Dom 16.05.2004

ESPECTáCULOS  › EL BOOM DE LA REVISTA

Y de pronto, Corrientes volvió a estar llena de vedettes y chistes verdes

Nito Artaza, Jorge Guinzburg, Yuyito González y –próximanente– Gerardo Sofovich y Ethel Rojo reciclan el teatro de revista, como si se tratara de la temporada marplatense.

› Por Julián Gorodischer

El valijero no mira: admira. De pronto, Yuyito se le viene encima, se agacha, lo invita a pasar al escenario. Lo que sigue será igual en todas las revistas de la calle Corrientes: palidez, leve temblor y convulsiones del “obligado a subir”, que tendrá que frotarse contra la vedette y ponerle la manito ahí: “Tocá, decí qué dura está/ levantame como a una novia/ pero pará, no me largués, que falta la fotito...”, exige Yuyo; el pelado casi la tira al piso. Aquí no ha pasado nada, y que siga la canción. “Famosa yo quería ser/ y a Dios tanto le rogué/ que mi sueño se cumplió/ y así Yuyito nació.” La escena no se modifica en el Broadway, el Metropolitan o el Variedades; pronto vendrán también el Ruso y Ethel Rojo a poblar la calle que nunca duerme de marquesinas y brillitos, valijeros y remises, mucha boa de piel falsa y cotillón a la salida.
Este es el flamante boom de las despedidas de solteros en el teatro, las barras de pelados y las solteronas. Otra vez, vuelven el telón plateado, la vedette envuelta en transparencias, el capocómico en baja y las razones para el ratoneo: la Ritó o la Salazar. ¿Quién da menos? Para vender, no hay que innovar: al número de la striper-bailarina deberá sumársele el solo de la vedette, un sketch opcional y el infaltable monólogo de un cordobés o un “televisivo”. Ellos (Turco Salomón, Nito Artaza o Miguel Angel Cherutti) recrean al viejo verde que piropea y mete mano en cuanto puede. Con Argentina todo un show (Nito Artaza y la Ritó), La era del pingüino (Jorge Guinzburg y la Salazar) y Resistiré con humor (Yuyito), se impone un populismo remozado que siempre, pero siempre, generaliza su diatriba contra los políticos. “Hacen más cagadas que un bebé”, del Negro Lavié hasta conseguir el aplauso cerrado. “Nos cagan, ¡bien cagados!”, otra vez, hasta lograr la risa frenética, casi compulsiva, con ademán de ahogo y mueca de desesperados.
Atado con alambre
Y un día la calle Corrientes volvió a llenarse de chistosos medio gorditos importados de Villa Carlos Paz. “La gente encuentra distracción en los bailes”, dice el productor Aldo Funes, que quiso ofrecer “divertimento ante la crisis”. Tituló para dar ánimos (Resistiré...) y montó su telón plateado (que no se levanta, ¡se corre!) para dar marco a la Yuyito. La rubia cuenta su propia vida: desde Hiperhumor a Las gatitas de Porcel en crónica vertiginosa del ascenso indefinido. Todo preparado para generar intimidad: whiskicito como en el living, música de ascensor hasta que llega el playback. En el camarín, el Turco Salomón, en calzoncillos, dirá que “está más hinchao que una yegua”, y la sucesión de chistes nunca termina. “Fui a donar los órganos, me aceptaron sólo los hombros”, en acting continuo aún fuera de la escena, junto a Jorge Troiani, el imitador de ruidos. “Hago series y propagandas, para que sientan que ven tele”, dice.
Sala medio vacía. Pero para uno o para cien, una profesional se entrega al playback con la pasión de una novata. “Hola, cómo están/ qué lindo es verlos acá...”, con musiquita de I love you baby. En escena, se ve el fin de una jerarquía: la llegada a la Capital del vodevil serrano que antes se reservaba a “zafar las vacaciones”. Ahora, Yuyito dialoga con la gente en plena Corrientes, en la obra sin trama: un pastiche que hace convivir al tipo salido de la tele (Guinzburg, la Salazar, la Ritó) con la vedette de antes y el humorista cordobés, a lo largo de dos cuadras que saturan metáforas de la Argentina (La era del pingüino, Resistiré...). Si lo de Nito es una “superproducción”, con Valeria Lynch cantando No llores por mí... y muchas pantallas que amplifican, lo de Yuyito, en el Variedades, es otra cosa: fondito de aluminio, atado con alambre y continuado de “número vivo” al modo circense. “En Mar del Plata nos fue muy bien –asume el productor–, ¿por qué no volver a intentarlo?”
Como Marilyn
