ESPECTáCULOS
› JORGE GUINZBURG Y SU EXPERIENCIA EN UN GENERO QUE DESPIERTA PREJUICIOS
“La revista le dio un espacio a los grandes”
El humorista, conductor televisivo y periodista subraya que con su nuevo espectáculo, La era del pingüino, quiere recuperar un espacio para la crítica a la clase dirigente, pero sin descuidar la picaresca revisteril.
› Por Emanuel Respighi
Desde lejos, con la sala vacía y oscura, se lo percibe más petiso que de costumbre, recorriendo a paso pausado la enorme y negra tarima del escenario. Sin el brillo, la música y las carcajadas que invadirán el teatro un par de horas después, Jorge Guinzburg camina con la gracia que transmite su diminuto cuerpo, pero con la incomodidad extra de tener que posar para la fotógrafa de Página/12. En su intento de culminar con la etapa “tortuosa” de la entrevista –se sabe que lo que más placer le da es hablar–, Guinzburg crea una falsa expectativa, un tanto en broma, otro tanto en serio. “Te voy a dar una foto originalísima, que es de las más lindas”, le propone a la fotógrafa, mientras se sienta en la típica escalera que va de la platea al escenario, construyendo una de las fotos más típicas del periodismo de espectáculos. Como era de esperar, para lamento del humorista, la fotógrafa no cede a la idea. “Que me saquen fotografías es lo que menos me gusta de mi trabajo”, señalará, en tono de queja, una vez finalizado el trabajo fotográfico, ya más relajado.
Reconocido en su rol de humorista, conductor televisivo y periodista, Guinzburg descubrió este verano que su versatilidad no conoce límites; también se le animó al teatro revista. En La era del pingüino (de jueves a domingo, teatro Metropolitan), el petiso no sólo entrega ácidos y divertidos monólogos criticando a la clase dirigente y a las instituciones, sino que incursiona en el canto y en el baile junto a Miguel Angel Cherutti y Luciana Salazar, entre otras voluptuosas mujeres. Y lo hace sin ningún prurito, como podría llegar a pensarse. “Hacer revista a diario es muy desgastante, pero también muy divertido”, señala.
–¿Se imaginaba que en algún momento de su carrera iba a incursionar en el teatro de revista?
–A mí la revista me encanta. Junto con el sainete, la revista es el único género argentino de verdad. La revista porteña no se parece absolutamente a ninguna revista europea o de Las Vegas. En Las Vegas o en el Lido es una sucesión de coreografía, número circense, coreografía, número circense... La porteña maneja el humor de otro manera: tiene mucho humor político. Es un género genuino. A mí me gusta mucho estar en el escenario recitando monólogos y haciendo personajes que hacía mucho que no realizaba.
–¿Encontró en la revista uno de los pocos espacios que le quedan para realizar humor político?
–Sí. En La era del pingüino hay muchas cosas que tienen que ver con el humor político y otras que tienden más a la picaresca revisteril. En la actualidad no hay muchos lugares para criticar a la clase dirigente desde el humor. No estoy haciendo un humor chabacano ni desde el contenido ni desde lo estético. A diferencia del resto de las revistas porteñas, La era del pingüino es un espectáculo multimedia. A mí me encantaría hacer humorismo político televisivo, pero no sé si existe el espacio. Hace poco hablaba con unos amigos y comentábamos que después de Tato Bores no hubo humorismo político en televisión. Hubo programas esporádicos, con algo de contenido político, pero no programas de humor político.
–¿Por qué se dejó de lado un género que en otra época generaba mucho interés?
–El humor es crítico, siempre. El humor político es un género que además de hacer reír, hiere, critica a algún dirigente o a alguna institución. Y tal vez los canales no tienen ganas de herir a nadie en esta época. Por ahí, piensan que es un momento para llevarse mejor.
–¿Tuvo algún temor al decidir producir y protagonizar una obra de teatro de revista? Siempre se lo reconoció como un periodista-humorista comprometido...
–No debe ser muy raro porque desde hace 20 años que me ofrecen hacer teatro de revista. Yo ya había hecho espectáculos que rozaban el género, como Me siento bien en el ’92 con el Negro Fontova y María Fernanda Callejón, o en Miami con Emilio Disi. La diferencia entre este espectáculo y los anteriores es que ahora me meto de lleno en un teatro de revista a lo grande, con mucha inversión monetaria. No es sólo un capocómico o dos con minas en bolas a su alrededor. Es un espectáculo muy lujoso.
