolazos y de las asambleas barriales la gente comenzó a reflexionar. Hoy somos más autocríticos. Hemos aprendido a desconfiar y estamos en camino de controlar mejor a aquellos a los que les dimos poder. De todas maneras, esto va a llevar tiempo, y nuestra salud física y mental sigue deteriorándose. Conozco gente a la que la realidad se le ha vuelto intolerable.
–¿Se desanima alguna vez?
–Cuando me preguntan si me quiero ir de la Argentina, respondo que hay días de la semana en que sí y otros en que prefiero quedarme.
–¿Nunca pegó el portazo?
–No, pero admito que mi resistencia se va minando. Puede que esto que digo sea una barbaridad, pero a veces siento que esta situación erosiona más que una dictadura, porque no vemos la cara del enemigo. Los que trabajan en contra de la gente saben cómo simular y engañarnos. Vivir bajo la dictadura fue tremendo. Los que nos quedamos y estábamos en la cultura, hacíamos lo que podíamos. Hoy el miedo es diferente, pero existe. Somos muchos los que creemos estar en un polvorín. Nuestra mayor responsabilidad pasa por preservar a la persona que hay en todo ser humano.
–¿Cómo es su musical “Bandoleros”?
–Está basado, en parte, en la figura de Vairoleto y en el encuentro de éste con Mate Cosido. Vairoleto se convierte en un marginado social después de matar a un cabo de policía (Elías Farach, el Turco). Esto sucede en el pueblo Colonia Eduardo Castex (que por entonces pertenecía a La Pampa), cuando se resiste al policía que lo quería arrestar por un robo de ganado que él no había cometido. En el trasfondo había un crimen pasional (la crónica policial habla de una prostituta de nombre Dora). Vairoleto escapó, eludiendo durante casi veinte años a la Justicia. Se decía que robaba para los pobres. Tuvo alguna relación con anarquistas, grupos sindicales y bandoleros como Mate Cosido (el tucumano Segundo David Peralta). La gente lo convirtió en santo. Investigué en esta historia a partir del libro de Hugo Chumbita (autor de Ultima frontera, Vairoleto, de 1974, texto ampliado en una reciente edición, y de algunas de las letras de las canciones que aparecen en el compacto Bandidos rurales, de León Gieco). Hace tiempo que vengo trabajando en esto. Me cuesta más armar un musical para adultos que para chicos, aunque no hay demasiadas diferencias entre Huesito Caracú y Vairoleto. Los dos quieren ser libres. Sólo que éste es un personaje más denso, con una historia mucho más descarnada.

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