“Con ustedes, María Eugenia Ritó, la Marilyn argentina”, exagera la voz en off en el Metropolitan. Y la rubia inicia el strip tease para calentar al tipo del público que es obligado a subir. El pobre hombre tiene una leve convulsión, fuerza la renquera... Le ordenan: pelvis con pelvis, manoseá.... La Ritó es arengada por el capocómico de turno (Artaza) y provoca: “Me lo llevo al camarín y le hago un bailecito”. Al acosado lo compensan con un regalito: un fernet y un café Cabrales. ¡Y una cena en el Palacio Il Gatto!, como en los viejos tiempos de los restaurantes llenos y espera de una hora. La Ritó, “la mejor striper del país”, tiene un club de fans muy heterógeneo. Lo componen: siete tipos grandes, tres remiseros y algunas quinceañeras que se agolpan en la puerta del Broadway y le gritan cosas lindas.
El piropo más escuchado dice: “Sos una bestia”. La bestia se hizo famosa en Intrusos por pelearse con todo el mundo; su fan dirá: “Vos le viste el lomazo que tiene, está tallado a mano con arcilla, es como si le hubieran dado con el pico y con la pala, mirale los raviolitos en la panza, quinientas veinte abdominales por día, yo se lo pregunté y es así, te lo aseguro, y el resultado está a la vista, esos ravioles no los amasa ni mi abuela...”. La chica de la primera fila se para y mira para atrás, con la boca abierta y los ojos saltones para un show personal. “¡Es un sacrificio!”, identificada con el capocómico y siempre más afín al macho que a la deseada. “Pero no te confundas –se anticipan sus compañeras–, ¡no sabés cómo le gusta la banana!”
Gomas y budines
Vuelven a Corrientes las alusiones a Perón y Evita y, por supuesto, el cantito de los ahorristas manifestando. En Argentina todo un show –la de Nito Artaza– se recrean nuevas y viejas formas de populismo, con ligera obsesión por el gaste a “los afeminados”. El Negro Lavié compone a un mayordomo maricón que atiende a Menem y después elige a uno del público para decirle: “Soy tu premio”, con vocecita gangosa y fondito de aplauso. “Qué bárbaro”, emocionados en la platea por ver al tanguero aflautado. Para tener éxito –se sabe– hay que hacer subir a mucha gente y ponerla en ridículo, premiarlos con una cena o un vino. Así todo el tiempo: que suban la señora Raquel, la piba Jorgelina y el pelilargo a codearse con la Ritó y con Nito Artaza, para someterse al chiste verde. “Te ganaste una noche con Florencia de la Ve: vas a poder colgar el saco”, al tipo que se sonroja. Para compensar, en el Variedades, la Yuyito es más suave y familiera: les acaricia la mejilla, les pregunta si la recuerdan con Porcel, obsesionada con que alguien suelte el lagrimón pero... todos muditos.
Guinzburg, entre todos, es el que llega más lejos con la “cosa” sexual: invita a subir a la parejita; a ella la esconde detrás del cortinado. Cuando la devuelve, es en realidad una modelo. “Tocale una teta, probala”, dice al novio con la prepotencia del “zarpado”, insistiendo para que llegue el manoseo. “Tocá, tocá, tocá...”, cada vez más fuerte, hasta que Guinzburg le agarra la mano y se la arrastra hasta una teta. El tipo podría ponerse a llorar. Pero aparece la “jermu” y se recrea aquel mito de la bruja vigilante: “Mirá, te está mirando”, esperando la pelea conyugal. ¡Qué quilomberos! Para despejar, llega la Salazar vestida con conjunto de tachas y látex negro, levemente futurista, sólo dedicada al baile. No como la Ritó, que tiene más texto en su propia obra. No habría un regreso completo de la revista sin esta guerra de vedettes, un clásico que las opone y genera bandos enfrentados. ¿La Ritó o la Salazar?, pregunta uno ala salida para crear cizaña. A esta altura, el valijero sólo emite una leve exhalación, algo así como un jadeo que alcanza a distinguir un par de sílabas: “Tá, buena”. Pero no contesta a la pregunta: ¿la Ritó o la Salazar? De esa indecisión está hecho el marketing de la revista, que las opone y las hace competir cabeza a cabeza. Les juega en contra, en ese juego, que las dos sean tan rubias, algo parecidas. Pero los ideólogos del negocio revisteril ya encontraron un contraste que exalta el fetiche sexual: serán, de aquí en más y hasta que pase el invierno, el budín versus las gomas.

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