–Pero es un género que por su frivolidad se lo percibe de un modo peyorativo...
–Ese es un prejuicio que más que intelectual es intelectualoide, porque en la historia argentina grandes figuras del humorismo político pasaron ineludiblemente por la revista: Tato Bores, antes de llegar a la TV, había hecho revista; los monólogos de Pepe Arias eran muy esperados por el público, al punto que hacía la misma revista pero sólo cambiaba sus monólogos para que la gente volviera a ver la obra... Los capocómicos de verdad pasaron por la revista. Me acuerdo que cuando hacía Peor es nada en TV, las críticas más fuertes decían “el humor revisteril de Guinzburg”... Y para mí no era un insulto. Todo lo contrario. Me parece que la revista enaltece a partir de tener una raigambre absolutamente nacional. Pero como todo lo autóctono de este país, tanto la revista porteña como el sainete fueron apabullados por la crítica. El sainete es el equivalente a la comedia musical de Broadway. En la década del 30 y del 40 la calle Corrientes era Broadway, con obras de Armando Discépolo, los Pelay... Era fantástico.
–El espectáculo se titula no casualmente La era del pingüino. ¿Cómo se siente, tanto como ciudadano y periodista, a un año del inicio de la gestión de Kirchner?
–Por momentos me siento esperanzado y por momentos preocupado.
–¿En qué se basan esos sentimientos?
–La esperanza, en que siento que desapareció cierta impunidad que nos caracterizaba. Creo que hay una intención seria del Gobierno de terminar definitivamente con la corrupción y la impunidad. La preocupación me surge porque me molesta el patoterismo, la guapeada, los compromisos que no se cumplen... Puede sonar antipático, pero me parece que si no podemos pagar, la actitud frente a los bonistas es negociar pidiendo disculpas. No me parece correcto el camino de basurear a quien compró y creyó en los bonos argentinos. Porque, además, quienes compraron bonos lo hicieron porque se los ofrecieron, no es que los bonistas obligaron a la emisión de bonos. La Argentina emitió bonos para salir de algunos de sus tantos quilombos. La actitud debería ser la de separar la paja del trigo: no son lo mismo los fondos buitres que quien intentó invertir sus ahorros en la compra de bonos. La actitud de Kirchner no me divierte, así como tampoco me divierte la disputa constante, el autismo y los puros a la manera de Sabonalora... Creo que de allí al autoritarismo hay un trecho muy corto, porque si uno sólo es puro y a los demás hay que purgarlos, estamos jodidos.
–En la calle se percibe cierta atmósfera esperanzadora...
–Lo más maravilloso de estos meses de gobierno es que se revirtió la desesperanza. La gente cree en el país. Y eso es importante. A los brasileños les va tan mal como a nosotros, pero son tan optimistas que eso mismo ayuda a dar vuelta la rueda. El optimismo de los argentinos me parece absolutamente alentador. En el teatro hago un monólogo sobre La era del pingüino en el que digo que desde que yo tengo memoria siempre nos han manejado animales: la tortuga Illia, la morsa Onganía y no deschavemos lo que sigue... Hay crítica no sólo a los políticos sino también a la policía como institución y hasta al funcionamiento del Mercosur.
–¿Es posible abrir cabezas a través de un monólogo humorístico en el teatro de revista? ¿La gente capta el trasfondo de las bromas?
–A mí me gusta que la gente se ría. Y si es a carcajadas, mejor todavía. Hay momentos del espectáculo en los que no hay risas sino aplausos. Cuando hablo de los militares o de la época menemista, no hay risas sino aplausos. Esa es una diferencia que marca el tono. Pero como estilo particular, no planteé el espectáculo como catártico. El público de Pinti hace catarsis cuando va al teatro. Pinti es un tipo muy observador, que todo lo que dice tiene contenido. Pero yo, como línea, trato de darle el mismo contenido otorgándole un plus de comicidad. En algunas ocasiones lo logro y en otras, al hacerlo más popular, tal vez tiene menos contenido.
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